domingo, 25 de septiembre de 2022

azar

Pasamos a la muerte y se agolpan los conceptos. Quizás sea un libro para leerlo dos o tres veces, o dejarlo como está, completado, y seguir viviendo sin intentar entender lo que no se puede entender. O quedarse con esta frase:

Hemos surgido por azar en un mundo indiferente.


La muerte contada por un sapiens a un Neanderthal.

Juan José Millas, Juan Luis Arsuaga. 2022

piel

1943, la liberación de Nápoles, más tarde acompañaremos al autor en su camino al norte, Roma, Florencia. Vencedores y vencidos, hambre, explotación y miseria. Los italianos, algunos, ayudando a los americanos. La ciudad de Nápoles es un caos, y para colmo el Vesubio ruge. Lo peor del ser humano o lo normal en el ser humano, cuando está sometido a las peores condiciones, se dan la mano. Libro espeluznante a veces, también imprescindible.


La piel. Curzio Malaparte. 1949

pluma

Tras la sublevación de Riego el uno de Enero de 1820 se inicia el trienio liberal. Aviraneta es nombrado regidor de Aranda de Duero y desde ahí organiza las batidas contra los absolutistas. Junto con el Empecinado van en busca del cura Merino, al que no sorprenden. Se intensifica la revuelta de los realistas, religión y rey contra libertad y constitución. Los liberales parecen ir perdiendo adeptos. Luego nuestro protagonista es enviado a Paris, 1822, para observar que se cuece en la Santa Alianza, dispuesta a acabar con el régimen constitucional. Ya en 1823, de vuelta, se suceden las luchas por doquier, España vuelve a una guerra fratricida.


Con la pluma y el sable (crónica de 1820 a 1823). Pío Baroja

jueves, 22 de septiembre de 2022

pesetas

Se pagaba en pesetas, muchas, quizás un jersey, mal escrito. Hay otros números, de recibo, de serie, de dependiente. Era de caballero, sin color, era de Zara. Y más números en el reverso, un teléfono que me suena conocido. ¿Y si esa caligrafía fuera de alguien próximo? ¿Y si el libro no hubiera salido en todos estos años de mi casa?, más bien del camarote, ¿y si el siete fuera un número suyo?

playa

Amigos, parejas e insinuaciones en una novela corta y agradable con sabor a vacaciones.

La playa. Cesare Pavese. 1942

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De Potes no recuerdo nada. Empiezo a dudar que estuve antes. Hasta ahí hemos llegado desde Panes atravesando el asombroso desfiladero de La Hermida, veinte sinuosos kilómetros a la vera del Deva, encajonados entre montañas. No existe descanso en los tres mil metros que van de Potes a Santo Toribio de Liébana. Metros inclinados por senda o asfalto. Para algunos es fin de peregrinaje.  Montañas a los lados y música en la capilla que guarda la lignum crucis. De ahí a Fuente Dé para ver el sobrecogedor desnivel de 800 metros que salva el teleférico. Más cabras pastando que ponen sonido a la tarde. Ahí dormí al raso, a cubierto de alero, en una noche de agua, hace ya muchos años. De ahí a Mogrovejo donde las pendientes se antojan fuera de lo normal, donde hay una torre, mucha paz y una carta que espera a que su dueño venga a recogerla pero la casa/finca parece lejos de estar habitada últimamente. De ahí a algún otro sitio que no recuerdo, de ahí a ver el atardecer que no será bonito porque las nubes taparon el sol.


Para final de trayecto elegimos Santoña y la magnífica subida al faro del caballo. Sabíamos que después de la dura subida entre vistas del mar y bosques quedaban 763 escalones que había que bajar y luego subir. La sorpresa viene al ver la inclinación de estos, incompatibles con nuestro cansancio acumulado, los víveres de la mochila y el siempre presente vértigo. En fin, hay que saber retirarse a tiempo. Desde ahí vemos Laredo, al otro lado, ahí vamos, ahí comemos, nos asomamos al enorme arenal y pensamos que algún día habrá que pasearlo.

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De Cantabria a Asturias y vuelta a empezar, así transcurre el día. En la cueva del Soplao se juntan la minería y la naturaleza. El espectáculo que contemplamos se descubrió por azar cuando se iba en busca de zinc, blenda, plomo y galena. Y allí aparecieron estalactitas, estalagmitas y excéntricas. Hay explicaciones sobre la capilaridad, que no consigo asimilar, hay sala de la ópera, guardianes y fantasmas. Y hasta un tren que nos acerca al pozo. Afuera la niebla ciega las vistas que los paneles aseguran bonitas. El día poco a poco despeja y nos permite recorrer parte de la senda fluvial del Nansa partiendo de la central hidroeléctrica de Trascudia. Encontramos helechos con protuberancias en las hojas, avellanos agrupados, las hojas perfectas y el sonido de un río que viaja a nuestra vera. 


Las carreteras empinadas continúan y ahora nos acercan a la ermita de San Emeterio, al lado de vertiginosos acantilados. De ahí un escandaloso camino de bajadas y subidas, envuelto en el verdor, nos lleva a las ruinas del Monasterio de Santa Tina, mágico lugar habitado esa tarde por las cabras que pastan y hacen sonar sus cencerros. Y siempre el mar a un salto, siempre anunciándose entre la hojarasca. 

Ya para acabar, en Llanes hay barcos, yates, concentración de vespas y vida de viernes. Y un precioso paseo que surca el acantilado. Y no hablaré del mar porque siempre está ahí.

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Gijón y su playa, ciudad de caminantes, unos jubilados, otros menos, que no llueve, que hace sol, que las predicciones volvieron a fallar, que la arena tiene color de albero, que nos sentamos a ver la mañana pasar, que las palmeras aquí también tienen chocolate, del bueno, que no sé si son albatros o cormoranes, que no sé si allí a lo lejos llueve o no, no queda claro. Que habrá pocas esculturas más hermosas que la Madre del emigrante, de Ramón Muriedas, de 1970, en el paseo, mirando al mar, que nos hacemos casi todo el recorrido, que las cuestas no pueden con nosotros. Que los platos atornillados a los cubos nos reciben por segunda vez, que poco ha cambiado o mucho de aquel mar.


Gaviotas que se pelean por algo, rebuscan en las papeleras, ¿será que el mar no les da el alimento? Quizás sea que este es más fácil de conseguir.


No es el ruido del viento, es otra cosa. Como son otra cosa las manos enfundadas en botas altas. El vestido es negro, sedoso, y las formas se entrevén. Y el pelo agitado cuan largo es se expande, no hay manos que lo aplaquen.


Solos en el museo, casa natal de Jovellanos para descubrir a Sebastián Miranda y su retablo del mar o a Mariano Moré y sus mujeres al borde de la costa.


La niña de ojos azules y sonrisa escondida, de la mano de su padre, espera a que el semáforo cambie de color. Poco después, ya en ausencia de colores, confundo el mar en la noche.

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En busca de playas e impresiones nuevas recorremos la costa, de repente la perdemos pero está ahí, a escasos cientos de metros. Seguimos cruzándonos peregrinos, del camino del Norte o del Liebanego, una constante verlos con sus botas, mochilas y bastones. En el derruido monasterio de San Felices y San Pedro, del siglo X, hay un pequeño cementerio que alberga un crucificado en piedra de Jesús Otero, el escultor cántabro autor del Cristo de Palencia. Y mirando las piedras con cuidado encontramos una liebre en actitud de escapar, pero ahí quedó, esculpida y petrificada.


Los acantilados del Bolao merecen una bajada, un tanto escabrosa, para sentir el agua correr, que viene de dentro para alimentar al mar, como si este tuviera sed. Piedras que sirven de asiento para descansar y admirar el paisaje.


Cuando creíamos haberlo visto todo encontramos la playa de La Arnía. 85 millones de años dicen que tienen las formaciones geológicas. Desbordados por los números vemos un maremagnum de estratos y piedras, no sé si llamarle paisaje lunar con agua, fantástico el lugar, apasionante, para perderse en sus arenas y piedras, para esquivar las mareas y visitar el otro lado, como un niño curioso.

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En Suances respetaron la duna, la escasa altura de los pisos que rodean el arenal y las palmeras. Eso transmite tranquilidad. Y hay un marinero en forma de restaurante que es alimento para el cuerpo y el alma. 


El ángel exterminador de Josep Llimona, 1895, parece verlo todo, desde allá arriba, vigía o guardián, su blanca figura de mármol impone e imagino los miedos que en el pasado pudo crear su visión al acercarse al cementerio viejo. Estamos en Comillas, ya dentro hay otro ángel, más a nuestra altura, menos inquietante.


Y ya que estamos aquí aprovechamos para visitar el Capricho de Gaudí del cual sólo pudo disfrutar una semana su propietario, el indiano Máximo Díaz de Quijano. La muerte vino a buscarle demasiado pronto. Los turistas se fotografían por doquier delante de los omnipresentes girasoles que decoran la casa de cuento que proyectó el arquitecto catalán. Suenan las campanas, tocan a misa; para nosotros el día fue largo, toca descanso.


Si viviera aquí nunca dejaría tapar el mar con ventanas y persianas, nunca dejaría de pisar los charcos en la playa y siempre tendría palmeras en el jardín.

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Bajo un sol que juega al escondite me vienen los recuerdos inconexos y olvidados, estamos en Unquera, ultimo pueblo cántabro, a mitad del puente que cruza el río Deva estaremos en Asturias. El río apura sus últimos kilómetros antes de desembocar en la ría de Tina Mayor. Nacido en Fuente Dé, tiene una longitud de 64 km. Y vuelvo a lo que me asalta, a un bar pintado de azul, a unas corbatas, a una carretera que transitamos andando hasta alcanzar Colombres, a unos bocadillos de mortadela o al jardín de unas monjas donde instalamos la tienda hace ya tantos años, en una noche con luces en la ventana. Ese pueblo alberga hoy el Archivo de Indianos y el museo de la emigración en una preciosa casa azul. Yo busco aquel jardín tras la tapia de piedra. Hay tapias, pero nunca sabré lo que hay detrás. Vuelvo a la realidad de Unquera donde se venden más corbatas que en ningún sitio, además de palmeras gigantes y donde está tarde pescan en barca verde, donde no pica nada porque el agua está muy clara, palabra del pescador.

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El bosque de secuoyas de Cabezón de la Sal tiene un manto de hojas caídas, alimento para el futuro. Las fotos no reflejan los colores verdaderos ni los rojos que filtra el sol, y nunca serán capaces de mostrar la textura de las capas que forman la corteza mullida, natural, ni podrán mostrar las pendientes que bajamos para buscar nuevos ejemplares, imposibles de abrazar, o para elevar la vista y confundirnos en sus copas verdes, precioso el entorno.


No hay habitantes con testas descomunales en el pueblo, tan sólo paz en la sobremesa, vida escasa, comercios cerrados y truenos que pueden despertar a alguien de la siesta, algunos goterones, es sólo un amago. Saludos repetidos entre vecinos, balcones de madera y banderas oficiales.

Postdata: me equivoqué, el amago creció y fue tormenta importante con millones de goterones. Bienvenida sea el agua.

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Gerra sin u, sin armas ni heridos ni muertos. Sólo un nombre. En la pradera la cerveza se inclina, todo verde hasta encontrar el mar, la costa recortada, podría ser la mejor terraza del planeta hoy, mientras, las montañas se pierden a medida que se alejan. Y ya abajo, en esas playas largas y anchas, con agua embalsada en pequeñas lagunas, restos de mareas, vemos que el mar está más alterado hoy, que los surfistas buscan algo y que los paseantes siguen a lo suyo.

Viene un nublado con agua, son cinco minutos, luego sol. Ir y volver.


A mi lado una pequeña cordillera, yo soy el gigante que la observo y casi la abarco, con alturas y simas, de abrupto relieve, donde viven insectos que bajan a buscar agua al lago que la rodea, donde descansan moluscos univalvos, pegados.

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 Una marea alta debe ser esto, lo que veo desde este banco. Agua que avanza hacia el interior para llenar la ría, para tapar los huecos arenosos o los verdes, para cubrir árboles fantasmas y ahogados. En algún momento el camino se hará a la inversa.

Un viento sur debe ser esto, las temperaturas suben.

Un mar debe de ser esto. 

Y una línea del horizonte divide los dos mundos.


Corazones de papel a la salida de la Iglesia, llevados por el aire, lagartijas rápidas, unos picos lejanos y paredes de piedra de 1210, todo en San Vicente de la Barquera.


Oí los barcos que iban y venían de faenar, motores rugiendo.

Faenar quiere decir salir a la mar a pescar, a ganarse la vida trayendo pescado fresco después de una noche bajo las sombras. Puedo imaginar esas luces, las que parecen proyectar luz a todo el puerto y nos ciegan a los curiosos, allá adentro, rodeadas de la noche más oscura. Aparecerán como una minúscula vela encendida. Pero será luz que seguro calma, da confianza y aleja los miedos.

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Pudiera ser la gaviota más fea del mundo y puede ser que esa fealdad venga de la tristeza. Raro que no vuele, que apartada de la orilla observe, no sé si lo mismo que nosotros, un sol oculto, un cielo cubierto que no impide que el día sea caluroso y que miremos hacia el norte desde la playa de El Sardinero. Mojamos los pies en un Cantábrico en calma que se nos escapa de la vista. Y tres chicas de vestidos amplios de tono rosáceo dejan que las aguas mojen el largo entre poses y fotos. La gaviota a lo suyo, quieta, quizás añorando tiempos mejores.

martes, 20 de septiembre de 2022

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En Altea hay una cuesta con empedrado, con casas blancas e iglesia en la cima. Mucha gente y terraza con manto verde que la cubre, que caen frutos sin nombre, que la sobrasada, la miel, el boniato o la torrija, por separado o juntos, forman placeres. Que la infinidad de casas desperdigadas pone luces en la noche.

En Xaló, antigua Jalón, hay cocas dulces y saladas, coqueta plaza y casas de otro tiempo. Se cosecha la uva y se vive como en suspenso, en un tiempo que parece no avanzar. Se oyen lenguas que no son de aquí. Quizás por ese tiempo y por el sol elijan este destino.


Y no me olvido de la compañía, de los anfitriones, de la buena, sin la cual nada hubiera sido igual. Marchar y pena son sinónimos. 

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Una luna que al principio era sincera se convirtió en mentirosa. Y más tarde el sol apareció a lo lejos (le faltaban rojos).

Ya entera, plena, la luna deja algo precioso en el mar.


Primero cenamos con escasa luz, indirecta, después las escaleras nos llevaron a la cala oscura donde los cantos rodados llevan ya un tiempo siendo zarandeados. El movimiento genera un sonido de cascada de piedras, de derrumbe permanente, anárquico y precioso.


El peñón es una peña muy grande, vigía silencioso

Subiendo la cuesta me encuentro un árbol en el camino. El túnel, con cadenas para sujetarse, está pisado y pisado. Su final pone también punto de retorno a la excursión. El vértigo asoma.

Debajo hay otra cala preciosa, los peces al lado, curiosos como nosotros o juguetones, hábiles para acercarse y alejarse.

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Y sin moverlo, me gustaría acercarlo, al mar, a quién no lo ve, con un poquito de arena, igual que acercan a un señor del brazo, de los dos, los ojos tan abiertos como para verlo todo.


Hay unos gritos que vienen, diferentes, de un mundo imperfecto.


La niña, podría ser niño, lleva un bañador de época y sombrero. No verbaliza, chilla. ¿Recordará la playa de hoy?


Y si dibujo el fondo perderé (difuminaré) la belleza de las palmeras.

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Empezar lejos o cerca para alcanzar un punto, al que llamamos destino, pasando por otros muchos puntos antes. De eso va viajar. Y en ese trayecto hay colores y calores, y muchas palmeras, algunas tan huérfanas que no sé cómo resisten la soledad. Y unas cuantas torres de iglesia, esbeltas, que cada pueblo quiere tener la suya. También hay un color turquesa en unas aguas encajonadas. Y ya en el destino hay otro color azul, de infinitos matices, en unas aguas sin fin. Y el sonido, inolvidable, el de unas olas minúsculas y persistentes.


Y en vez de gaviotas hay pajaritos que algo buscan. También aires que vienen de mar adentro, que las sombrillas quieren volar. 

Paseo por terreno inclinado y miro a mi alrededor, esquivando castillos y hoyos que albergan a los niños inocentes.

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Mosquito aplastado, con alas, cabeza y minúsculas patas. Entre hojas, en un estado de postración que no acaba.

inexistente

Creí inventar un nombre, empezaba por D, mayúscula, como todos los nombres, aunque pronunciado no veamos la diferencia de alturas entre las letras. Yo lo leía y releía y me sonaba bien, aunque nunca salió de mis labios, quedó encerrado. Descubrí mi error leyéndolo, escuchándolo aquí y allá, hasta me llegó a parecer que era un nombre habitual. No me importó, quedó para siempre como el nombre no dicho, sólo escrito, en parte mío, asociado a alguien inexistente, que nació y sigue danzando dentro de las inconexas neuronas que se resisten y que batallan por seguir inventando.

rostro

Voy a dar vueltas a un rostro que tiene los ojos cerrados. Si los abre será como correr la cortina, veré lo que hay al otro lado. Si no los abre ahora volveré más tarde a despertarla. Serán los últimos flecos de un sueño plácido los que la mantienen así, yo le preguntaré y ella no sabrá responder, ni siquiera recordará una instantánea, suya, única, ya olvidada, tan inaccesible como ese otro lado.

reina

Libro ya antiguo que envejeció muy bien. Personajes perdidos en la ciudad, con vidas cruzadas hechas de sueños o de incertidumbres. 

Te trataré como a una reina. Rosa Montero. 1983