Después de las
revueltas de Navacerrada aparece la Granja y al rato Segovia. Son 84 km los que
separan Alcobendas de ese otro mundo. A orillas del Eresma hace frío y el agua
fluye continuamente. Espacio para pasear o salir corriendo, espectacular el
paraje para el disfrute de los segovianos. La casa de la moneda a un lado y tras
la cuesta, imponente, el Monasterio de El Parral. Los jerónimos dentro.La fachada de acceso a la Iglesia parece
inacabada, con dos escudos enormes. El sol se agradece allá donde llega. Se funda
allá por 1447. Eugenio, el guía nos lo cuenta. Sólo quedan once monjes. Nos cuenta
sus historias y edades. Nos habla de vocaciones y de fe. Todo eso al traspasar
la puerta de madera que da acceso a la nave única de una iglesia alta y
esbelta. Retablo de madera en el centro y alabastro a los lados. El malo de la
serie Isabel, enterrado allí, Juan Pacheco. La Virgen de el Parral es pequeña y
del siglo XI. Mucha historia y muchas historias. Las sargas que recubrían el
retablo en semana santa a los lados. Enormes y grises. Obra de Diego de Urbina.
En el interior del monasterio espectaculares vistas de Alcázar y de la ciudad. Estanque
con percas que recibe agua de acuíferos subterráneos de los que se nutre la
ciudad. En el recuerdo de hace unos minutos, el aspecto del embalse del Pontón
era desolador. El claustro es coqueto, y ya en la despedida hablamos de los
oficios de los monjes, carpinteros, su fuente de ingresos, de los belenes
indultados y más sobre esa fe que mueve a los moradores y que sorprende a
todos. En coche al centro. Decepcionante el Museo Diocesano que se sitúa en el
Palacio Episcopal. Lo mejor es el edificio. Pocas obras y mucho espacio vacío
en unas dependencias que dejaron de ocuparse en 1969. Mas interesante que el
Diocesano es la colección de cerámica y pintura de Daniel Zuloaga. En el amplio
patio del edificio se venden objetos antiguos y el dueño nos invita a visitar
su tienda, almacén. Es hora de comer, en un patio de un antiguo palacio. El lugar
se llama El Hidalgo y se come bien el menú del día. La única pega, pedí pudding
de naranja y canela, y a cambio recibí un flan. Eso dice una señora, a viva
voz, y yo también. La sorpresa del día llega al final. El comentario de una
visitante de El Parral nos lleva al Monasterio de San Antonio el Real. A las
afueras de la ciudad, el cartel de la entrada es de los años 60, cuando se
abrió al turismo el recinto. Construido en terrenos de Enrique IV, donde se
ubicaba su pabellón de caza, cedió el lugar a los franciscanos que poco después
lo pasaron a las monjas clarisas. Mientras esperamos que empiece la visita admiramos
la joya del lugar, un retablo que representa la crucifixión, con 120 figuras de
diferentes tamaños. Anónimo hispano flamenco, realizado hacia 1460. La luz
realza su visión y se perciben mas detalles. De madera de nogal, parece uno de
esos belenes repletos de personajes donde esta vez el objeto de la escena se ha
cambiado. Las monjas rezan, sólo hay ocho. Siguen haciéndolo desde 1468. Y la
guía, con una ilusión que desborda, nos muestra el artesonado que cubre el
altar. Oro de Sudán, de 24 kilates y madera. La iglesia decora sus paredes con
enormes paños rojos. En el interior pasamos al claustro, cerrado y de techos
con artesonado. Único, nos cuenta. Capillitas en los lados, pinturas,…, objetos
de todo tipo. Tres joyas, mas, trípticos flamencos de tierra de pipa. En el
refectorio, taquillas individuales para cada monja y frescos realizados por
ellas, los mas antiguos fechados en 1487. Sorprendente. Mas artesonado en la
sala capitular y mas frescos, estos sin restaurar, en la sacristía. El conjunto
es de obligatoria visita para los interesados. Y la guía se merece mas
visitantes. Nadie habla de esto en la oficina de turismo. Salimos rumbo a casa,
mas revueltas y vueltas en una sierra triste, que espera la nieve.
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