sábado, 20 de abril de 2013

maestros y bohemia


La hoja de ruta nos lleva a la iglesia de San Francisco el Grande. Una de esas parroquias desconocidas, fuera del circuito de lo que hay que ver y que sin embargo hace honor a su nombre. Sus dimensiones compiten en el ranking de cúpulas más altas y trazados imposibles, y la vista hacia arriba encorva el cuello y parece dañar las cervicales. Todo su interior es una obra de arte y algunas de las capillas adosadas sufren el azote de las humedades. La reconstrucción se antoja necesaria pero la propietaria de la iglesia, el Ministerio de Asuntos Exteriores, no parece tener los dineros para ello. La visita es guiada, magnífica, plena de entusiasmo y detalles. Alguien que hace bien su trabajo siempre es digno de alabanza. Y el placer por mostrar tanta obra se plasma en más de una hora de visita que empezamos casi solos y acabamos en grupo de más de 20, con nacionalidades diversas, gente que se engancha a la casi vuelta al ruedo con visita intermedia a la sacristía y a los pasillos adyacentes que albergan paredes repletas de lienzos.  Hay cuadros de los grandes, como Goya o Zurbarán, pero también de aquellos que educaron a los grandes. Y es que el maestro siempre fue necesario, entonces, y ahora, más que nunca. Y los que enseñaban también pintaban, y unas cuantas obras de las presentes pertenecen a quienes pusieron pincel en mano de Goya, Dalí, Picasso o Velázquez. Después nos dirigimos a la Fundación Mapfre donde dos exposiciones marcan el invierno y primavera de Madrid. La primera se denomina Luces de Bohemia, y se subtitula como Artistas, Gitanos y la definición del mundo moderno. Y la vida errante se abre paso entre una gran cantidad de obras cuya visita forma grandes colas. La gratuidad hace el resto. Me llama la atención la indefinición sexual del Joven Gitano de Charles Landelle y la espléndida Joaquina la gitana, de Sorolla, donde la madre sostiene a su criatura. Remontándonos al siglo XVI vemos a Los actores de Nicolas Baullery y acabo con la ensoñación de Charles Amable Lenoir, esplendido boceto de sueño ante una ventana, ante la noche negra y estrellada. Da para más la Mapfre, con los impresionistas y postimpresionistas, y a pesar de los Van Gogh, Renoir y compañía, la pléyade de estrellas es tremenda, me cansa más el paisajismo o el costumbrismo de esos artistas. O será el cansancio de la mañana o será la sobreexposición al arte, que todo en justa medida y nada con exceso.






sábado, 6 de abril de 2013

améxica

Tiene que acabar. Según a qué se aplique puede sonar utópico e iluso. Por ejemplo si hablamos del hambre en el mundo. Pero no, se trata de la violencia en México, y en principio parece posible el que algo limitado a un espacio finito y cuantificable tenga remedio. Después de terminar el libro la sensación es de desasosiego y de falta de futuro. La violencia asociada a la droga y a lo que de su comercio se deriva. Un país al norte con una demanda insaciable. De norte a sur la mercancía que atraviesa la frontera tiene forma de armas, para luchar contra el estado y contra el resto de bandas. La desigualdad, degradación y explotación del trabajador crean en el lado mexicano empobrecimiento y miseria, con un tejido industrial que trabajaba para USA con costes de tercer mundo y que ahora emigra para ahorrar aún más costes. Caldo de cultivo para los jóvenes sedientos de dinero, fácil. La codicia de unos y otros mueve ese microcosmos en que se ha convertido la frontera, impregnado de corrupción. Crece el consumo de droga dentro del país y se mata por dinero, para consumir. El poder de los narcos llega a las instituciones y pervierte el modelo. Miles de personas desaparecidas sobre las que no se investiga y donde el estado se lava las manos. No existen escuelas para todos y los que sobran se abandonan a su suerte. El contrapunto lo pone una parte de la iglesia y la mujer, que lucha por salir de su discriminación inherente a una sociedad machista, la mujer que socava el estatus masculino buscando una independencia económica y que es correspondida con el feminicidio. El contrapunto también lo pone la mayoría silenciosa a veces que lucha el día a día. Es triste llegar a decir que las cifras son de poca utilidad, números que sólo sirven para acrecentar el drama de los que sufren y la vergüenza de los dirigentes. Y las preguntas se amontonan en la conciencia de los que mantienen la lucha, ¿por qué se mata a los residentes de un centro de rehabilitación?, ¿por qué se asesina a más de 20 integrantes de un grupo musical, impunemente? Entre tanta miseria el contrapunto crece con la esperanza. Y me quedo con la frase más hermosa, la de Manuel García Guajito, capataz en un rancho de la frontera. “He visto a un montón de gente caminando por la autopista allí. Llevan la ropa desgarrada, tienen hambre y les ofrecimos un poco de comida, pero no sabían qué hacer con ella. Iban andando como zombis, por la carretera. Lo que pasa es que no me da miedo morir, lo que me da miedo es estar vivo y no ser capaz de ayudar a esa gente que va por la carretera”.


Améxica. Guerra en la frontera. Ed Vulliamy. 2012