domingo, 14 de julio de 2013

sevilla - la caridad



El que llevaba a alguien en brazos en lo alto de San Telmo no es otro que Mañara, fundador del Hospital de la Santa Caridad, una de las muchas sorpresas que ofrece la ciudad. A la muerte de su mujer, Miguel Mañara decide dedicar su vida al servicio de los más desfavorecidos e ingresa en la hermandad de la Santa Caridad (1662). A partir de aquí inicia su nueva labor. Tarea que hoy sigue desarrollando la hermandad atendiendo a más de ochenta residentes cuya admisión se tramita con arreglo a baremos de pobreza y soledad. Edificio de la segunda mitad del XVII se visita con audio guía que brinda interesante información. El patio suena a agua y los colores amarillo y blanco imperan. Dicen que fue la peste la que llevó a Mañara a construirlo. Antes la hermandad se dedicaba a enterrar a los ahogados y a dar consuelo a los ajusticiados. Fue él el inspirador de incorporar a los vivos bajo el techo de la caridad. Del patio a la Iglesia, pequeña obra maestra. Resuenan las palabras en el silencio de los bancos, “la caridad como forma de evitar la condenación”. Don Miguel percibe el destino incierto: “En un abrir y cerrar de ojos la muerte se impone”.  Como se impone el arte en un recinto donde Murillo es protagonista con varias obras como la de San Juan de Dios transportando a un enfermo o la excelente Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos. Y no hay más porque el mariscal francés Soult, gran amante del arte, se llevó unas cuantas en su vuelta a Francia tras la Guerra de la Independencia.  Enrollar lienzos era más fácil que llevarse esculturas. Y ahí permanece el excepcional Santo Cristo de la Caridad, que representa a un Cristo arrodillado y atado de manos, obra de Pedro Roldán, de la primera mitad del XVI. Del mismo autor se ve en el retablo principal  el Entierro de Cristo, espectáculo puro; dicen que es la obra principal del autor y muestra múltiples figuras, Cristo, su madre, las tres Marías, San Juan, Nicodemo, José de Arimatea y el ángel que sostiene la lápida. Ya afuera, en la sala de cabildos, aparecen varios objetos relacionados con el fundador, como su espada, así como otras obras pictóricas, una de ellas, la de una niña repartiendo pan a los pobres mientras la puerta de la verja de su residencia permanece abierta, evoca el mundo de la caridad. Finaliza la visita y enfrente del hospital un pequeño jardín contiene una estatua de Mañara similar a la que se encuentra en las alturas del palacio.

sábado, 13 de julio de 2013

talese y floyd



Dicen que instauró un nuevo estilo. No puedo decir que si o que no. Sólo que me ha gustado la recopilación de artículos. Genial sus Orígenes de un escritor de no ficción, magnifico retrato de sus comienzos profesionales. 81 años contemplan al periodista norteamericano. Elijo un artículo, y hoy lo vuelvo a leer. Se titula El perdedor y narra un momento en el tiempo en la vida del boxeador Floyd Patterson. Magnifica la forma y excepcional el fondo. Toda historia tiene que tener algo y esta la tiene y Talese le saca más. Sólo por esas dos piezas ha merecido la pena. Buscaré otros libros de él, historias de personajes reales, con vidas que superan cualquier ficción.

Retratos y encuentros. Gay Talese. 2010

allá lejos



Libro de recuerdos y memorias, escrito al final de una vida. Lo primero que hace el autor es advertir sobre lo que significa recordar desde tan lejos. No hay orden en los recuerdos…dice. Pero da igual y es que el resultado es delicioso. El autor, británico, nació en la Argentina y de allí son esos recuerdos, de gentes y naturaleza, de familia y aves, una de sus pasiones. De vivencias y de dolor, de descubrimiento y de alegría, de extensiones inmensas de terreno, de migraciones que tapan los cielos, de aventuras en charcas y parajes.  Nunca me cansaría de estar allí…recuerda. De encuentros que dejaron poso aunque él no dijera ninguna palabra o de memoria de ojos azules de nomeolvides. El final desfila suavemente y envuelve quizás aquello que mas conmueve a cualquiera, el recuerdo de una madre, esplendorosas páginas para un libro que deja el poso de lo bueno.

Allá lejos y tiempo atrás. W.H.Hudson.1919

de marcapáginas



Me atrae el tema y un euro no va a ningún sitio. Compro el libro en Cádiz, día de calor, librería de antiguo en plaza cercana al jaleo de otra que alberga a los pequeños con sus padres, en ese maremágnum de idas y venidas, de coches y correpasillos. Y el libro contiene una sorpresa y es un trozo de ecografía que sirvió de marca páginas para un volumen ya antiguo. No sé qué se ve en ese trozo de papel. Vida en blanco y negro en sombras. Las fechas son claras, 6 del 8 del 84, el hospital también, el Puerta del Mar de Cadiz. Hablemos de pronósticos, el de la eco desconocido. Si es un bebé tendrá hoy unos 29 años, si era algo mas nunca lo sabré; el del volumen también, como todo libro que empieza. Quién lo leyó lo soltó. Yo también lo haré. Prometió al principio el libro. La vida de Velázquez, o una parte, pero luego me perdí o se perdió el autor, o yo no supe comprender donde iba y todo se quedó en fuegos de artificio y sólo algunos detalles y poco más, para mi entender, que es pequeño pero soberano en mi humilde biblioteca. No irá a la hoguera, seguirá su camino en busca de nuevas manos que desentrañen que hay detrás de esas sombras de órganos humanos.

La cruz de Santiago. Eduardo Chamorro. 1992

viernes, 12 de julio de 2013

la forja



Todo es escueto y sencillo. Parece que se telegrafía la vida en frases cortas. El protagonista narra en tiempo presente. Me empeño en anotar los nombres de los protagonistas. Al final lo dejo. Hay algo más allá de esos nombres de los que no volveremos a saber más. Como el autor dice más tarde, “Los nombres no hacen el cuento”. A veces aparece un diálogo, necesario. Y se suceden los capítulos y estos se acaban con pensamientos a veces lapidarios, o con reflexiones que dejan entrever algo más. De repente una confesión, a mitad de lectura, en las faldas de su madre, un párrafo que me emociona. Y poco a poco la realidad social pasa de ser contada a ser evaluada. Y aparece la rabia, y siguen las perlas. Y el protagonista acaba su infancia y ya adolescente siente el ansia de subir. Y de repente estalla el libro y se desborda, es en ese capítulo titulado Revisión de la infancia. Espectáculo puro. ¿Es esto la vida?, se pregunta Arturo Barea. Y ya el estilo barojiano se queda atrás y se toma partido y el autor se pronuncia. Y todo aquello que yo había oído acerca de esta historia se hace real. Así hasta el final de esta primera parte de la novela autobiográfica del escritor. Con ganas de empezar la segunda parte.

La forja. Arturo Barea (1941)

recuerdos y vergüenza



Ya lo dice la introducción, todos o casi todos los testimonios, un total de 27, coinciden en que antes todo era mejor, y ese antes está ligado al periodo de no libertad, al tiempo donde los protagonistas eran esclavos en ese sur norteamericano tantas veces cinematografiado, viviendo en la más absoluta indignidad. Hay algo de extraño en este libro que deja hablar a los protagonistas y cuyo testimonio oral pasa por vidas olvidadas y miserables vistas desde nuestra distancia. Esos testimonios se tomaron en la década de los treinta cuando la gran depresión hacía estragos y cuando todos los protagonistas estaban entre los ochenta y los cien años. Hay algo de añoranza por los tiempos de la esclavitud, donde ellos rememoran una cierta seguridad en las necesidades básicas, hay algo de síndrome de Estocolmo. No debió de ser fácil el ser declarado libre de la noche a la mañana y no saber para qué servía la libertad y más aún cuando costó tanto que esa palabra tan manida tuviera sentido, está claro que no se pasó del blanco al negro, la escala de grises se hizo infinita y la emancipación real no llegó hasta décadas más tarde. Los relatos se suceden, algunos producen escalofríos. La miseria se masca y el libro se acaba entre el recuerdo de la vergüenza.

Before freedom (When I just can remember). 1989