
La hoja de ruta nos lleva a la iglesia
de San Francisco el Grande. Una de esas parroquias desconocidas, fuera del circuito
de lo que hay que ver y que sin embargo hace honor a su nombre. Sus dimensiones
compiten en el ranking de cúpulas más altas y trazados imposibles, y la vista
hacia arriba encorva el cuello y parece dañar las cervicales. Todo su interior
es una obra de arte y algunas de las capillas adosadas sufren el azote de las
humedades. La reconstrucción se antoja necesaria pero la propietaria de la
iglesia, el Ministerio de Asuntos Exteriores, no parece tener los dineros para
ello. La visita es guiada, magnífica, plena de entusiasmo y detalles. Alguien
que hace bien su trabajo siempre es digno de alabanza. Y el placer por mostrar
tanta obra se plasma en más de una hora de visita que empezamos casi solos y
acabamos en grupo de más de 20, con nacionalidades diversas, gente que se
engancha a la casi vuelta al ruedo con visita intermedia a la sacristía y a los
pasillos adyacentes que albergan paredes repletas de lienzos.
Hay cuadros de los grandes, como Goya o Zurbarán,
pero también de aquellos que educaron a los grandes. Y es que el maestro
siempre fue necesario, entonces, y ahora, más que nunca. Y los que enseñaban
también pintaban, y unas cuantas obras de las presentes pertenecen a quienes
pusieron pincel en mano de Goya, Dalí, Picasso o Velázquez. Después nos
dirigimos a la Fundación Mapfre donde dos exposiciones marcan el invierno y
primavera de Madrid. La primera se denomina Luces de Bohemia, y se subtitula
como Artistas, Gitanos y la definición del mundo moderno. Y la vida errante se
abre paso entre una gran cantidad de obras cuya visita forma grandes colas. La
gratuidad hace el resto. Me llama la atención la indefinición sexual del Joven
Gitano de Charles Landelle y la espléndida Joaquina la gitana, de Sorolla,
donde la madre sostiene a su criatura. Remontándonos al siglo XVI vemos a Los
actores de Nicolas Baullery y acabo con la ensoñación de Charles Amable Lenoir,
esplendido boceto de sueño ante una ventana, ante la noche negra y estrellada.
Da para más la Mapfre, con los impresionistas y postimpresionistas, y a pesar
de los Van Gogh, Renoir y compañía, la pléyade de estrellas es tremenda, me
cansa más el paisajismo o el costumbrismo de esos artistas. O será el cansancio
de la mañana o será la sobreexposición al arte, que todo en justa medida y nada
con exceso.
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