Fotografío inmensidad de
cosas. Desde la salida de una cueva, verde y húmeda, repleta de formas que la
anárquica naturaleza produce hasta la interminable luz que golpea el románico
de la peña. Contrastes donde hay mano de hombre y no. Y si la hay es que se
inspiró en las formas que ésta produjo. Tan arriba como para llegar a Dios o
tan protegidas como para querer acercarse al centro de la tierra. Son ermitas,
lugares de oración, desde donde tocar el firmamento o donde recluirse, y
esperar que no moleste el mundanal ruido, que de techo ya me basta la pared, la
roca, la que pulió el pasar de los siglos que llevaron agua.
Fotografío vida en lo alto
de peñascos, lo que hace una semilla voladora. Y pequeñas muestras de lo que el
hombre hizo mientras oraba. Imágenes inspiradoras, quizás dieran miedo
entonces. La evocación de aquello como enseñanza. Lo que pasaron los mártires
cristianos. Lo que sufrirían los primeros que vieron la obra del artista, la
que hablaba de milagros que a algunos nunca alcanzaban. Tú reza que las nubes
se abrirán. Sigo sin ver nada, señor.
Fotografío un púlpito que
parece sacado de su lugar. O es que se aprovechaba el espacio para que los romeros
escuchasen, todos juntos, mientras veían al sol o a la sombra moverse, mientras
calculaban el trabajo restante o mientras deseaban que la noche llegara para
dormir.
Fotografío ruedas que
alguien pinto y aparcó, fuera de un carro que tiraba con todo. Que nos llevaba
a las fiestas donde otros bailaban, donde todos bebían, donde al alba algunos nos
recogíamos sobre esa misma rueda, para volver, menos mal que los animales se
saben el camino. Soñando las piernas de ella. Que bien danzaban aquellas.
Y fotografío, y acabo, un
solo color que a la luz se convierte en más. Se me olvidó la lección de la
clorofila, debe de ser esa la que hace todo esto, pintar la estructura nervada
de una hoja que no sé en qué punto de su vida está, si es que también tienen
inicio, nudo y desenlace.
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