sábado, 26 de octubre de 2019

puntos


Me gustan los puntos suspensivos, para hablar o para escribir. Espera que sigo diciendo, o no lo digo, se sobreentiende. Dime tú como crees que seguiría esta historia, dime tú que es lo que pintarías a continuación, como encadenarías frases, como reaccionarias para seguir contando, porque de eso se trata, de hablar en todas sus formas, de danzar con el pensamiento, de tomar papel y lápiz, o de verbalizar de otra forma. Dímelo todo que yo te escucho; lo diré, tan infinito, que nadie me entenderá. Que todos se cansarán, que algunos se dormirán, que otros se levantarán, alguno incluso increpará a los cielos, si no a mí, que qué me he creído, que se cansó, que se largó, que le veo ya a lo lejos, que se encuentra con alguien, que vuelven ambos la cabeza hacia mí, que no puedo escuchar lo que dicen, ni leer sus labios, ni ver si sus ojos se cerraron, hastiados de tanta palabra.

Y mirando a mi alrededor, sigo dejando puntos, separados, suspendidos, que son casi intermedio, descanso, que ya vuelvo, que es hora de empezar con minúscula, que vamos in crescendo, que vamos subiendo, que vamos planos, que no hay nada como parar, y rumiar el pensamiento, y luego abrazarse, y luego dormir.

más merindades


Fotografío inmensidad de cosas. Desde la salida de una cueva, verde y húmeda, repleta de formas que la anárquica naturaleza produce hasta la interminable luz que golpea el románico de la peña. Contrastes donde hay mano de hombre y no. Y si la hay es que se inspiró en las formas que ésta produjo. Tan arriba como para llegar a Dios o tan protegidas como para querer acercarse al centro de la tierra. Son ermitas, lugares de oración, desde donde tocar el firmamento o donde recluirse, y esperar que no moleste el mundanal ruido, que de techo ya me basta la pared, la roca, la que pulió el pasar de los siglos que llevaron agua.

Fotografío vida en lo alto de peñascos, lo que hace una semilla voladora. Y pequeñas muestras de lo que el hombre hizo mientras oraba. Imágenes inspiradoras, quizás dieran miedo entonces. La evocación de aquello como enseñanza. Lo que pasaron los mártires cristianos. Lo que sufrirían los primeros que vieron la obra del artista, la que hablaba de milagros que a algunos nunca alcanzaban. Tú reza que las nubes se abrirán. Sigo sin ver nada, señor.

Fotografío un púlpito que parece sacado de su lugar. O es que se aprovechaba el espacio para que los romeros escuchasen, todos juntos, mientras veían al sol o a la sombra moverse, mientras calculaban el trabajo restante o mientras deseaban que la noche llegara para dormir.

Fotografío ruedas que alguien pinto y aparcó, fuera de un carro que tiraba con todo. Que nos llevaba a las fiestas donde otros bailaban, donde todos bebían, donde al alba algunos nos recogíamos sobre esa misma rueda, para volver, menos mal que los animales se saben el camino. Soñando las piernas de ella. Que bien danzaban aquellas.

Y fotografío, y acabo, un solo color que a la luz se convierte en más. Se me olvidó la lección de la clorofila, debe de ser esa la que hace todo esto, pintar la estructura nervada de una hoja que no sé en qué punto de su vida está, si es que también tienen inicio, nudo y desenlace.

alemania en dos líneas


Es un dato, innegable para mí. Hemos recorrido casi 1600 kilómetros por carreteras alemanas y en ciento cuarenta de ellos hemos adelantado 168 camiones. Se puede pensar en mi locura o en mi gusto por las cifras. Es real, es consecuencia de la cantidad ingente de camiones que vienen y van, que atraviesan regiones, de un lado a otro, buscando puntos cardinales. Unos andan, otros descansan, en áreas de servicio completas o en simples zonas de descanso. El primer carril es suyo, los otros dos son para nosotros. Eso, un dato de un país donde los coches no son pequeños, y donde a veces se corre tanto que no los ves pasar. Donde las obras parecen ser consecuencia en este momento de la historia de un incremento del gasto público. Autopistas, carreteras, puentes que exhiben grandes señalizaciones, enormes. Como los bosques que no acaban y que parecen impenetrables.


Donde están los policías, nos preguntamos. Ya llegarán. No como los turistas, que siempre están. Como las iglesias reconstruidas, como las ciudades que parecen antiguas sin serlo. Queda el suelo de antaño, de donde se quitó manto verde para construir, queda lo oculto, el substrato, donde quizás se escondan bombas que no explotaron.

Y qué decir de las viñas que surgen paralelas al Rhin, y de su vino que se toma en sus orillas. Y pensar que alguien todavía cree que inventó el vino antes de ayer. Puestos a pensar, quién inventaría la bicicleta, también es país para ellas, con carriles, con llanos y con alforjas para que el viaje se alargue. Lo que me gustaría a mí, alargarlo, seguir, aun viviendo atascos y esperas, todo por ver, por visitar cosas nuevas, o ferias de vino, o casetas de salchichas y cervezas; y continuar viendo al cuenta kilómetros crecer mientras a tu derecha los camiones se quedan atrás, en su viaje perenne por esta parte de Europa.

domingo, 20 de octubre de 2019

savater


Leer a Savater siempre es entretenido. Aquí además emociona. Libro dedicado a su pareja fallecida, dedicado al amor.

La peor parte. Memorias de amor. Fernando Savater. 2019

dylan


Bonito libro sobre el poeta galés. Disfruto con algunas de sus cartas. Vida ajetreada, loca, la del artista. Y les diré que lo compré después de saber que Bob Dylan tomó del poeta su apellido. Y no me arrepiento.

The life of Dylan Thomas. Constantine Fitzgibbon. 1965

sábado, 12 de octubre de 2019

merindades-3



Niebla que no deja ver el valle ni las cumbres. Presentir que hay algo más porque las montañas y los prados no pudieron evaporarse. Saber que el sol está al acecho, insistiendo. Saber que los humanos nos vemos hoy entre brumas, entre tinieblas, no de edad media, reales, de hombre del XXI acuciado por los mismos miedos que en otros tiempos hubo, a la oscuridad con luz, a la noche, al desconocido, al animal, a lo que ronda, a lo que nos persigue. Todo cambia y en el fondo nada lo hace. Hablan de ADN, de algo grabado en genes que no entendemos. Hablan mientras sueño escenas vaporosas, irreales pero plenas de personas que conozco. En escenarios anárquicos, con voces mudas. Y los ladridos para despertar, y los pájaros tímidos.

Sí, se va casi de golpe, y al llegar a Espinosa solo se ve azul. Hay casonas, palacios, balcones y flores en macetas, y panes que parecen ruedas. A pocos pasos Las Machorras, con casas diseminadas. Después río seco, no miente el letrero, ni gota asoma por el balcón del puente. Nos dicen que en su nacimiento hay agua. ¿Dónde se esconderá ésta? Hay cuesta, imponente para llegar, hay calor, helechos verdes y marrones que dan sombra a minúsculos seres, hay moras y montañas. Hay valle, vacas y olor penetrante. No alcanzaremos la fuente. Pararemos entre las hayas que perdieron ramas y que nos sirven de asiento, madera que se seca, hojas caídas, manto de vida, rendijas de sol y umbría. Fotos en la retina, despedida y camino de vuelta. 

No me olvido del románico y paramos en San Pantaleón de Losa donde dicen que la tierra y el cielo se juntan en peña que el Rey León copió. La iglesia, cerrada, en cuesta, rodeada de verde y escoltada por cortados, reluce al sol que quema. Las mañanas se transformaron en tardes, nieblas en soles. Y seguimos, rodeando pantano, volvemos al agua, serpentea el trazado mojones de antes, de los que quitaban los miedos. Nunca se lo tuve a la niebla, me atraía. Tenaces los miedos, vuelven disfrazados. Y yo espantándolos, viajando y viendo, y recordando.

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Vivimos gracias al agua, la que viene de allá y vemos acá, la que salta de las entrañas de la tierra para partir el pueblo en dos dejando musgos de belenes y aguas turquesas. Es Orbaneja del Castillo, la que espera a los turistas y que también espera las lluvias y las nieves que cubrirán todo, aún más. Paseamos y vemos casas rematadas con expolios del románico. Eran otros tiempos. No tan lejanos como los que formaron el cañón que el Ebro surca. Más miradores para hacer fotos, padecer de vértigo o simplemente mirar. El río silencioso, abajo. No parece moverse, estático.

Y seguimos rondándolo, de Pesquera de Ebro a Cortiguera, en ruta donde descubrimos que el río habla más o menos, que se retuerce en algún rápido, que subimos y se aleja, y subimos tanto que llegamos al pueblo, pasamos de verdes a atisbar una casa, integrada en la naturaleza. Casi deshabitado. Casa rural y algunos alternativos con perros curiosos. La iglesia se quiere caer. Alguien compró otra, la de San Pedro de Tejada, románico en privado. Cerrada hoy, esbelta, vallada, protegida de curiosos y robos. Lástima, buscábamos la cercanía y se quedó lejana.

Más río, se puede tocar, el camino del Ebro, un GR a contracorriente, buscando una pasarela colgante que no alcanzamos. Camino sombrío y precioso. El cauce siempre a la vista.

Y cerca, todo parece estar cerca en las Merindades, hay carreteras, caminos, que atraviesan páramos, puertos, entre árboles, las que unen pueblos y vidas, las que se vuelven circulares. Y decía que cerca está el Monasterio de Santa María de Rioseco, del XIII, del Císter, en ruinas, con voluntarios que lo enseñan para convertir la tarde en sesión de historia, con ecos de pasos en claustro, con otros de visitantes que antaño se hospedaban, de iglesias, de vidrieras y de piedras que no quieren caerse. Visita que se explica con la ilusión de mostrar lo que se tiene, de responder preguntas, de enseñar aunque todo se vuelva olvido. Tiempo de imaginar vidas diferentes, antiguas, que bajaban la cuesta empedrada, envueltas en hábitos blancos y encontraban el mismo rumor, el mismo cauce, otras aguas de otras lluvias, pretéritas, de ese río que hoy quisimos descubrir.

merindades-1



Puertos de nombres tan sugerentes como la horca, subidas y bajadas, arcenes que nunca existieron, cunetas salvajes, líneas blancas, ahora valle, ahora montaña, fronteras provinciales de asfaltos diferentes. Entre Álava y Burgos, transitando por mapas que confunden, por pueblos de a 50 donde no se sabe si vive alguien, de casas arregladas, aquellos de la España vaciada, de niños en ruta hacia colegios que agrupan en clases, quizás sean pocos en alguna edad. Las Merindades, allí donde empezó todo, o parte. De peñas imposibles y de iglesias mínimas, que cualquier sitio es bueno para rezar, ofrecer y gloriar.

En Villarcayo hay estatua de paseante con bufanda y poema. Y quizás artista de cabeza abierta, músico al que se le escaparon las notas. Templete vacío, y niños que juegan. Qué se siente en la soledad silenciosa de un pueblo, dímelo tú.
¿Dónde están los pájaros de Brizuela y el perro que ayer ladraba? ¿Y los bueyes?, estarán dormidos o despiertos en su silencio, cerca de farolas huecas que aun así son capaces de alumbrar. Y sólo los humanos ponemos pasos y aguas que recorren tuberías, ponemos otras notas al día incipiente que nace como todos aquí, verde en su lecho e indefinido todavía en sus alturas.

En la cueva de Palomera nosotros llevamos la luz, intrusos que penetran al reino de invertebrados, garduñas o murciélagos. Acostumbrados a vivir en la oscuridad, no sé si ciegos o deseosos de no ver. Bajamos metros agarrados a cuerdas, por terreno resbaladizo, con cascos apretados y luces que salen de la cabeza. Las estalactitas a su aire, las coladas también. Estuvieron los humanos, encontraron restos, los hay todavía. Se subían a morir a lo alto. Hay pinturas, diseminadas en kilómetros de galerías. Se hace el silencio y la oscuridad, y por unos segundos estamos seguros que todo volverá a ser como antes. Aguas que formaron cuevas y que a veces vuelven con fuerza. Y unas paredes que se llenan de estrellas de agua, brillantes, como en aquellas habitaciones infantiles. Y unos agujeros que dejan ver el cielo azul, lo último que vieron los que murieron antes de ser arrojados al olvido. Y de aquellos puede que sean los huesos, o de los animales, ya inútiles, también lanzados allá abajo. Y del reino invadido somos expulsados hacia la luz, desandado camino, hasta llegar a un bosque encantado, de tan verde que luce.

Y buscando orígenes encontramos el sumidero de Ojo Guareña, por ahí entra el agua que pule y da forma. Paseamos campos también, comemos al aire libre, a la sombra de la frondosidad y volvemos a otra cueva. Ésta más corta en su visita, con Ermita final, excavada en la roca. Frescos de 1705, que representan el martirio de San Tirso con formas infantiles, llenan las irregulares paredes. A pesar de eso San Bernabé se lleva el nombre del lugar. Preciosa la ermita y el paraje. Como Puentedey con su puente horadado por el agua. Así quedó tras largos embates. Hoy vemos sedimentos de arena y paz en lo que un día fuera océano o mar o todo junto. Y en Medina de Pomar empiezan las fiestas, con los medinenses orgullosos de poner una bandera en la Antártida. Toda fiesta tiene pregón, reina y cabezudos, danzas, público que quiere disfrutar, con barracas y churros. Lo normal, lo habitual de todo pueblo, lo que hay esta noche en las Merindades, donde el agua se retiró y nos dejó verlas.