domingo, 12 de octubre de 2014

camino real



Siguiendo el Camino Real trazado por Fray Junipero Serra la carretera del Pacífico enlaza San Francisco y Los Ángeles. Sinuosa y espectacular a tramos, sobre todo mas al norte, alberga acantilados, riscos y praderas tostadas por el sol con árboles que motean el paisaje. También los leones marinos descansan a su vera. Los tonos de cielo y océano se confunden y entre medias todas las paradas que se quieran para seguir disfrutando. La tapia blanca corresponde a Monterrey. Espectacular bahía, acuario de renombre y flores que se descuelgan tras el muro. Estaban de fiesta ese día; mercado con comida tradicional. Y música, y espacio para sentarse a la sombra. El cielo mas azul que el propio color. Después seguimos camino entre curvas que juegan caprichosamente a escondernos del inmenso mar. Verano del 2007.

sombra



Dicen que las sombras son alargadas. No depende de ellas. Hay factores extraños que hacen que aparezcan o desaparezcan, caprichos de los astros. Desproporcionadas a veces, buscan protagonismo y se ofrecen orgullosas buscando nuestra aprobación. El objeto proyectado casi en segundo plano, reducido a lo que es. De formas y tamaños inalterables. Hacía calor en Granada, lo habitual, era agosto de 2007.

foco



Mas cornadas da el hambre. Fallecen al día unos 17.000 niños al día por causas evitables. En todo el mundo. Este brote de ébola ha infectado en Africa a 8.000 personas en varios meses. En España un error humano causa una infección y ya se acaba el mundo. Desenfocado. Todo. La prensa alarma, el gobierno expone su desorden y entre falta de responsabilidad, de profesionalidad y pánico exagerado nos pasamos los días escuchando tonterías. El éxtasis de la tontuna se alcanza con excalibur, el perro de la afectada. Gritos para salvarlo. El foco se equivoca una vez más, de manera pueril. Los sueños también aparecen a veces entre tinieblas. Nebulosos y musicales. Me despierto en cama extraña con los sones de Take a chance on me. Mi cabeza no los olvida. Abba en un karaoke. Horas después también la realidad puede ser vivida desde la distancia aunque el espacio que me separa sea mínimo. Ver con reparos. Ver poco para no implicarse. Ver en la distancia. Ver sin gafas para no fijar imágenes de por vida. Exhumar pasa por sacar de la tierra. Viene de antes la palabra cuando la tierra albergaba cuerpos. Ahora son cajas en nichos. Exhumar tomando huesos de aquí y de allá, desvertebrados, y colocándolos en sudario blanco. Setenta años en caja de madera que se rompió poco a poco. Humedades tendrán la culpa. 70 años para un reencuentro de cuerpos ya sin alma. Me gustaría que estuvieran revoloteando. Imagino escenas de otro tiempo, no sé por qué pero imagino lluvia y paraguas. Los protagonistas han vivido sus vidas, acabadas. El misterio sigue sin desvelarse. De vuelta a casa el cielo cubre de negro lo que la mirada abarca. Real la lluvia, cae torrencial por momentos. No se llevará la estupidez humana. Lástima. Quizás fuera obligatorio asistir alguna vez a una exhumación. Lección aprendida, los zapatos negros de tacón no se van con el alma. No abandonan esta tierra. Ahí la realidad no miente.

domingo, 5 de octubre de 2014

antesala de colón



Delante de Colón, pasa desapercibida. Paso de cebra de la Biblioteca Nacional. Es dificil fijarse salvo que se levante la cabeza. A veces vamos mirando el suelo demasiado, o al frente, pocas veces miramos al cielo. Parece sorprendida, el gesto lo denota. Mesarse los cabellos implica pensar, el torso desnudo, un paso al frente. No es para menos, la sorpresa surge cada día al paso de la noticia, o del acontecer de la tierra. Un extraterrestre se marcharía al vernos. Eso dicen algunos por la web, que no quieren saber nada de nosotros. Las piedras tampoco. Sólo que no se pueden mover, ni gritar, ni correr. Si tuviera que elegir un personaje de ficción me quedaría con Forrest Gump. Para correr hasta decir basta. Es la forma mejor de aislarse del mundo, de no escuchar coches ni ruidos, de no pensar. De escuchar pasos y latidos, y una respiración acusada. Hay otra no tan intensa, que es pasear. Soslayamos los miles de ciclistas, 100.000 dicen, que participan en la fiesta de la bici en Madrid. El centro cerrado al tráfico, o casi. Muchos niños, mucho color. Suben por Génova y ella de espaldas. Casetas en Recoletos, 26 años de feria del libro antiguo. Vienen de toda la geografía. Compramos un par de libros, por cinco euros. Leer no es caro. Nunca. Siempre se puede empezar por los clásicos. Baratos en tapas de colores de Austral. Muñoz Molina también va en bici, pero no en el gran grupo, despistado parece, buscando algo. Después seguimos paseando en busca de unas tapas por Malasaña. Ofertas para el consumo. Esa parte de Madrid está sucia. Muchos lo dicen pero los que gobiernan no oyen. Es el gran problema del poder. No escuchar a quién te puso ahí. Los mismos que los quitarán. Sueños de grandeza que duran cuatro años. A mal tiempo mejor cara, la gente está en la calle, las terrazas llenas, el sol acompaña. Madrid no descansa. Bulle inquieta. En el pedestal no hay cambios ni los habrá. Sólo cuando llueva la piedra absorberá o rechazará. Cambiará de color un poco. Las gotas caerán, y no serán llantos.

sábado, 4 de octubre de 2014

colores

A veces las casas parecen albergar mundos enteros, alguien podría pensar que no es reflejo sino interior lo que se atisba por encima del buzón. Cartas que arrojadas dentro no sabemos dónde van. Cruce de colores en calle de Évora. El encanto de lo uniforme, de los colores básicos, de lo antiguo no modernizado, de lo que parece decadente pero que no es más que simplemente ahorro o no derroche superfluo. Portugal y su aspecto avejentado, que no quiere ser como los demás. Es verano, acabando, en 2014.

évora-2


Más Évora. Desayunamos entre soles y sombras tras la tormenta de la noche. Cafetería en Plaza Giraldo, la torrija sabrosa. Una ascensión breve de escalera de caracol estrecha nos lleva a la torre de la Catedral. Suenan las campanas. Buenas vistas. Un escaso rayo de sol nos permite comprobar que el reloj de sol de 1810 funciona. Son las nueve, hora solar. Recorremos el amplio tejado y bajamos al claustro. Llegan hasta él los ecos de un órgano, acaba la misa. Naranjo verde y fruto verde. Paz y sosiego en lugar destinado a girar en meditación y oración. Mandarinas también verdes. Los frutos conservan las gotas que no quieren caer. Se puede caminar por la techumbre del claustro. Sorprende encontrar baños y máquina de refrescos. El único ruido del lugar. Los paseantes paseamos los mismos pasos. Entrada a la Catedral. Imponente. Sigue sonando el órgano. Dicen que ya sonaba allá por 1584, en la recepción a la primera embajada de Japón en Europa. Destaca el conjunto escultórico de la anunciación. A un lado del pasillo, el ángel. Al otro Nuestra Señora de la O, con amplios ropajes y colores. Lienzos y tablas, muchos sin marcos y apenas restaurados. El Museo de arte sacro se encuentra en las instalaciones del antiguo colegio de jóvenes del coro. Las celdas y pasillos exponen pintura y escultura. Cada celda tiene su ventana y su asiento para ver el cielo móvil o inmóvil. Blancura por doquier. Sorprende la Virgen del Paraíso o Abridera. Se trata de un tríptico en marfil de la Escuela francesa del XIV, regalo de Isabel Alfonso a las religiosas dominicas del convento del Paraíso. Dentro aparecen escenas de la vida de la virgen, todo en pequeño tamaño. Interesante un poco restaurado Descendimiento de Lourenco de Salzedo (1530-1577). Otra obra, ésta de Gregorio Lopes (1490-1550) merece la atención, se trata del Descubrimiento de la cruz. En la misma sala se guarda el relicario de la Santa Cruz, que dicen tiene un trozo del madero traído en el siglo XIII y portado por Alfonso IV en la Batalla del Salado. Volvemos al paseo por esas calles estrechas de paredes blancas y bajos amarillos. El patio de la Pensión Policarpo ofrece una escena que empuja a cambiar de alojamiento. El también patio de San Miguel refulge al sol. Ahí está la Fundación Eugenio de Almeida y en uno de los edificios el Museo de carruajes. Visitamos la Iglesia de San Juan Evangelista o Loios. Las paredes todas decoradas con azulejos blancos con representaciones de escenas en azul. Lugar de enterramiento de duques y familias. Dos escotillas abiertas en el suelo dejan ver huesos y cráneos de monjes y un foso con agua, antigua cisterna del antiguo castillo árabe. Allí está enterrado Rui de Sousa, embajador portugués ante los Reyes Católicos y firmante del tratado de Tordesillas. En un blanco edificio, antigua sede del Tribunal de la Inquisición, llamado hoy Forum, se expone arte moderno. En la entrada nos explican amablemente el contenido. Expone Marta Palau, artista española exiliada en México, arte con reminiscencias indígenas más un homenaje a Lázaro Cárdenas, presidente mexicano, con dibujos y textos sobre la acogida a los exiliados republicanos. En la sala principal, de techo de madera con cruz, espada y árbol se expone una cascada de papel, tela y algodón.  Tomamos un tentempié en los jardines de Diana. No llueve y acarreamos paraguas y chaquetas. El Museo de Évora es un espacio interesante. Abajo escultura del XIX y XX. También tumbas de la edad media, restos arqueológicos romanos y árabes. Objetos de todo tipo, estelas funerarias. Fantástico un Sileno en mármol, dios menor de la embriaguez, del II d.C. Admirable también el Efebo en bronce del periodo romano. En la planta de arriba hay pintura. Interesante colección de tema religioso. Un cuadro a destacar, el de Nª Sª de Gracia, Santa Julita y San Guerito, obra de Francisco Henriques, pintor flamenco activo en Portugal a primeros del XVI. Ya más adelante en el tiempo aparece un Retrato de joven de Joaquim Manuel de Rocha, 1727-1786. Y ya en el XIX el escultor Antonio Teixeira (1866-1942) presenta obras como La lucha, o pelea de niños. Volvemos al pasado mas remoto. Viajamos en coche entre alcornoques y luego caminando por tierra hasta el monte de los almendres donde entre olivos aparece un menir de unos tres metros largos que quiere ser una manifestación artística inspirada en la figura del hombre. Con el cielo de Springfield por testigo seguimos camino hacia el recinto megalítico de los almendres, el más grande de la península. 2000 años mas viejo que Stonehenge, dice la información. La gente abraza las piedras redondeadas. Yo me siento, cansado, no siento la energía. Los antiguos pobladores de la tierra rindiendo tributo quizás, pensando, seguro que implorando, buscando siempre, ahora y entonces. El acueducto, mas moderno, se cruza en coche, y acercándonos a la muralla paramos en un Lidl. Domingo tarde y gente de compras. Cenamos en el Café Alentejo. Bonito, rojiblanco. Champiñones fríos, deliciosos, espárragos verdes, cocidos y fritos. Y como no, un bacalao Bras, mas delicioso aún. Nos sentamos después en la plaza del ayuntamiento. Desde ese balcón se proclamó el 5 del 10 de 1910 la República Portuguesa. Marco incomparable con iglesia de rosa al final y blanco frontal, caprichos de iluminación. La simetría se pierde por sombras oblicuas de luces que entran de otro lado. Un artista danza en un cubo, aburrido, sólo lo salva la música. Después guitarra y marioneta, extraño, me quedo con las sombras que llenan la noche.

évora-1


El frescor de la mañana de Mérida nos acompaña en el desayuno al aire libre bajo árboles que miro para atisbar ramas por caer. Es el horno de Toñi-Loli y las raciones son abundantes. Camino de la frontera aparece Portugal de repente y cruzamos lo que antes era paso y aduana y ahora es un cambio de banderas y señales de tráfico. La radio tres de la nacional de España se sigue oyendo y allá en tierra extraña, rodeados de campos de alcornoques, suena Maruja Garrido y una versión de Adoro que activa los sentidos. Rumba y flamenco que se mezcla con el homenaje al fallecido Peret. Entre campos hacia el oeste se pierde la señal poco a poco y la radio portuguesa ofrece el mismo tipo de música que la española. El cielo se encapota, la temperatura no sube pero la sensación de bochorno nos recibe en Évora. Después de dejar el coche en el hotel Ibis, extramuros, caminamos hacia el centro de la ciudad por el empedrado que todo lo cubre. Tonos blancos y amarillos dan un toque uniforme a las casas. Buscamos la Capilla de los huesos, donde allá por el siglo XVI los franciscanos se dedicaron a hacer paredes con huesos, calaveras y tibias. Parecen de talla pequeña a los ojos de los turistas. Muchos hacen fotos y se fotografían. En el frontal se dice: “los huesos que aquí estamos por los vuestros esperamos”. Es decir, llamada a la igualdad ante la única certidumbre de la vida. En la entrada un par de lienzos que representan a San Sebastián y a Cristo muerto, obra de Francisco Nunes Varela, siglo XVII. Paseamos y paseamos por calles y parque público de Évora con bancos color rojo sangre, de fuerte contraste con la naturaleza. Aparece la lluvia y los chinos nos sacan del apuro con paraguas baratos. Hora de comer, en el restaurante A Muralha. Parece una casa de comidas al estilo español. Mesas pequeñas, bastante juntas, lleno, servicio lento pero la espera merece la pena. El bacalao, dorado o asado, siempre bueno. Reminiscencias romanas también en Évora. El templo de Diana, en las alturas. Visitamos al lado el Palacio de los Duques de Cadaval. Popurrí de sillas, mesas, pinturas y esculturas. Lo mejor, las vistas tras las ventanas. Los suelos de madera crujen bajo nuestros pies, el ruido se siente y casi incomoda. Menos mal que somos casi los únicos visitantes, solitarios. Se casan Teresa y Joao en la Iglesia del Carmen. Guitarra, laúd y coro ensayan, con boy scouts. Velas en cada banco. Más bodas, en otra suena la marcha nupcial, universal. Es sábado tarde. Parece que es el día elegido por muchos para empezar una nueva vida. En los jardines fotos de novios o ya casados. En el Palacio de Don Manuel un poco de arte. Vasco de Gama en piedra en el jardín. También Florbela Espanca (1894-1930), poetisa e impulsora del movimiento feminista, nació y murió el mismo día del calendario. Tomamos una cerveza en la bonita Plaza Giraldo, monumental conjunto y epicentro de la ciudad, viendo la vida pasar y el tráfico que sobra. Elegimos para cenar la casa de fados María Severa. La cena, aunque buena, no es lo mejor del local, que cada cierto tiempo se queda en penumbra, y los mismos camareros que sirven dejan su trabajo por un momento y toman guitarra y aliento, para acompañar o para cantar. Un candelabro de cinco velas iluminas la escena y varios San Francisco también sirven de attrezzo. Amor ausente, dice una canción. Es el fado música de recuerdo, de añoranza. A veces suena triste y otras alegre. Canta ella, María Fernanda, gran voz, rota, siempre los ojos cerrados, o canta él, Jose Cuaresma, sorprendente. Música con sentimiento que se oculta detrás de letras que no se entienden como se quisiera pero que llegan igualmente a través de la música que pone la nota en el silencio. Caminamos hacia el hotel y en la plaza más música. Folklore regional se diría en nuestro país. Ellas con ropas muy coloridas, ellos con sombreros. Si cierro los ojos la música me suena familiar. Si los abro, su aspecto nos confunde, algo no encaja en lo conocido. El empedrado sigue sonando.