viernes, 30 de marzo de 2018

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Sábado, último día, volvemos a las calles para ver palacios y la fuente de Berberini y sus abejas. Para ver cómo se fotografía el éxtasis de Santa Teresa en Santa María de la Victoria y para ver cómo la gente joven reza por doquier. No buscamos ningún record pero hemos visitado 45 iglesias. No está mal. Una de las últimas es Santa María de los Ángeles y los Mártires, diseño de Miguel Ángel, enorme, impactante, al lado de las termas de Diocleciano que no vemos. Los pasos se acortan. Nos alejamos un poco y encontramos palmeras en la Plaza de Víctor Manuel y un parque donde se juega al fútbol casi como antes, con porterías coloreadas, y en campo improvisado que engulle farolas y árbol. Toman cuidado los niños para evitarlos y para meter goles. Algunos padres animan. Todavía repetimos en Santa María la Mayor. Y también repetimos en la birrería Marconi para comer. Alguna compra, queso y poco más. Tiempo de volver. Dice un niño argentino en el autobús ante la afirmación paterna de que vuelven a la vida normal…”la peor vida del mundo”. Y es que el niño volverá al cole pero no se olviden de que los pequeños no suelen mentir. Desde la ventanilla vamos viendo ruinas y acueductos, cosas que no vimos a pie, también vemos suciedad en las afueras, escasez de servicios públicos. Más abandono a medida que nos alejamos, la chatarra tirada, las casetas de hojalata. Las ovejas pastan y ella duerme, agotada. El Tiber riega el mar, ya volando, contraste de colores en un mar que dibuja líneas. Nubes aisladas sobre el Mediterráneo. Alguna luz, es de noche, será un barco, sin saber adónde irá, nunca lo sabremos los que aquí habitamos este aparato de vuelo. Y para terminar empezaré por enumerar lo no visto y es tanto que no sabría por dónde empezar, es por eso que habrá que volver, las calles no cambiarán, no mudarán de nombre, no sé si taparán huecos o reemplazarán baldosas que mojan o juegan al engaño. Dudo que los romanos, que no llevan casco ni falda corta, ni espada en mano, ni escudo en la otra, respeten entonces los pasos de cebra. Quizás vaya en sus genes, en su vago recuerdo de un imperio caído, en ese pasar del infinito  a lo normal, quizás haya un ramalazo de barbarie, que no se va, en esa forma de conducir, reminiscencia de la conquista o de la prisa por conquistar el mundo; llegarán los bárbaros y todo cambiará. La caída del imperio, le llaman. No eché moneda a la fontana pero espero volver. Hay tanto que ver, hay tanto que admirar, hay tanto que pasear, sea a pie o andando, pisando charcos o esquivándolos, sea bajo tierra o sobre ruedas, y siempre buscando su mano, y encontrándola.

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Día viernes, día de cielo azul, de paseos y de muchas iglesias, de cansancio que se acumula, de seguir pensando que Roma es bárbara, exuberante y grandiosa, de que falta tiempo, de que una semana es poco, de que sería bueno venirse a vivir un tiempo para descubrirla a otro ritmo, para seguir comiendo pasta y para regocijarse con el arte. En San Carmino alle Cuatre hay fuentes en las cuatro esquinas, monja que friega el suelo y ruido de coches y de vespas. Se me cae el cristal de la gafa, menos mal que no es festivo y podemos encontrar óptica y arreglo. Vuelta a la calle. En San Vitalis estamos solos con la música, es del siglo V y hay una paloma que se va cuando entramos y que vuelve cuando nos vamos. En San Andrés al Quirinale hay cúpula dorada con ángeles y forma ovalada, le llaman la perla del barroco y aquí murió San Estanislao de Koska. Vemos el palacio del Presidente de la República, por fuera. Gente en los alrededores, plaza y obelisco. Volvemos a la Fontana, repleta de gente y de agua, más hermosa de noche. En la Plaza Colonnia hay otra columna historiada y se rueda película con vestidos años 70. Un señor, mayor, con altavoz, perturba el rodaje ante las risas del respetable. Más iglesias, más palacios, gente que se mueve. Vía Condotti se llena de tiendas de lujo y de marcas conocidas. Color en la plaza de España, y gente que ocupa escaleras en la escalinata de la Trinidad del Monti. Turistas y fotos. 170 escaleras hasta la iglesia. Merece la pena la visita, capillas con bonitas obras. Mucha gente, todos ávidos, cada uno sabrá de qué. Bonitas vistas de la ciudad, las cúpulas en la lejanía. En San Andrés della Fratte llegamos a los últimos minutos de la misa que se oficia de forma transversal, con altar en capilla. Oficiante joven, que dirá al final la misa ha acabado. Le llaman la Lourdes de Roma y es que hubo aparición en 1842 y conversión. En San Silvestre in Capite hay reliquia de la cabeza de San Juan Bautista, hay menos dinero, las paredes se desconchan y parece haber más recogimiento. El patio de entrada es precioso. Seguimos otra recomendación y comemos cerca de Plaza España, en Sugo d’oro, otro acierto. Mucho lujo en los alrededores, también galerías de arte. Helado en Gracchi. Ella habla muy bien nuestro idioma, se lo digo. Estamos en la plaza del Popolo, blanca, amplia, con iglesias gemelas y una joya a su espalda, Santa María del Popolo. Estatuas, y gente. Hermosa, y con acceso a los jardines Borghesse. Subimos escaleras, hay vistas y suena Hotel California al piano. Bustos y más bustos de ilustres personajes, árboles desnudos y vestidos. Paseantes y turistas, e indios que venden flores porque hoy no llueve. Más curas jóvenes, algunos hacen fotos. Banco a la sombra, se está bien viendo la vida pasar. Hacemos tiempo y es que enseguida abren la iglesia de Santa María, entramos en tropel, parecemos sedientos de arte y es que casi todos vamos al mismo punto, la capilla donde están los Caravaggio. Merece la pena la espera. Hay más aparte de los lienzos, hay estatuas, y más. Pompas en la plaza, enormes, vienen a por nosotros. Seguimos visitando iglesias o basílicas, difícil saberlo. Volvemos a Minerva, nos abren la librería para comprar postales de las Anunciaciones. Se acumulan las visitas y el descanso nos lo ofrece la música irlandesa en vivo, tres amigos, o eso parece, que tocan instrumentos mientras nosotros bebemos cerveza, podíamos estar en Dublín. Parece que las canciones se repitieran, no sé si decírselo, será mejor que no, será el alcohol. Las teles muestran fuego, hace calor al amor de la lumbre. Se hizo de noche, la Navona de noche es hermosa, los restaurantes esperan clientes. Nosotros cenaremos en T-burger station. Y luego, despacito, los pies no dan para más, tomaremos rumbo al hotel.

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Se fueron las lluvias un jueves. Echamos a andar en busca de Santa Práxedes. Nos habían dicho unos amigos que era preciosa. Y tenían razón. Pequeña y repleta de arte bizantino con la joya de una pequeña capilla, dedicada a San Zenón, donde la luz se enciende con monedas. También reliquia de la columna de la flagelación de Cristo. Caminamos hasta el coliseo, despacio. Hemos quedado para hacer una nueva visita guiada. Damos la vuelta al ruedo por el exterior para admirar la altura y para fotografiar los espacios. Buscamos el sol que calienta. Los alrededores del anfiteatro Flavio empiezan a llenarse de personas y grupos, muchos escolares. El nuestro arranca puntual, se llama Rosana la guía, es italiana, y la visita, de tres horas, será recordada. La visita arranca en el foro, con lección de historia. El foro como lugar de encuentro para el comercio, para el intercambio. Valle de agua entre colinas pobladas. Todo eso evolucionará pero nunca perderá el carácter público. Quedan restos, columnas, piedras, calzadas que pisaron muchos. Y sobre todo historias que Rosana va desgranando con calma. Subimos a los palacios del Palatino, más historias, restos de circo a lo lejos, el Massimo, que albergaba a 250.000 personas, y vistas del foro. Y queda el coliseo, un espectáculo, aquí llegan las historias de gladiadores, emperadores, cónsules, el senado, las luchas, las conquistas y las guerras civiles. Fotos y más fotos, dando la vuelta e imaginando. Hambre, y nos cuentan en un semáforo que la pasta de Angelino ha ganado premios. No lo pensamos más, al lado del coliseo, Osteria con abundante decoración, de paredes llenas y buena comida, aquí desde 1899. Andar después de comer, salir del bullicio, buscando una iglesia redonda, que está en obras. Lástima. Pero hay más, tantas que es fácil elegir la siguiente, la que esté en la calle presente, o en la siguiente…nos topamos con San Juan y San Pablo, con lámparas colgantes y altar de Santa Gema Galgani. Andamos la espina del circo Massimo. También hay perros sueltos en Roma, pero menos. Verde el recorrido que se antoja largo, no para las cuadrigas. En Santa María in Cosmedin hay cola exterior para meter la mano en la boca de la verdad, sobre todo jóvenes, muchos asiáticos. No haremos ninguna de las dos cosas. La iglesia no tiene tantas solicitudes, hay cripta también. Para subir a Santa María Ara Coeli hay que subir escalones, tantos como 122. Es grande, de techo plano, con muchas lámparas. Bajar escalones siempre fue más fácil. Volvemos a la iglesia de Jesús, hay teatro barroco a las cinco. Un poco de música, unas palabras, silencios y en la capilla de San Ignacio se descubre el lienzo principal y aparece una escultura plateada del santo, todo se ilumina. Plata y cobre relucen. También hay basílica de los doce apóstoles y zona sagrada en el Largo Argentino. Visitamos una librería para comprar el compendio de las obras de Miguel Ángel y vemos como las mujeres en Roma también celebran su día, manifestación y proclamas. La magnífica columna de Trajano se ilumina y paseamos los foros de éste, Augusto y Nerva. Miradores para eso, para mirar y seguir imaginando. En el gran café del passegero cenamos bien, ya cansados. Toca dormir.

domingo, 25 de marzo de 2018

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En el miércoles hay cielo y luz de momento. Salimos a caminar, a aprovechar la ausencia de lluvia y recorremos calles ayer oscuras, hoy llenas de contrastes. Foros que rebosan verdor, columnas de piedras que cuentan cosas y enormes monumentos para honrar a los grandes. Recorremos alguna iglesia antes de volver al teatro Marcello y apreciar con más luz sus mágicas ruinas del año 11 a.C. Hay palmeras en el patio del Palacio de Venecia, donde Mussolini tuvo despacho. Sin querer subimos escaleras para descubrir que alberga Museo y que alguna puerta abierta nos flanqueó el paso. Retrocedemos y seguimos buscando novedades. La iglesia del santo nombre de Jesús es barroca y casa madre de los jesuitas. Altos techos, frescos y decoración exuberante. La capilla de San Ignacio alberga su tumba flanqueada por espectaculares esculturas y también hay reliquia de San Francisco Javier. Y en otra capilla aparece uno de esos lienzos que impactan. Es un descendimiento, el autor es bosnio, Safet Zec, y la obra, de 2014, alberga a tres jesuitas de renombre junto a la Virgen, emocionante. Estamos de enhorabuena porque la siguiente basílica que visitamos también provoca emoción. Santa María sobre Minerva. Dicen que es basílica menor, considerada la única gótica de la ciudad, es propiedad de los dominicos. Lugar de enterramiento de varios Papas y de Fray Angélico, alberga una obra de Miguel Ángel, el Cristo Redentor, vista y fotografiada por todos. Pero hay un par de obras que yo destacaría más. Una Anunciación donde varias niñas, presentadas por Juan de Torquemada, reciben una dote para fundar una cofradía. La obra es de 1485, de Antoniazzo Romano. Y hacia 1490 Lippi pinta al fresco otra Anunciación donde Santo Tomás de Aquino presenta al Cardenal Carafa. Ambas magníficas, ambas imprescindibles para amantes del arte. Encontramos luego la iglesia de San Ignacio, muy similar a la de Jesús. Mucha y desbordante decoración, con la particularidad de ver un trampantojo o tela que se convierte en falsa bóveda. Hay espejos para admirar las alturas sin dejarse el cuello en el intento. La plaza de la rotonda se llena de luz, de sol y de música de contrabajo. Y de terrazas donde se saborea un sol que quiere imponerse. El panteón de Agripa es una estructura imponente. Iglesia también, desde donde se ve el cielo por una gran apertura en la impresionante bóveda, y por donde debiera de ser bonito ver llover o ver la nieve caer. Repleta de turistas y de visita gratuita, alberga la tumba de Víctor Manuel II y del gran Rafael. Nueva portada de templo, el de Adriano, alberga hoy la cámara de comercio. Una estudiante declama hoy sus conocimientos para el resto del grupo. Quizás sea el primer capuccino de mi vida, el que me tomo en Tazza d’oro, dicen que ofrecen el mejor café del mundo. San Luis de los franceses alberga muchos visitantes, todos buscando las obras de Caravaggio, tres en una misma capilla, todos dedicados a San Mateo, vocación, inspiración y martirio. Bonita la iglesia. La plaza Navona está construida sobre lo que era un circo romano. Estilizada, con infinidad de restaurantes y terrazas, esperando clientela, muchos turistas, muchas fotos y una bonita fuente con esculturas de Bernini. En la misma plaza la iglesia de Santa Inés, que es circular y llena de bonitos relieves. Van a cerrar y suena la campanilla. Es hora de comer y buscamos el Campo de Fiori, mercado, colores y olores, huele a queso y a mucho más, y se venden muchas alcachofas, lustrosas. Preside la estatua de Giordano Bruno, que fue quemado ahí mismo, en 1600, acusado de herejía. Paseamos por las calles adyacentes, la Via del Capellani es estrecha y con encanto. En la iglesia de Santa María de la Encina, en la plaza del mismo nombre, hay música hermosa y Anunciación en la Sacristía, donde pedimos permiso para entrar y fotografiar. Comemos con vistas al mercado, en Scampo. El cielo empieza a ennegrecerse. En San Andrés del Valle ofrece audio guía un agradable joven, según él una de las siete basílicas más importantes. Tiene una copia de la Piedad en bronce y es sede de la orden de los Teatinos. Vuelve la lluvia, buen momento para busca refugio en los Museos Capitolinos. Una verdadera joya, un par de edificios con subterráneo que los comunica. Explosión de escultura antigua, también pinacoteca. La Venus capitolina, la estatua ecuestre de Marco Aurelio o la loba amamantando a Rómulo y Remo son algunas de las obras más representativas. Yo quizás me quedaría con una Venus Esqulina o con un Hércules luchador o con el mármol violeta de Marsyas, por no hablar del galo moribundo. Visita imprescindible en Roma. Al lado el Vittoriano o monumento dedicado al rey, grandioso, enorme, guarda la tumba del soldado desconocido. Subimos a alguna azotea, vistas en la noche. Tiene ascensor de pago hasta la altura más elevada. No lo tomamos. Es hora de visitar la Fontana de Trevi, de verla iluminada, de verla llena de gente que se fotografía, de tirar moneda o no, de que alguien nos haga una foto sin saber que nos quiere vender algo. Es visita obligada en la ciudad, hermosa. Buscamos mesa bajo la lluvia. En Osteria al 16 se cena bien y en el hotel se descansa mejor.

sábado, 24 de marzo de 2018

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Por qué los demás no compartían su pasión. Era una de las preguntas que Ty Cobb se hacía. Ejemplo de espíritu competitivo, fue considerado el mejor jugador de béisbol de su tiempo y sólo la llegada de Babe Ruth le hizo sombra. Rivales y luego amigos. Persona difícil, dijeron de él. Es lo que tiene querer ser el mejor.

Ty Cobb. Charles C. Alexander. 1984