martes, 29 de agosto de 2017

zapico



No acaba la historia como parecía que iba a ser. En el tomo 2 se hace presente la lucha en calles de ciudad o pueblos, la revolución en Asturias, 1934, parece triunfar para luego retroceder. Los amantes separados, en bandos diferentes. El tomo 3 traerá un final para el amor o el principio de todo.

La balada del norte (tomo 2). Alfonso Zapico. 2017

flor púrpura



Novela ambientada en Nigeria, una familia de orden y silencios, sometida al padre que impone su fe. Otra familia, de orden diferente y risas. Contrapuestas. La novela atrae por la diferencia de escenarios y por ese contraste que sorprende a la protagonista, niña que no entiende lo que pasa en su casa, tampoco se lo plantea, simplemente compara cuando tiene la oportunidad y descubre que hay vida más allá de su hogar.

La flor púrpura. Chimamanda Ngozi Adichie. 2003

tan poca vida



Recomendado desde alguna crónica o artículo, y aclamado por la crítica, el volumen es grande, pasa las 1000 páginas. Empiezo bien, novela coral de múltiples personajes con la amistad de fondo. El personaje central empieza a definirse y con él la dureza del planteamiento, los secretos ocultos, una historia vivida y no contada. Hay momentos al principio brillantes, como cuando aparece un personaje llamado Ana. Y luego todo sigue transmitiendo emoción, pero a mí no me llega. Quizás sea la insistencia en ciertos temas, se me empieza a hacer largo, y el desenlace parece ya claro. Larga, dura, excesiva en muchos aspectos.

Tan poca vida. Hanya Yanagihara. 2015

requiems



Me asusta el tamaño, las casi 700 páginas. Pero la lectura del prólogo, titulado Oración, me confirma que debo seguir. Acertado, emocionante. Todo empieza con una cita de Mazzini (no existe la muerte, sino sólo el olvido). Y continúa con las semblanzas de músicos, escritores y artistas. Los lugares y las personas que los habitaron. La evocación de Tolstoi es fantástica. Prosa que se hace poema, recordando amores. Rilke define los versos en la página 232 y sigo avanzando buscando la belleza en la forma, evocando otras épocas. Quizás el calificativo mejor, una vez terminado el libro, sea el de bello.
 
Libro de réquiems. Mauricio Wisenthal. 2004

viaje



A veces se viaja sin salir de casa. Unos lo hacen callejeando por avenidas y playas en escenarios que muestra la televisión. Somos nosotros los que por un momento vivimos las vidas de los que emigraron o simplemente se aventuraron. Realidad envuelta en cotidianeidad. También se viaja con google cuando se atisban los destinos que quizás se alcancen. Lista de deseos. Y el top 10, cómo no, de lo que ver, de lo que hacer, de lo que comer. Se organiza el viaje no organizado, se anticipa tanto que hasta sabrás si limpian la moqueta o si la almohada será blanda. Existen otras vías, donde la electrónica se aparca. No hablo del sueño, de mecerse mientras el deseo se dispara en la cabeza. Basta un papel, unas pocas hojas, le llaman periódico, lo llamaban, diremos dentro de poco. Se lee mientras las manos lo sujetan. Dijo alguien que no había mejor forma de acercarse a un país que leer su prensa. Lo he intentado poner en práctica. Eso en paralelo a la observación de las costumbres, a recoger impresiones que se graban, a compartir cuatro frases con los lugareños, aprendiendo a escuchar, desde la ausencia de prejuicios, a ser posible.
Y recibo de los que viajaron ejemplares que llegan en bolsa de plástico, de la Argentina lejana, del Chile angosto, de una Kenia con la que soñar. Y veo que aunque el lenguaje de aquellos países, hermanos o no, de allá, sea diferente al de acá, decimos lo mismo de otra forma. Los anhelos se expresan igual, son de corazón. Se comenta el teatro, las necrológicas también existen, los localismos se destacan. Las tierras se inundan y se buscan desaparecidos. El fútbol son 11 contra 11 persiguiendo la pelota. Se cobran penales o tarjetas, se anota y se pita gol. Sigo sin moverme, no estoy cansado. Lo complemento con fotos que muestran costumbres, también videos donde se baila y se canta, donde se oyen torrentes cual cataratas o lluvias. Se enseña o te enseñan, se cuida o te cuidan, se da y se recibe. Se hacen preguntas que la mayoría de las veces no tienen respuesta. Se eleva la vista al cielo y éste se emborrona y oscurece, y si te descuidas te inunda las calles. Y sin respuestas sólo queda seguir, siempre hacia adelante, construyendo cada día, desde esa inocencia que se va perdiendo. Crecer por dentro para acompañar, para dar tu tiempo, para dar tu risa o contagiar tu alegría de ese día, o que te la contagien a ti. Y sin que mis pies pisen o toquen la alfombra cambio de país y cruzo la frontera después de viajar en autobús, eterno, o en avión. ¿Y qué me dice el nuevo día? Que mire el reloj para calcular tiempos, que yo ya dormí, que ellos no, que él ya está durmiendo mientras yo laboro. Y así los días, semanas, y luego veré rostros diferentes pero iguales y unas sonrisas en las que los dientes son más blancos que los nuestros. Quizás porque son verdaderos y sinceros. Volver al papel y luego a las imágenes que vienen en sueños, en blanco y negro o en color, es una incógnita. La gama de grises se va del cielo al mar. Hay diferencias, también distingo praderas, todo es diferente. Las figuras vestidas pueden ir de blanco o de otros tonos. Las caras se acercan a lo blanco. Al acercarme a ellas, al verlas en primer plano, distingo algunas conocidas, reales, que hablan con voces que no escucho, que no distingo su tono, su entonación, que no sé lo que me dicen, que estoy soñando, digo, que estoy de viaje, afirmo, y alejo el foco de la escena. Fundido en negro, un camino, donde no suenan las pisadas a la vereda de un río que no canta. Los pájaros vuelan sin hacer ruido. La línea recta lleva, tiende, al infinito.

lunes, 28 de agosto de 2017

siete días



Empezaré por el final, es 24 de agosto, jueves. El pantano de Vitoria no siempre estuvo ahí, y su nivel varía, caprichos del hombre y de la naturaleza. Hace años se abrieron las aguas para que anduviéramos sus resecas tierras. Hoy el agua no cubre todo pero no deja ver la desolación de otras cuencas. En bici se puede disfrutar a su vera. Árboles que tapan la visión del preciado bien y claros que dejan ver un mar sin olas. El pueblo de Azúa disfruta de vista privilegiada y su silueta, la de la Iglesia, se antoja de postal. Ahí al lado se puede pedalear sobre las aguas atravesando un puente estrecho que parece no acabarse nunca, quizás claustrofóbico al final. Acelero para llegar a la orilla y seguir serpenteando donde se oscurece el camino y las agujas de pino tapizan el suelo y donde se esconden las vacas del calor. Llegamos a Landa. Sigue el mismo bar, la casa pintada de blanco. Ciclistas, cruz y fuente de agua con sabor. Volver por el vasco navarro, vía verde elegante, todo un lujo para los deportistas y paseantes locales. En Bilbao continúan las fiestas con las polémicas habituales en torno a las txoznas, esas casetas regentadas por movimientos alternativos en su mayoría  que exhiben la mescolanza habitual de reivindicaciones y exposición de símbolos y mensajes cuyo alcance incluso se me escapa. Como ese Cristo en la cruz al que se le asignan nombres a sus diversas partes, como si fuera un cartel de esos que en las carnicerías nos ilustran sobre las partes a la venta de gorrinos y vacas. Dice alguien en la tele que es sátira. Yo no digo nada, no entiendo. Dicen también que no hacen caso a las recomendaciones del instituto vasco de la mujer y que Despacito se baila y se canta, mayoritariamente. También exhiben los carteles de los presos, piden su vuelta, no sé si presos o no, bueno, lo imagino. Y por último, con esa inocencia que les caracteriza, fruto de su infinita bondad, y exhibiendo su simpatía hacia todos los pueblos de la tierra, dan la bienvenida a los refugiados. No dicen a cuantos, ni si les van a acoger en su casa, ni aclaran que pasaría si el que pide cobijo es español. Antes hubo otro día, llegó el 23. Se suceden las informaciones sobre las investigaciones del atentado, se buscan fallos, siempre los hay cuando se atenta. Es fácil matar pero hay que buscar mejoras en el sistema, el que nos protege. A veces nos creemos inmunes, autosuficientes. A algunos políticos les puede la soberbia. Lo cierto es que nadie se enteró de que los jóvenes llevaban una doble vida en un pueblo donde es fácil no pasar desapercibido. Visito el Artium o museo de arte contemporáneo de Vitoria. “Cuando tiras un papel, no pensás”, eso dice la artista que arroja papeles al suelo. Liliana Parker expone, aparte de eso, pequeños muñecos, de aquellos de sobre sorpresa, que en algunos casos parecen alejarse de la escena. Dejan rastros, a veces parece sangre, otras veces, el líquido es azul, o restos de humo del disparo. Exposición temporal por partida doble. Mucho espacio, mucho edificio para tan poco. La colección permanente es pequeña, escasas piezas, pero de artistas de renombre. Dalí, por ejemplo, y su retrato de Mildred Fagen. De Rafael Lafuente, mujer en un paisaje. Se suceden los mensajes ante los escasos visitantes. Alguien destruye a Moisés en video. Algo de música, techos altos, paredes blancas. Un pedazo de cielo cristalizado preside la entrada. 15000 piezas de vidrio soplado en forma de lágrimas forman una gigantesca lámpara que no ilumina. Repiquetean las lágrimas por mor del viento. Buscando cual se mueve, por qué esa sí y otra no. Corrientes de aquí y de allá, de repente se agitan, luego paran. Mover el aire, tintinear el cristal. Javier Pérez, 2001. (Descubro luego que no es el aire quién las mueve, sino un motor, a voluntad, una vez más, la poesía del momento queda hecha añicos por la realidad, mecánica) 15 años cumple el museo. A mí me pareció una vida. Lo demás es calor, bochorno. Las formas de ellas, las nubes, son caprichosas. En la Casa del Libro, un perro se tumba, esperando que el dueño compre o lea, o termine de hojear libros. Pero antes de todo eso, cuando el perro no podía intuir que su dueño se olvidaría de él por un rato, en un recinto donde todo es silencio, cuando era día 22 descubrimos que siempre ganan los buenos. Y el último terrorista es abatido (ojalá fuera de verdad el último). Los habrá ya meditando sobre un futuro próximo, sobre la próxima fechoría que pondrá acto a la maldad. Ajeno a todo, el sol se fue por un rato. En unos países más que en otros. ¿Por qué?, si es el mismo sol para todos. Antes de todo eso mi esfuerzo me llevó a la entrada del túnel de la Minoria, tapado en su entrada y en su salida. Y antes fue lunes, día 21, y Bilbao relucía al sol. El museo de Bellas Artes fue para mí un lugar que nunca visité. Ahora lo hago, parte nueva y parte vieja. Alicia Koplowitz expone parte de su colección. La permanente merecerá una visita más sosegada. Nada que ver con la modernidad del Artium vitoriano. Las fiestas siguen, el parque de Doña Casilda se reserva para los niños y sus juegos. La ría se recuperó y luce al sol y lo que ello conlleva, calor de agosto. Comemos en plena Gran Vía, Monterey, un clásico que vive de las materias primas de calidad. Y mira por donde que el día anterior fue domingo, 21. Y eché de menos los 22 grados de Alcobendas. Me conformé con lo que el día ofreció. Y pasé Durana, pedaleé más y alcancé Retana, me desvié a un pueblo sin nombre al que luego bauticé como Amarita. Luego Luco, luego alguno más y media vuelta. Vía verde, patos en fincas, e iglesias. Perros que ladran y ciclistas que no madrugan, será por el frío. Termino con 20 grados. No recuperará mucho más el día. Dice mi madre que el cura dijo que no hay que cerrar puertas, lo dijo en la misa. Y que en las cárceles hay buenos y malos; yo pienso que no es momento de filosofar cuando la sangre está aún caliente. Inoportuno, es momento de condena y de llamar asesino a quién los es, y a quién Dios, si existiera, condenaría al infierno. Quizás es que no exista esto último tampoco. Pasó que pasaron chico y chica, yo los vi, se cruzaron y no se vieron. Cada uno absorto en su pantalla de Smartphone. Qué lástima, se acabaron las miradas furtivas, quién sabe si el amor de su vida pasó de largo. También pasó que fuimos a un concierto, al conservatorio de Vitoria, en homenaje a David Bellugi, fallecido recientemente. Americano él, profesor en Florencia. Hay emoción que interrumpe el discurso. Hay esfuerzo en el intérprete, que busca aire cual atleta, el silencio permite escuchar la mecánica de las teclas de un clarinete extraño. Se toca a Bach, Piazzola, Bartok, Weber, y algo de música Klezmer, alegre. Se ovaciona al final. Antes de todo eso hubo un sábado, 19 donde las nubes parecían cubrirlo todo. Una pastilla de jabón me recuerda algo, resbala de las manos. El melón a rayas se llama tendral y sin que tenga una cosa que ver con la otra me pregunto que había antes de las nacionalidades, quizás personas. Y hubo un tiempo donde no había banderas. O ¿qué había cuando no había nada?, cuando la oscuridad negaba la vida. ¿Se les pregunta a los muertos si son de aquí o de allá? No responden. Antes de todo eso vino el 18 de agosto, era viernes y al final del día me pasó lo que nunca me había pasado, y es que llamé a Jazztel y la operadora, amable y gentil, se despidió dándome sus bendiciones. Las acepto dando las gracias y me quedo sorprendido. Lo opuesto al mal, el bien, con actos o con palabras que atraviesan distancias a velocidades de vértigo. Ella lo dijo, yo lo escuché. Yo contesté. Pero hay más, un viaje para llegar hasta aquí. Hay prisas, todos corren, hay música, yo me estremezco, hay pensamientos, hubo muertos ayer, asesinados para nada. Hay pena, hay recuerdo. Hay de todo en esta vida, la que para algunos fue arrebatada tan de golpe y sin sentido.