Allá donde los reflejos me engañan se enciende una gran lámpara piramidal a la que no le faltan piezas. Luce sobre el gran salón, así lo imagino yo. Incapaces de saber si el día salió gris o azul me conformo con lo artificial.
Puro espectáculo la carretera de Ávila a Cebreros, llena de vacíos, curvas y montañas. En los prados que dan de comer a las terneras que siguen a las madres, los buitres sobrevuelan la muerte y todo es tan verde y tan azul que por un momento parece que todo fuera como antes.
Puente romano sobre el Alberche, de piedras desgastadas. En el río tortugas, más de dos, más de tres. Aquí pagaban los ganados el peaje de cruzar hacia otras tierras, por aquí también pasó la entonces infanta Isabel en su camino a Guisando para ser declarada heredera al trono. De eso ha pasado tiempo, 1468. Si iba despierta o dormida, si vio las aguas o si oyó a los pájaros nadie da fe. Y después llegamos a los cimientos de la venta juradera donde están las bestias de piedra talladas.