sábado, 6 de abril de 2013

améxica

Tiene que acabar. Según a qué se aplique puede sonar utópico e iluso. Por ejemplo si hablamos del hambre en el mundo. Pero no, se trata de la violencia en México, y en principio parece posible el que algo limitado a un espacio finito y cuantificable tenga remedio. Después de terminar el libro la sensación es de desasosiego y de falta de futuro. La violencia asociada a la droga y a lo que de su comercio se deriva. Un país al norte con una demanda insaciable. De norte a sur la mercancía que atraviesa la frontera tiene forma de armas, para luchar contra el estado y contra el resto de bandas. La desigualdad, degradación y explotación del trabajador crean en el lado mexicano empobrecimiento y miseria, con un tejido industrial que trabajaba para USA con costes de tercer mundo y que ahora emigra para ahorrar aún más costes. Caldo de cultivo para los jóvenes sedientos de dinero, fácil. La codicia de unos y otros mueve ese microcosmos en que se ha convertido la frontera, impregnado de corrupción. Crece el consumo de droga dentro del país y se mata por dinero, para consumir. El poder de los narcos llega a las instituciones y pervierte el modelo. Miles de personas desaparecidas sobre las que no se investiga y donde el estado se lava las manos. No existen escuelas para todos y los que sobran se abandonan a su suerte. El contrapunto lo pone una parte de la iglesia y la mujer, que lucha por salir de su discriminación inherente a una sociedad machista, la mujer que socava el estatus masculino buscando una independencia económica y que es correspondida con el feminicidio. El contrapunto también lo pone la mayoría silenciosa a veces que lucha el día a día. Es triste llegar a decir que las cifras son de poca utilidad, números que sólo sirven para acrecentar el drama de los que sufren y la vergüenza de los dirigentes. Y las preguntas se amontonan en la conciencia de los que mantienen la lucha, ¿por qué se mata a los residentes de un centro de rehabilitación?, ¿por qué se asesina a más de 20 integrantes de un grupo musical, impunemente? Entre tanta miseria el contrapunto crece con la esperanza. Y me quedo con la frase más hermosa, la de Manuel García Guajito, capataz en un rancho de la frontera. “He visto a un montón de gente caminando por la autopista allí. Llevan la ropa desgarrada, tienen hambre y les ofrecimos un poco de comida, pero no sabían qué hacer con ella. Iban andando como zombis, por la carretera. Lo que pasa es que no me da miedo morir, lo que me da miedo es estar vivo y no ser capaz de ayudar a esa gente que va por la carretera”.


Améxica. Guerra en la frontera. Ed Vulliamy. 2012

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