sábado, 4 de octubre de 2014

évora-1


El frescor de la mañana de Mérida nos acompaña en el desayuno al aire libre bajo árboles que miro para atisbar ramas por caer. Es el horno de Toñi-Loli y las raciones son abundantes. Camino de la frontera aparece Portugal de repente y cruzamos lo que antes era paso y aduana y ahora es un cambio de banderas y señales de tráfico. La radio tres de la nacional de España se sigue oyendo y allá en tierra extraña, rodeados de campos de alcornoques, suena Maruja Garrido y una versión de Adoro que activa los sentidos. Rumba y flamenco que se mezcla con el homenaje al fallecido Peret. Entre campos hacia el oeste se pierde la señal poco a poco y la radio portuguesa ofrece el mismo tipo de música que la española. El cielo se encapota, la temperatura no sube pero la sensación de bochorno nos recibe en Évora. Después de dejar el coche en el hotel Ibis, extramuros, caminamos hacia el centro de la ciudad por el empedrado que todo lo cubre. Tonos blancos y amarillos dan un toque uniforme a las casas. Buscamos la Capilla de los huesos, donde allá por el siglo XVI los franciscanos se dedicaron a hacer paredes con huesos, calaveras y tibias. Parecen de talla pequeña a los ojos de los turistas. Muchos hacen fotos y se fotografían. En el frontal se dice: “los huesos que aquí estamos por los vuestros esperamos”. Es decir, llamada a la igualdad ante la única certidumbre de la vida. En la entrada un par de lienzos que representan a San Sebastián y a Cristo muerto, obra de Francisco Nunes Varela, siglo XVII. Paseamos y paseamos por calles y parque público de Évora con bancos color rojo sangre, de fuerte contraste con la naturaleza. Aparece la lluvia y los chinos nos sacan del apuro con paraguas baratos. Hora de comer, en el restaurante A Muralha. Parece una casa de comidas al estilo español. Mesas pequeñas, bastante juntas, lleno, servicio lento pero la espera merece la pena. El bacalao, dorado o asado, siempre bueno. Reminiscencias romanas también en Évora. El templo de Diana, en las alturas. Visitamos al lado el Palacio de los Duques de Cadaval. Popurrí de sillas, mesas, pinturas y esculturas. Lo mejor, las vistas tras las ventanas. Los suelos de madera crujen bajo nuestros pies, el ruido se siente y casi incomoda. Menos mal que somos casi los únicos visitantes, solitarios. Se casan Teresa y Joao en la Iglesia del Carmen. Guitarra, laúd y coro ensayan, con boy scouts. Velas en cada banco. Más bodas, en otra suena la marcha nupcial, universal. Es sábado tarde. Parece que es el día elegido por muchos para empezar una nueva vida. En los jardines fotos de novios o ya casados. En el Palacio de Don Manuel un poco de arte. Vasco de Gama en piedra en el jardín. También Florbela Espanca (1894-1930), poetisa e impulsora del movimiento feminista, nació y murió el mismo día del calendario. Tomamos una cerveza en la bonita Plaza Giraldo, monumental conjunto y epicentro de la ciudad, viendo la vida pasar y el tráfico que sobra. Elegimos para cenar la casa de fados María Severa. La cena, aunque buena, no es lo mejor del local, que cada cierto tiempo se queda en penumbra, y los mismos camareros que sirven dejan su trabajo por un momento y toman guitarra y aliento, para acompañar o para cantar. Un candelabro de cinco velas iluminas la escena y varios San Francisco también sirven de attrezzo. Amor ausente, dice una canción. Es el fado música de recuerdo, de añoranza. A veces suena triste y otras alegre. Canta ella, María Fernanda, gran voz, rota, siempre los ojos cerrados, o canta él, Jose Cuaresma, sorprendente. Música con sentimiento que se oculta detrás de letras que no se entienden como se quisiera pero que llegan igualmente a través de la música que pone la nota en el silencio. Caminamos hacia el hotel y en la plaza más música. Folklore regional se diría en nuestro país. Ellas con ropas muy coloridas, ellos con sombreros. Si cierro los ojos la música me suena familiar. Si los abro, su aspecto nos confunde, algo no encaja en lo conocido. El empedrado sigue sonando.

No hay comentarios: