domingo, 18 de noviembre de 2012

a domingo pasado



El retrato del matador o del aspirante era sobre lienzo. Ya éste parece desencajarse del marco. Hasta el lienzo está agujereado en alguna esquina pero los ojos del torero siguen negros, grandes, viendo cómo los comensales pasan y siguen pasando por un local por el que ya han pasado todos los años, y los que quedan, que todo dependerá de los dueños y de que quieran seguir dando de comer en casa de comidas, algo que ya se perdió, o casi, porque éstas se transformaron primero para añadir barra de bar, luego se puso música, espejo, luego se añadieron calendarios, lotería, parafernalia, y se pintaron las paredes porque estaban viejas, pero éstas siguen ahí, con madera que cubre a media altura, y con manteles o hules de cuadrados blanquirojos,  de cubiertos que pasaron por todos los lavados del mundo, y con platos que la sombra del torero ha debido ver pasar a cientos. Es casa de comidas en Augusto Figueroa, barrio de Chueca, con puertas rojas, rojísimas, con visillos que translucen al que come lo que se cuece ahí afuera, mientras se esperan las lentejas o la sopa de ajo, y estas viandas están deliciosas, y es que son como las de antes, hechas en casa o cocina pequeña, por alguien que no hace otra cosa, y están como debe ser, espesas, con sustancia, las lentejas, y el segundo y hasta el postre son de antes, de antaño, sin más. Y merece la pena probar y retroceder en el tiempo, todo por escapar del presente. Y luego el café de Pepe Botella en la plaza del 2 de Mayo suma melodía a la placidez de un lunes de descanso anónimo mientras los niños y bachilleres entran o salen, mientras se despiden o comentan, todo tras el cristal, donde una mesa de mármol y sillas de madera barnizadas y antiguas guardan el temple de la tarde recién comenzada. Y pudiera pararse el mundo, pudiera llover tras los cristales pero no es el día, que fue de mañana a medio sol, entre nubes y rayos de luz, tamizada por la oscuridad artificial de la sala de la fundación March en Castelló donde se presenta “La isla del tesoro”, no película ni libro, sino reunión de arte o exposición de obras traídas de las islas británicas, y hay tesoros, cómo no, y el tesoro se descubre a veces sin cavar y está a la vista de todos en forma de Lady Byron, excepcional retrato de cuerpo entero realizado por John Hoopner, artista nacido en el XVIII. O en forma de grupo familiar con madre, hija y dos muñecas de cuencas de ojos vacías, de Stanley Spencer, nacido a finales de siglo diecinueve. Y pondremos imagen a otro artista nacido en la misma época, Meredith Frampton, que homenajea a Sir Ernest Gowers, responsable de la defensa civil de Londres durante la segunda guerra mundial en un cuadro de gran impacto visual, arte digno de ser visto, el mismo objetivo de aquel que pintó al olvidado chaval del traje de luces.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

cuidados



La realidad supera a la ficción o a veces a la propia realidad, hay escalas dentro de lo que sucede, sucedió o sucederá de verdad y el sufrimiento no tiene límites. Hace un par de días vi la película Intocables, del año 2011, (en España le quitaron la s y se estrenó como Intocable, maldita manía de cambiar las cosas), la maravillosa historia de un tetrapléjico y su cuidador, basada en hechos reales, la película francesa hace honor al cine y a la vida, sólo que la vida a veces es cruel y no admite dulces ni edulcorantes; estos días la prensa relata el caso de una anciana y su hija discapacitada encontradas muertas en Astorga. La anciana sacó a su hija de la residencia porque quería cuidar de ella, y encontraron la muerte. Quizás ella no debió de sacar nunca a su hija de allí, quizás se sentía sola o quizás era su única razón para vivir, sin darse cuenta de que su muerte acarrearía la de su hija ciega. Pero no hubo acuerdo entre los servicios sociales y ella, no hubo lucidez por parte de una señora ya mayor, la justicia que buscaba la incapacidad es lenta, cúmulo de circunstancias, todo para llegar a esto. Maldita existencia. No tiene otra palabra, o par de ellas. Por eso, el buen sabor de boca del cine se disipa, y se olvida la música que suena, los violines no surcan el aire, el cine no deja de ser evasión y olvido de lo que pasa, por mucho que nos metamos en la historia, siempre llegará el final tras noventa o cien minutos, y las luces se encenderán una vez más para ver que la ceremonia de la confusión sigue y que nuestra oscuridad hace que tardemos en enterarnos que alguien cercano, aunque se llame vecino, de ahí enfrente, se ha muerto hace días en la soledad de su vivir.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Lisboa



Finales de Noviembre del 99, tres noches en Lisboa. Viaje en avión, para cinco, y gratis, producto de los puntos acumulados tras multitud de viajes de empresa con Spanair, hoy desaparecida. Primer viaje en avión para Edu y Ander. Bonita ciudad donde ya se cantaban villancicos en plena calle y donde las castañas de los puestos callejeros tenían un empolvado blanco. Andamos y andamos hasta que mi pie dijo basta, no por nada, sino por uno de esos gajes del destino. Era el penúltimo día, antes ya habíamos subido y bajado cuestas, hasta el castillo y hasta el mar, en ascensor o no, y habíamos visto calles antiguas y mosaicos de azulejos azules preciosos, comido en tasca curiosa y también en McDonalds portugués, y todo estaba bien, y ese otro día nos acercamos a Belem, y después de ver la famosa torre de Belém nos acercamos al Monasterio de los Jerónimos, no entramos, estábamos sentados allí afuera y de repente Eduardo dice que quiere agua y como ya se sabe que los deseos de un niño de cuatro años enfadado no deben ser órdenes inmediatas aguantábamos estoicamente el chaparrón de llanto. Y probablemente se revolcaría por el suelo para acentuar su enfado y su necesidad de agua. Y así hasta que pasado un tiempo decidimos hacerle caso y dirigir los pasos hasta la tienda. Y claro, no sé por qué, él no quería andar, así que acabó en mis brazos, y al cabo de unas cuantas zancadas acabamos por el suelo, los dos, yo gritando por el dolor en mi pie doblado, y él,…, lo siento, no me acuerdo, es egoísmo, pero creo que dejó de llorar,.... Encontré una de esas zonas donde el suelo se ha hundido, son habituales en Lisboa y parecen indicar una naturaleza blanda del terreno, y claro, mi pie esperaba suelo y encontró vacío hasta que tocó el firme un poco más abajo pero lo suficiente para que el esguince ya estuviera hecho. Y así, tras comprar el agua, acabamos pidiendo información a Sanitas sobre cómo ser asistido de mi pie que ya era más bota que pie. Acabamos en un hospital donde costó encontrar alguien que entendiera o hablara el inglés. Hubo radiografía, espera y vendaje opresivo, y a casa, al hotel, donde pasé la tarde tumbado con hielo y antiinflamatorios. Ya éramos dos cojos, Ander con su aparato de ortopedia y yo. Al día siguiente no me resistí a dejar Lisboa tras la ventana del hotel y me arrastré por las calles para ver algo más, apoyado en la sillita de niño. Si empeoré el esguince nunca lo sabré. Pero mereció la pena, por muchas cosas, pero recuerdo una, en la FNAC descubrí a una cantante de fados de la que compré un CD y a la que todavía sigo en su ya larga carrera. Se llama Mafalda Arnauth. Por lo demás las fotos muestran cielo azul, plazas con palomas y vistas de tejados desde las posiciones altas de una ciudad que después tuve la oportunidad de visitar por motivos profesionales pero con casi nula dedicación a nada que no fuera trabajo y/o cenas, así que hay deuda pendiente para volver.

colores en Santiago



Otoño del 99, tres colores, verde, rojo y amarillo, son los colores de los ponchos que llevaban los niños sobre el abrigo. Con capucha, hacía frío y llovía en Santiago, las fotos lo atestiguan, aunque el frío no se inmortalice. También cada uno lleva su bastón con la concha del peregrino. Es la plaza de la Catedral, dentro la multitud se agolpa, visitas y misa, tal es el gentío que nos vemos casi atrapados con los niños en una de esas de ni para delante ni para detrás, con lo que salimos con ellos y dejamos la silla de Ander dentro, luego se busca. Y es que Santiago atrae a millares de personas, sea o no sea año santo, compostelano o no, sean peregrinos fieles o agnósticos en busca de historia o gastronomía o indulgencias, y la plaza del Obradoiro es punto de encuentro para ir en busca de todo, de llegada para los esforzados y para los que ya casi no caminan. Y las colas para ver al santo se multiplican, devoción o superstición, o todo junto. Y el hotel Los Abetos a las afueras de la ciudad nos ofreció la estancia para esas dos o tres noches, no recuerdo, en especie de dúplex.  Acogedor espacio. A la ida o a la vuelta tocó parar en Astorga donde las fotos nos muestran alrededor de una tapia con catedral y palacio, quedará su visita para mejor ocasión.

pirineos del 99

Las vacaciones del 99 también fueron de montaña, esta vez en el Pirineo Navarro, en el valle de Salazar, con base en la población de Esparza de Salazar, camping Murkuzuria, apacible pueblo con río, en cabaña de madera, amplia, con alguna gotera, el agua como protagonista, también nuestra cámara de fotos se sumergió en el río Irati cuando lo vadeábamos, los avatares de cruzar aguas con niños en brazos. Y disfrutamos de una de esas tormentas que aterran, bajo la oscuridad de una tarde de verano, en la Ermita de Nuestra Señora de Muskilda de Ochagavía, situada en el monte. Resguardados en la iglesia, escasamente iluminada, la poca luz desapareció de repente tras un estruendo que indicó que un rayo había caído justo allí. La tormenta siguió y siguió, la luz no volvía y bajamos en el coche llevando de paso a una pareja de turistas, si mal no recuerdo alemanes, que no querían someterse a las inclemencias del tiempo durante unos kilómetros más. Es Ochagavía un pueblo con encanto, con río que divide el pueblo, con calles empedradas y casas de piedra, todo el entorno está limpio y cuidado, con flores en los balcones. Toda la zona es en general así, con un gusto exquisito por la estética en casas y pueblos. Y sigamos con las visitas. No sé si a la ida o la vuelta dimos un paseo por la reserva natural de la Foz de Lumbier, cuyo antiguo trazado del tren de Irati permite una marcha tranquila mientras se admira el paisaje y la reserva de buitres leonados que sobrevuelan el lugar.


Otro gran paseo fue el de la Selva de Irati, extensión de 17.000 hectáreas, principalmente poblada de hayas, con parajes para disfrutar de lo verde, tirar infinitas piedras al río en los descansos, mojarse los pies y pasar un día en la naturaleza, allá donde el turismo casi ni llega.

Roncal es otro pueblo que no debe faltar, donde se puede uno acercar a la casa museo del tenor de fama mundial Julián Gayarre, construida en el solar donde nació. El cantante falleció de gripe a la temprana edad de 45 años, hablamos del año 1890. Desde muy pequeñitos acostumbramos a los niños a las visitas culturales, léase iglesias, monasterios, museos, etcétera. La huella que haya dejado la verán ellos. Son las esculturas de virgen sedente con niño de la zona muy similares. La de Nuestra Señora del Castillo, en Roncal, siglo XII, muestra una figura muy estilizada, con el niño en el regazo. La de la virgen de Idoya, s.XIII, en Isaba, representa a madre e hijo pero con el niño sobre la pierna izquierda, ambas figuras son más regordetas y poco agraciadas de cara. Mientras que la de Muskilda ya es del S.XIV y muestra dos rostros más humanos y sonrientes. Otro aspecto que inauguramos ese año fue el de pintar, hay tiempo para todo, hasta para sentarse en el pórtico de una iglesia y aprovechar el descanso para dibujar algo e intentar atraer a los niños a lo mismo y lo conseguimos. Repaso mis notas de entonces y aparece la copia de una inscripción presente en la iglesia de San Cipriano del pueblo de Isaba. Dice Abduramen Rey de Cordoba 1583 y hay una figura de perfil sobre montañas. Dice google que el labrado sobre piedra conmemoraría, años más tarde, alguna victoria sobre el emir de Córdoba Abderramán I durante el siglo VIII. Sigamos con la historia, en este mismo pueblo hay una plaza dedicada a Cipriano Barace, sacerdote jesuita que a finales del siglo XVII evangelizó en Bolivia dejándose allí la vida. Y como no, no podía faltar uno de los nombres asociados a grandes batallas. Y ese nombre es Roncesvalles, lugar de origen para muchos del camino de Santiago (en 1132 se creó un hospital para peregrinos), y nombre que evoca tintes épicos como la derrota de la retaguardia del ejército de Carlomagno a manos de vascones. Ahí se puede visitar la colegiata que alberga algunas de las cadenas que protegían el entorno del jefe del ejército árabe en la batalla de las Navas de Tolosa (1212); traídas por el rey Sancho el Fuerte dieron origen posteriormente al escudo de la provincia de Navarra. Hubo tiempo y ganas para hacer algún kilómetro que otro del camino, lejos de Santiago, entre arbustos y verdor.

Y hasta cruzamos la frontera por el puerto de Larrau, impresionante paraje de montaña, cuna de épicas ciclistas, con carreteras estrechas y mal asfaltadas en el lado francés, sin quitamiedos, para alcanzar el pueblo del mismo nombre, parando entre medias en praderas donde las ovejas, caballos y vacas pastan o descansan ajenos a las fotos donde ellos son el fondo para las instantáneas de los niños.

Y uno de los recuerdos de la zona es gastronómico, se come bien por allí, pero para la memoria queda un comedor donde cenamos un par de noches, quizás fuera el Hostal Salazar, en Oronz, al borde de la carretera, donde solos o casi solos en un recinto pequeño disfrutamos del calor de la sopa y de otras viandas. Afuera ya era de noche y el viaje de vuelta en coche a la cabaña era el paradigma de esos momentos de placidez que da el ver a los niños a punto de caer rendidos tras una jornada agotadora, y sentir que en medio de la noche, con la única luz de los faros del coche, todo el mundo cabe, o cabía, en ese coche.





viernes, 9 de noviembre de 2012

la marquesita



La retrató Luis de Madrazo, año 1858, ella tenía siete años, vestida con traje de cantinera del ejército, se llamaba Cristina de Roncali, marquesita de Roncali se titula el cuadro, que sorprende, en una pared cualquiera, pero que llama la atención, ahí entre tanto grande del museo Lázaro Galdiano, ella también interroga, a su manera, con gesto sereno en cabeza ladeada, quizás le falta la sonrisa, o quizás se grabó el instante en el lienzo, único, la mano izquierda sujeta bicornio y la derecha cae, no encuentro retratos posteriores de la ya marquesa, google no inventa, sólo presenta lo existente, era sólo para saber hacia dónde evolucionaron los gestos de alguien que ya parecía ser adulta a su edad. Adjunto una reproducción de la obra en tarjeta postal.

lázaro galdiano



Es la fundación Lázaro Galdiano la que recogió la donación efectuada al estado por el coleccionista y mecenas del arte a su muerte. Visitar el palacio que fuera su vivienda en la madrileña calle de Serrano es un deber. Lo hago después de 30 años residiendo aquí. A veces lo más cercano se nos antoja lejano. Cuatro plantas de arte dan para mucho, desde joyas a armería, pasando por orfebrería y llegando a la escultura y a la pintura. La escultura se llega a acumular en vitrinas, aquello que con mayor espacio destacaría por sí sólo. Y la pintura es la joya de la exposición, desde Picasso a Murillo pasando por Zurbarán, El Greco o su hijo Jorge Manuel cuyo cuadro se asemeja en estilo al de su padre, por no hablar del San Bartolomé claroscuro del Españoleto, y con toda una sala dedicada a Goya. En fin, todo un muestrario de auténticos grandes, donde me quedo con el San Diego de Alcalá de Zurbarán, que parece interrogar al mundo con su fija mirada, o la Ana de Austria de Alonso Sánchez Coello, o la crucifixión con santos del Maestro de los Nimbos Pintados, de la escuela sevillana, siglo XV. Para finalizar un poco de escultura, sobrecoge el Cristo atado a la columna en mármol de Micheangelo Naccherino (XVI), blanco y resplandeciente en la mañana oscura de la Almudena del noviembre madrileño.