sábado, 15 de abril de 2017

retorno



Jueves de silencio, de procesión, de pasos a hombros y de pasos cortos. En imágenes retransmitidas también para los que no se pueden desplazar o huyen de las aglomeraciones. De penumbra también. El sol luce. Este barrio, ajeno a todo, hasta parece que los pájaros hayan huido. Hasta las cotorras invasoras, hasta el viento parece estar en calma, hasta los coches dan tregua. Hasta los vecinos dejan de gritar, la vida en suspenso, se desplazó ésta a carreteras, estaciones y playas. Viva el sol, el astro rey. El verano se adelanta y el calor parece fuera de tiempo. Esperamos en los semáforos, otros cruzan indebidamente, lo que yo hacía antes. El muñeco parpadea. Nos da tiempo a cruzar. Bancos y sol, ligera brisa. Turistas que preguntan por metro o tren, guías en mano. Sacaron los pantalones cortos, las bermudas, como si estuviéramos en las islas del mismo nombre. Un carro de la compra encadenado a un árbol con candado de moto, interior desconocido. Todo cabe en el Madrid que se despereza, que monta colas en cualquier sitio, como en la Fundación Mapfre. Allí se exhibe Retorno a la belleza, obras maestra del arte italiano de entreguerras. Rasgos de clásicos italianos. Narices que caen rectas, rostros picassianos. Tras la devastación de la Gran Guerra y ajenos a que vendrá algo peor, el arte sigue pensando en plasmar vida. Dos plantas que recorremos lentamente, y un resultado global magnífico. La fuente, lugar de comunicación y socialización, es un hermoso cuadro de Gisberto Cerachinni, 1930. Retratos y desnudos. Ella lee Dhely, y medita, es La muchacha sentimental, de Ubaldo Oppi. Más retratos suyos, magníficos. Sorprenden los colores y figuras precisas de Antonio Donghi. También hay objetos y bodegones. La escultura Nena de Arturo Martini, 1930, sólo el busto, destaca entre los lienzos colgados. El Retrato de Renato Gualino, de Felice Casorati, 1924, sirve de portada de la muestra y transmite serenidad. Y la familia en la playa que reza el rosario de Cagnaccio es fantástico en su composición, expresividad y materialización. Puestos a elegir una obra me voy a lo pequeño, en tamaño, sencillo en composición, humilde en su idea, el retrato, puro y simple, de pocas sombras, de mucha luz, es la Jovencita de Donghi, de 1931. Grande en su mirada. La tarde es para la ira. Película de Daniel Arévalo, premiada en Goyas, intensa, transmite desasosiego, transmite dolor. Y es por eso que es buena, porque transmite. Es verdadera, no hay artificiosidad ni excesos tan de moda. El viernes santo trae rumores de procesión, o vía crucis. Ellas cantan, “no te importe la raza ni el color de la piel”. Siempre hay que recordarlo. El mundo contiene la respiración, siempre lo hizo. No hay una guerra global, hay varias pequeñas, sin final. Piso las calles nuevamente de ciertos barrios, la Ardosa sigue preparando una tortilla en condiciones. Y Roma debe ser una ciudad maravillosa. Así la plasmó en 2012 Woody Allen en sus vueltas por el mundo. Colores pastel para una comedia coral, de equívocos y encuentros. Agradable como la tarde que invita a leer en el parque.

No hay comentarios: