sábado, 12 de diciembre de 2015

segovia

Después de las revueltas de Navacerrada aparece la Granja y al rato Segovia. Son 84 km los que separan Alcobendas de ese otro mundo. A orillas del Eresma hace frío y el agua fluye continuamente. Espacio para pasear o salir corriendo, espectacular el paraje para el disfrute de los segovianos. La casa de la moneda a un lado y tras la cuesta, imponente, el Monasterio de El Parral. Los jerónimos dentro.  La fachada de acceso a la Iglesia parece inacabada, con dos escudos enormes. El sol se agradece allá donde llega. Se funda allá por 1447. Eugenio, el guía nos lo cuenta. Sólo quedan once monjes. Nos cuenta sus historias y edades. Nos habla de vocaciones y de fe. Todo eso al traspasar la puerta de madera que da acceso a la nave única de una iglesia alta y esbelta. Retablo de madera en el centro y alabastro a los lados. El malo de la serie Isabel, enterrado allí, Juan Pacheco. La Virgen de el Parral es pequeña y del siglo XI. Mucha historia y muchas historias. Las sargas que recubrían el retablo en semana santa a los lados. Enormes y grises. Obra de Diego de Urbina. En el interior del monasterio espectaculares vistas de Alcázar y de la ciudad. Estanque con percas que recibe agua de acuíferos subterráneos de los que se nutre la ciudad. En el recuerdo de hace unos minutos, el aspecto del embalse del Pontón era desolador. El claustro es coqueto, y ya en la despedida hablamos de los oficios de los monjes, carpinteros, su fuente de ingresos, de los belenes indultados y más sobre esa fe que mueve a los moradores y que sorprende a todos. En coche al centro. Decepcionante el Museo Diocesano que se sitúa en el Palacio Episcopal. Lo mejor es el edificio. Pocas obras y mucho espacio vacío en unas dependencias que dejaron de ocuparse en 1969. Mas interesante que el Diocesano es la colección de cerámica y pintura de Daniel Zuloaga. En el amplio patio del edificio se venden objetos antiguos y el dueño nos invita a visitar su tienda, almacén. Es hora de comer, en un patio de un antiguo palacio. El lugar se llama El Hidalgo y se come bien el menú del día. La única pega, pedí pudding de naranja y canela, y a cambio recibí un flan. Eso dice una señora, a viva voz, y yo también. La sorpresa del día llega al final. El comentario de una visitante de El Parral nos lleva al Monasterio de San Antonio el Real. A las afueras de la ciudad, el cartel de la entrada es de los años 60, cuando se abrió al turismo el recinto. Construido en terrenos de Enrique IV, donde se ubicaba su pabellón de caza, cedió el lugar a los franciscanos que poco después lo pasaron a las monjas clarisas. Mientras esperamos que empiece la visita admiramos la joya del lugar, un retablo que representa la crucifixión, con 120 figuras de diferentes tamaños. Anónimo hispano flamenco, realizado hacia 1460. La luz realza su visión y se perciben mas detalles. De madera de nogal, parece uno de esos belenes repletos de personajes donde esta vez el objeto de la escena se ha cambiado. Las monjas rezan, sólo hay ocho. Siguen haciéndolo desde 1468. Y la guía, con una ilusión que desborda, nos muestra el artesonado que cubre el altar. Oro de Sudán, de 24 kilates y madera. La iglesia decora sus paredes con enormes paños rojos. En el interior pasamos al claustro, cerrado y de techos con artesonado. Único, nos cuenta. Capillitas en los lados, pinturas,…, objetos de todo tipo. Tres joyas, mas, trípticos flamencos de tierra de pipa. En el refectorio, taquillas individuales para cada monja y frescos realizados por ellas, los mas antiguos fechados en 1487. Sorprendente. Mas artesonado en la sala capitular y mas frescos, estos sin restaurar, en la sacristía. El conjunto es de obligatoria visita para los interesados. Y la guía se merece mas visitantes. Nadie habla de esto en la oficina de turismo. Salimos rumbo a casa, mas revueltas y vueltas en una sierra triste, que espera la nieve.

burgos

Cuatro personas en un tren turístico. Padres, e hijos, ajenos y separados. Silencio en las Huelgas, afueras de Burgos, en una entrada con amplio patio, también desde ahí se accede al convento de las monjas. Hoy la visita es gratis, jueves tarde. No sé si esa será la razón de que de repente se llene la visita, gentío para seguir a una guía que nos acompañará durante una hora. Fundado por Alfonso VIII, que junto con su esposa Leonor de Inglaterra, hermana de Ricardo Corazón de León, se encuentran enterrados aquí, junto con más miembros de la realeza. Dicen que todo empezó en el siglo XII, tomando el nombre de “lugar para holgar” o de lugar donde pastaban animales de huelgo (los que no trabajan). Hoy quedan 30 monjas cistercienses. El rey Alfonso VIII es llamado también el de las Navas, por ser el ganador de tal batalla. Un enorme cuadro lo atestigua en una de las naves. La mayoría de las tumbas reales fueron profanadas durante la ocupación napoleónica y los restos que quedan de los ropajes se exponen en un pequeño museo. La iglesia es inmensa, con tres naves. En la central, en lo alto, una enorme escultura representando el descendimiento, desproporcionada, de madera, tallada en el XIII, y policromada en el XVII. Se visita claustro, otras salas, y una pequeña capilla donde se encuentra la solitaria figura de Santiago que con brazo articulado servía para ordenar caballeros, los que pasaban en vela o en blanco la noche anterior, sin dormir,  porque vestían de esa guisa y al lado de una vela. Velando armas. El museo de telas acoge el pendón de las Navas, arrebatado al ejército árabe así como la cruz que portaba el rey. Interesante visita, amena y llena de historia. Ya en Burgos paseamos con escasa luz. La navidad en forma de mercado en la plaza de la Catedral. Villancicos y algún tiovivo. Nosotros también damos vueltas, el centro es pequeño y se recorre enseguida. La Catedral a punto de cerrar al turismo; en las capillas de culto se ve el Cristo de Burgos. Paramos en San Nicolás de Bari tras largas escaleras. Iglesia eclipsada por la Catedral, acoge rosario, con letanías uniformes. El retablo enfrente. Se ilumina un poco antes de comenzar la misa. Quizás diez personas. Asombrados ante un espectáculo diferente. Encargo de un rico mercader para su enterramiento, lo realizó Francisco de Colonia, en piedra caliza, a primeros del XVI. Cuento 48 escenas y 126 ángeles en la escena principal, dedicada a la coronación de la Virgen. Algo diferente e irrepetible. Acaba la misa, breve y se inaugura exposición de pintura, de la artista Belen de la Parte. Algunas composiciones muy interesantes, de colores definidos. Pincho de tortilla de premio 2015 y tapas en Maricastaña. Patatas verdes y curiosos callos de bacalao. Burgos se anima y se pueblan los bares aún en jueves. En concierto, Monismáticos, dúo burgalés que se atreve a versionar todo, desde Edith Piaf a Moon river. Lástima de sonido. Ya en la calle cruzamos el Arlanzón. El PP prepara el inicio de campaña. España en serio. Parece una broma. El Hotel esplendido. Antiguo convento mercedario, el claustro es en la noche remanso de suave luz y paz.

martes, 8 de diciembre de 2015

tierras de burgos



Frío, no mucho. Inversión térmica. Ascendemos y sube el termómetro. En París dicen que se juega el futuro del planeta. Los campos, menos verdes, dejó de llover. Los campos, mas blancos, la escarcha de la noche. Zonas de umbría que contrastan con aquellos espacios que el sol ya bañó. Curvas fuera de la Nacional I, la carretera del norte que vira al este para llegar al antiguo Silos, ahora Santo Domingo de Silos. De nombre de granero a nombre de santo que apareció por allí en el siglo XI para reverdecer el monasterio benedictino. Fría la entrada donde se venden recuerdos y frío el señor que la atiende. Traspasando una puerta estamos en el famoso claustro e inmediatamente empieza la función. El guía viene hacia nosotros e inicia su charla. Es cantarina, suena a mil veces dicha. Suena casi a niño de San Ildefonso cantando números. Estamos solos, nosotros y él, en lo que dicen es el claustro mas bello del mundo. Pájaros que suenan, rayos de sol y relieves sin policromar. Ocho en total, maravillosos. Todo empezó en el siglo XI, y continuó en el XII y en el XIII. Abades enterrados aquí y allá. Piedras pisadas hace siglos. Columnas y doble altura, arcos y capiteles. El segundo piso es para los 30 monjes que aún perduran en su labor. Horror al vacío, dice el guía ante el primer relieve. Lo que sentía el artista ante los huecos que podían quedar entre figuras. Por eso, estas se juntan, para protegerse del frío y del vacío. Explicación convincente. El guía sigue cantando. Damos la vuelta al claustro, como si fuera un ruedo. En una sala expone la pintora María José Castaño. Burgalesa, pinta su tierra, verde y árida. Con árboles solitarios. Se titula “las verdes praderas del cielo”. El claustro se termina al pie del famoso ciprés, plantado en el XIX, intimida su altura. De repente el guía ya no habla, recita. Y por su boca canta Gerardo Diego, “enhiesto surtidor de sombra y sueño”. Pasamos a la botica, donde los monjes preparaban y aplicaban ungüentos, no para llevar, sino para sanar in situ, en aquella mesa de madera. Porcelana de Talavera, blanquiazul, para guardar la magia. De ahí a un pequeño museo, pocas piezas. De ahí se puede volver a visitar ya por libre el claustro. El guía se despide y a lo suyo, a seguir cantando y glosando para otros. Libertad para respirar y fotografiar y aspirar un poco de paz. La iglesia del monasterio, fría y gris, espera a los monjes que cantarán mas tarde, en horario de comida. Los gregorianos sonarán, pero no los oiremos. El pueblo se acaba ahí, negocios esperando tiempos mejores. Carretera y curvas para llegar a Covarrubias. Pueblo ya visitado hace años, de casas antiguas con vigas de madera que desafían el paso de los años. Empedrado y vacío a orillas del Arlanza. Los pocos habitantes que vemos nos saludan. Alguna tienda abierta. La princesa Kristina y su estatua, ella vino desde Noruega a casar con el infante Felipe, hermano de Alfonso X el Sabio. Vivieron en Sevilla, murió joven, sin descendencia, y luego veremos su tumba. Será en la ex-colegiata de San Cosme y San Damián, en su claustro, al que se accede desde la iglesia, donde bellos sepulcros jalonan las capillas. Individuos solos o parejas. También los restos del conde Fernán González y esposa, Doña Sancha, reposan en el altar. Silencio, yo escucho el silencio. Así esperamos al joven guía que nos deleitará con sus explicaciones, empezando al pie del sepulcro de piedra labrada donde el infante quiso que reposara su esposa del norte. El claustro queda enseguida a un lado y pasamos al museo diocesano, el mas antiguo de España, data de 1929. Sólo tres salas, pero repletas de obras. La gran joya, en la última sala, el llamado tríptico de Covarrubias, o relieve en madera de la adoración de los santos reyes. Figuras altas y esbeltas, de rostros serios, primera mitad del siglo XVI. De autor indefinido, algunos lo atribuyen al círculo de Gil de Silóe. Los vecinos no lo dejan sacar del pueblo. Aquí se talló y aquí sigue. A su lado otras obras que no desmerecen. Espectacular el milagro de la pierna de San Cosme y San Damián, obra de Pedro Berruguete, de finales del XV. Colores verdes intensos. Y otra obra maestra, el cuadro que representa a un triste Cristo resucitado, flanqueado por dos apesadumbrados ángeles. Es obra de Diego de la Cruz, hecha a finales del XV. El encargado del museo se ha propuesto mostrar el realismo de la escena haciendo una foto de la cabeza de Cristo que se sitúa a los pies de la tabla para apreciar los detalles. En la sacristía se acaba la visita, allí un cuadro del cura Merino, que batalló a los franceses y que habitó la Colegiata nos sirve para seguir hablando de historia. Afuera sigue el vacío y la hora de comer nos lleva al El Galín, donde la sopa caliente se agradece, al lado de un radiador y con vistas a la plaza mayor donde veo papeleras decoradas. Yo veo gente pasar, pocos. Yo veo la luz del sol, veo las sombras, no  siento el frío que nunca se fue de la sombra, y que arreciará mas tarde. Yo veo a la misma gente, la de iglesias y encuentros fugaces comer en el mismo lugar. Coche hacia Burgos. Siguiente parada.

domingo, 6 de diciembre de 2015

ya es tiempo



Yo veo a un señor comer sólo. Yo veo mascar la soledad. Quizás sea uno de esos clichés que hemos aprendido o que nos hemos fabricado. Un descorazonador engaño. Ya es navidad y nadie debería estar sólo. Yo veo las luces, lo dicen las tiendas, las películas de tarde y los anuncios. Y aunque luzca el sol, y el frío sea tibio y la nieve no exista, alguien se empeña, empezando por el calendario, en que es, se acerca, vendrá, llegará ese tiempo del año. Y la música que acompaña a Justino moverse entre maniquíes también lo anuncia. Yo oigo campanas, ángeles que escuchan. Melodías que avanzan, frenan, siguen y paran, nada es eterno. Sueños incumplidos. Yo veo al señor  que se levanta, paga y se va. Rutina para espantar a un fantasma solitario que yo imagino parece perseguirle y acompañarle sin habla.