sábado, 22 de abril de 2017

la latina



Túnica negra, de espaldas, virgen sin rostro, música, se mueve el trono, se elevan los brazos sosteniendo la madera. Avance insignificante, mucha gente. Se alejan. En Sol, a la vuelta, por la calle Correo, la casa de las torrijas, de leche o de vino, 110 años haciendo lo mismo. Solera en el local, de otro tiempo. Se acompaña con moscatel, a la temperatura del tiempo. Los ecos de la procesión, se oyen, se ven, mas a lo lejos. La tarde es soleada y caliente. De sábado a domingo pasa una noche. La mas importante para la fe. Se hace el día, pasó la oscuridad, la Pascua de resurrección. Muchos la celebran. Yo atiendo, de oyente. Beatriz Galindo, la Latina, consejera y maestra de la Reina Isabel, la Católica, funda el convento de la Concepción Jerónima en 1509, y allí desea que la entierren. Sus restos han viajado por las diversas ubicaciones hasta llegar a Alcobendas. Un nicho en el coro los recoge. Allá están las monjas, tras verja. En el recinto de la iglesia dos sepulcros vacíos, los de Beatriz y esposo. Fecha de materialización, 1531. Gemelos de los que se encuentran en el Museo de San Isidro. La iglesia es moderna, con paneles de madera, la preside una bonita imagen de la Inmaculada. También un San Jerónimo, vestido y con león. Pocos fieles, que a su vez parecen fieles al lugar y a la celebración. Las hermanas cantan y suena el órgano. El sacerdote bendice y habla con acento portugués. Todo lo demás es fe.

johnson



Tarea ingente la que acometió James Boswell. Escribir la vida de su amigo Samuel Johnson, escritor inglés, quien recopila es escocés. No pocos comentarios acercan de las diferencias entre unos y otros surcan las páginas del libro. Boswell (1740-1795) conoce a Johnson (1709-1784) en 1763. A partir de ahí se entabla una relación cercana, epistolar y presencial, aunque ésta, no con la frecuencia que ambos quisieran. Reuniones o algún viaje que paran la escritura de cartas, en esos tiempos donde la gente escribía para interesarse por los demás. El ingente volumen recopila esa comunicación así como mucha otra intercambiada entre Johnson y otras amistades o personajes que aparecen por su vida. Cuando se reúnen, Boswell intenta anotar todo lo dicho y cómo se ha dicho. Vehemente en las discusiones, prima en Johnson un acusado sentido común para discutir de lo humano y lo divino. La conversación a veces deriva en una competición de oradores. Sobremesas o paseos, cortos viajes en carruajes, reuniones en el Club, todo da para repasar y hablar sobre la vida. Cuando el diálogo es cosa de los dos, “la conversación es la más feliz, sin competición, sin vanidad, sólo un tranquilo intercambio de sentimientos”. Nació Johnson en Lichfield; allí en su Catedral, está enterrada una extraña, eso dice la placa, alguien que murió de amor por su padre, Michael Johnson; corría 1694, Elizabeth Blaney. Dicen que hereda el hijo un carácter melancólico. Murió en Londres Johnson. Enterrado en Westminster Abbey.  En algún momento del libro recuerda un epitafio leído en algún libro, de tumba ajena, pero que quizás se hubiera aplicado a sí mismo, “estuve bien, estaría mejor; y aquí estoy”

Life of Johnson. James Boswell. 1791

sábado, 15 de abril de 2017

retorno



Jueves de silencio, de procesión, de pasos a hombros y de pasos cortos. En imágenes retransmitidas también para los que no se pueden desplazar o huyen de las aglomeraciones. De penumbra también. El sol luce. Este barrio, ajeno a todo, hasta parece que los pájaros hayan huido. Hasta las cotorras invasoras, hasta el viento parece estar en calma, hasta los coches dan tregua. Hasta los vecinos dejan de gritar, la vida en suspenso, se desplazó ésta a carreteras, estaciones y playas. Viva el sol, el astro rey. El verano se adelanta y el calor parece fuera de tiempo. Esperamos en los semáforos, otros cruzan indebidamente, lo que yo hacía antes. El muñeco parpadea. Nos da tiempo a cruzar. Bancos y sol, ligera brisa. Turistas que preguntan por metro o tren, guías en mano. Sacaron los pantalones cortos, las bermudas, como si estuviéramos en las islas del mismo nombre. Un carro de la compra encadenado a un árbol con candado de moto, interior desconocido. Todo cabe en el Madrid que se despereza, que monta colas en cualquier sitio, como en la Fundación Mapfre. Allí se exhibe Retorno a la belleza, obras maestra del arte italiano de entreguerras. Rasgos de clásicos italianos. Narices que caen rectas, rostros picassianos. Tras la devastación de la Gran Guerra y ajenos a que vendrá algo peor, el arte sigue pensando en plasmar vida. Dos plantas que recorremos lentamente, y un resultado global magnífico. La fuente, lugar de comunicación y socialización, es un hermoso cuadro de Gisberto Cerachinni, 1930. Retratos y desnudos. Ella lee Dhely, y medita, es La muchacha sentimental, de Ubaldo Oppi. Más retratos suyos, magníficos. Sorprenden los colores y figuras precisas de Antonio Donghi. También hay objetos y bodegones. La escultura Nena de Arturo Martini, 1930, sólo el busto, destaca entre los lienzos colgados. El Retrato de Renato Gualino, de Felice Casorati, 1924, sirve de portada de la muestra y transmite serenidad. Y la familia en la playa que reza el rosario de Cagnaccio es fantástico en su composición, expresividad y materialización. Puestos a elegir una obra me voy a lo pequeño, en tamaño, sencillo en composición, humilde en su idea, el retrato, puro y simple, de pocas sombras, de mucha luz, es la Jovencita de Donghi, de 1931. Grande en su mirada. La tarde es para la ira. Película de Daniel Arévalo, premiada en Goyas, intensa, transmite desasosiego, transmite dolor. Y es por eso que es buena, porque transmite. Es verdadera, no hay artificiosidad ni excesos tan de moda. El viernes santo trae rumores de procesión, o vía crucis. Ellas cantan, “no te importe la raza ni el color de la piel”. Siempre hay que recordarlo. El mundo contiene la respiración, siempre lo hizo. No hay una guerra global, hay varias pequeñas, sin final. Piso las calles nuevamente de ciertos barrios, la Ardosa sigue preparando una tortilla en condiciones. Y Roma debe ser una ciudad maravillosa. Así la plasmó en 2012 Woody Allen en sus vueltas por el mundo. Colores pastel para una comedia coral, de equívocos y encuentros. Agradable como la tarde que invita a leer en el parque.