Siempre confinamos las palabras, en
hojas que no se pueden extender, en rectángulos o cuadrados que se antojan
finitos. Menos mal que nos queda la imaginación para hacer que crezcan y se
multipliquen, libres, a pesar del tamaño de nuestro cerebro, pequeño. Debe de
ser el alma el artífice, debe de ser algo que no entiendo. Como no entiendo que
me interroguen, que donde va usted; que quiero respirar, además de vivir, y todo
lo demás.
Todo esto pasa mientras una niña se
balancea, cada día, tiene malla que no le evita ver el cielo, tiene columpio.
¿Y si la normalidad fuera utópica? Libros
sin rosas o viceversa. Hombres sin rostro, y almas sin vida. Almas que roban
mascarillas de los buzones. Que la vida se cobre su mezquindad, miserables.
¿Habrá que abrazarse también con los malos cuando todo esto acabe? ¿Llevarán
algo en su cara que los delate? ¿Tendrán rostro de hipócritas, embaucadores,
rastreros?.
Lavé la ropa y se traspasó el color, me
pregunto si se traspasa el dolor. ¿Se puede, se puede?, que alguien responda.
¿Y si a pesar de todo somos unos privilegiados?
Consuelo baldío.