sábado, 23 de marzo de 2019

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Burdeos, Bellas Artes. De esos museos que quedan en la memoria. Un par de alas, un jardín, unas sillas, una estatua, un estanque, un tiempo, un silencio aunque haya ruido. En pintura antigua una sagrada familia del taller de Vasari, o una virgen de Perugino. Un auto retrato triste de Pedro de Moya con sus pinceles, de Granada, pintor barroco, del que se conoce poco (1610-1666). Precioso el San Sebastián curado por Santa Irene, atribuido al Maestro de la Chandelle o Maestro de la Vela. Dicen que es Trophime Bigot, 1579-1650. También bonita una virgen con niño de Pietro Berrettini, 1641. Vemos un puerto de Burdeos lleno de barcos en frenética actividad comercial. Te puedes sentar y ver, cómodo. En escultura un Mozart que se muere o una talla de cuerpo entero de Assia Granatouroff, exiliada rusa que fue modelo para muchos artistas. Por último Giotto en el estudio de Cimabue es una forma de pintar historia sobre los antiguos maestros.

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La noche deja algún chaparrón y ruidos de ducha temprana. Es lunes, Carrefour abrió y aparcamos ahí. En Darwin se pretende trabajar de forma sostenible respetando el medio ambiental. Antiguos cuarteles y base nazi para la construcción de submarinos, el espacio se antoja enorme. Ondea la bandera republicana junto a la francesa y una placa recuerda a los republicanos españoles presos obligados a trabajar en la base. Algunos de ellos murieron. Hay pintadas, murales y decoración vintage en tienda y restaurante ecológico con mesas de cocina y sillas de antes. Reciclar para no gastar. Y sobre todo gente que trabaja en extraños contenedores. Muchas fotos. 

Esta ribera del Garona quiere ser verde y salvaje, con cercas de madera que separan el césped del agua. La gente corre y corre, otra constante de Francia, a todas horas, entre cartas olvidadas de los que se fueron a la gran guerra. La ribera clásica asoma entre los árboles. Precioso este paseo.
 
Tras cruzar el puente encontramos rastros y huellas del padre Chaminade, fundador de los Marianistas. Después San Michel, imponente basílica, vieja, no restaurada, me gusta que la piedra sea oscura. Hay silencio, algún paso, portazo, otros pasos, y vidrieras modernas que dejan pasar una luz que pinta de colores las piedras. A destacar la capilla del Santo Sepulcro con un hermoso retablo en piedra del XV. El campanario se eleva fuera, en medio del mercadillo que vende de todo. Comemos bien en Caruso mientras caen cuatro gotas y se van. Los soldados patrullan de ocho en ocho, en ambas aceras. Agradable ver la vida pasar por el ventanal. Mas zapatilla para llegarnos al museo de bellas artes, en el jardín que separa ambas alas ondean reproducciones de obras y el sol se agradece. Son rostros, incompletos, bodegones y paisajes con nubes. El museo merece una entrada aparte, muy recomendable. También llegaron los romanos hasta aquí y quedan unos restos del coliseo o anfiteatro romano. Los niños salieron de clase. En el barrio de los Cartujos (Chartrons) también hay iglesia neogótica, de San Luis. En el jardín público hay juegos, hay sol, unos tumbados, otros sentados. Lo que sería un parque, con estanques, patos y puentes metálicos. Juana de Arco siempre presente. Se hizo de noche, poco a poco, cenamos en Fuxia donde suena la música italiana, romántica. El hotel Normandíe solo tiene una luz encendida, o son huéspedes o son fantasmas. A casa despacito mientras la gente sigue tomando cerveza o cenando al aire libre, son jóvenes.

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Se me antoja la luz diferente, cristales limpios, será eso. Se me antoja diferente el paisaje, pueblo nunca visto, imposible. No puede ser que surjan pueblos de la nada, se pueden horadar montañas, trazar carreteras y otras cosas. Pero nada más, no engañar a mi mente que olvida ahora rápido lo que tantas veces miré pero quizás no vi.
Y se me agotan las palabras, llegan los kilómetros, pasan, dentro de poco empezarán las nubes primaverales, florecerá lo que no lo ha hecho ya y vuelta a empezar, se llama ciclo de la vida. La luz se queda, el día se alarga.

Y de nuevo al coche tras parada intermedia en Vitoria, es domingo de bruma, de nieblas y silencios por carretera sinuosa llena de señalizaciones, cambios de velocidad y radares que vuelven loco al pobre conductor. Autopista encajonada entre montañas, pisos que nunca verán el sol, nubes que mojan y Francia que se abre al cruzar el Bidasoa. Llanuras de bosques y verdor. Ahora las nubes vendrán del atlántico, tercas. Los peajes se multiplican y los km se hacen largos aunque sean de 1000 metros. 

Burdeos aparece con construcciones grises y de color beige con el río como columna que nos orienta. Inmenso, espectacular el Garona, precioso. Ciudad que mandó barcos a las costas africanas para capturar esclavos y que recibía los bienes de las colonias. Que habrán visto sus aguas. Preguntarse la historia para conocer una ciudad que paseamos a paso rápido, hace viento, más bien frío en el puente. Lleva su tiempo cruzarlo, son 450 metros. Las aguas parecen turbias y un tanto turbulentas. Comemos en una brasserie, antigua, los espejos se quedan sin luz, los barcos en pequeño serán copias de los que un día surcaron el río buscando el mar. Los camareros se mueven agiles pero la comida tarda. Hambrientos, devoramos ensaladas con pan y botella de agua del grifo, un habitual en Francia. Monumental esa ribera del río con algunos edificios oficiales. Parece haber poca gente, luego diremos lo contrario. Hasta sale un poco el sol. Andando encontramos gente, en la feria en la plaza de Quinconces están muchos de ellos, familias disfrutando de comida y atracciones. Noria gigante, vértigos de subida y bajada. Monumentos dedicados a los que perdieron la vida durante el periodo de terror tras la Revolución. Zona peatonal, atestada de tiendas y de gente que compra en Domingo. 

Catedral gótica, alta y ancha, con grandes vidrieras. Realmente gótica, no reconstruida posteriormente, está poco decorada en su interior como la mayoría de templos franceses, sobrios. Gratuita. No entramos a la exposición de pintura que prometía ser interesante. Sillas de parque o de pueblo de las de toda la vida para sentarse y mirar hacia arriba. La sinagoga recuerda a sus víctimas. Llegamos a la plaza de la Victoria donde parece cambiar todo y empieza otra vida de barrios más humildes. Se acaba la peatonalización y aparecen los testigos de Jehová. Por la puerta de peregrinos venían éstos, con intención de llegar a Santiago, quien sabe si lo lograban. Él canta “Rock me mamma”, muy bien, las dos manos en la guitarra. Más música por allá, y por acá pastelería argelina, gente de origen magrebí que se reúne en bancos y plazas, carnicerías árabes, hablan su idioma, no parece un signo de integración. Oscurece y el puente se torna atractivo. Ahora se descubre quien vive dentro de esos bloques que parecen antiguos. Más luces encendidas al otro lado del río. Cena en McDonalds, que también cambia con pedidos en pantallas. A este lado de la ciudad la vida se tornó tranquila. Toca descanso.