sábado, 26 de julio de 2014

abonado


No sé los años que fui socio del Alavés. El carnet tiene dos partes, la primera es vieja, con foto clavada, con orla decorativa, con sello azul, personal e intransferible, mi nombre y dirección, la vieja casa, con firma de secretario y presidente, con firma de Juan Gomez, máximo dirigente en la 69/70, es decir a punto de cumplir mis siete años, pelo caído, flequillo, ojos grandes, con sombras alrededor, gesto serio, jersey de cuello alto, los sigo odiando, todavía me pica su recuerdo. Al otro lado del carnet, la hoja intercambiable, extraíble, esta es amarilla, dice temporada 78/79. La última como abonado, dice protector, mi nombre y una nueva dirección, dice Infantil tribuna gol, el presidente Hipólito Lalastra. Una banda con 22 cuadros para marcar los partidos a los que se ha asistido, como socio protector, desconozco lo que protegía. El de la puerta, el conserje, siempre con la máquina haciendo agujeros en forma de círculos, triángulos o cruces. No asistí a todos. El último es el 17. Entrenaba Aranguren, en segunda, se quedó noveno a seis puntos del ascenso. Empate a cero en ese quizás partido postrero como abonado. El rival el Elche, conjunto ilicitano, el de Altabix. No jugó Valdano, pero sí Señor, el del gol aquel famoso a Malta, el doceavo. Daba sus primeros pasos como profesional con 20 años en aquel 13 de mayo del 79, en Mendizorroza, reducto albiazul, quizás pitos para despedir a un equipo que seguía acariciando el deseado ascenso.

goffin


Oigo cantar a Gerry Goffin, fallecido recientemente, desconocía su faceta como cantante. En un programa dedicado a su memoria, en Radio3, Toma Uno, de Manolo Fernández. Tiene una voz rasgada, al estilo de Dylan. Goffin es conocido por sus éxitos como compositor junto a su entonces mujer Carole King. Ella hacía la música y él se quedaba con las letras. La armonía matrimonial, luego interrumpida, dio lugar a innumerables joyas de la era de los 60. En el 61, Las Shirelles llegaban al uno de las listas, el primer grupo femenino afroamericano en hacerlo, con una canción, Will you love me tomorrow, firmada por el dúo. También conocida como Will you still love me tomorrow. El amor como duda para el mañana que nadie conoce tras la noche fascinante. Como dice la canción los silencios pueden hablar de amor. Veo a unas veinteañeras de altas permanentes, ese atuendo que hacía mayores a las jóvenes moverse lentamente en el escenario. Los espectadores se bambolean al mismo ritmo. Dos minutos treinta y siete segundos para firmar una obra maestra, escaso tiempo para bordar lo que solo dos genios pudieron componer.

prado


Dos horas en el Prado, en tarde de entre semana con mucho calor. Dentro al fresco, visitantes sí pero sin aglomeraciones. Se expone El Greco y la pintura moderna o la influencia del griego en los que vinieron después, decenas de años. Influencias que en algunos casos parecen claras, en otras parecen imaginaciones. Allá van mis sugerencias, la Trinidad, obra grande y vertical, y el Cristo abrazado a la cruz, obra simple y excepcional, como la del Expolio, que viene de Munich, en formato pequeño pero arrebatador. De los modernos me quedo con un cuadro del mexicano Diego Rivera, titulado Adoración de la Virgen y el Niño. Cambiamos de edificio y pasamos al clásico donde está la colección de siempre del Museo. Paseamos galerías y salas intentando descubrir algo nuevo, o que nos llame la atención. Vemos a los clásicos de Velázquez o Goya que curiosamente no tienen gente esa tarde. Los fusilamientos de uno o el Cristo del otro deberían tener siempre una legión de visitantes fija. Nos topamos con la llamada Perla de Rafael o Sagrada Familia. Descubro a Antonello da Messina (1430-1479), autor del espectacular Cristo muerto sostenido por un ángel, lienzo de pequeño tamaño pero de increíble dramatismo. La Caída de Cristo en el camino del calvario arroja palidez a una escena tratada de forma diferente. Zurbarán tiene sala propia con una Inmaculada sobre fondos nubosos, de ocres y amarillos diferentes. Quizás la joya de la tarde sea la Trinidad de Jose de Ribera, increíble el Cristo, abandonado y caído rodeado de ángeles de cabezas redondas y gesto serio. Ya en la parte mas moderna destaca el Hijo del artista sentado, de Ignacio Pinazo (1849-1916) así como las dos obras que representan a la actriz María Guerrero, una ataviada como Doña Inés, de refulgente blanco, obra de Raimundo de Madrazo, y la otra, mas niña, obra de Emilio Sala. 120 minutos después salimos al sopor de la calle que despide fuego.

arte


Miraba ayer con otros ojos los grafitis que abundan en la M40, en antesalas de túneles o en paredes inverosímiles, sorprende la aventura en la que se embarcan los realizadores, y el riesgo que asumen. Existen pinturas o pintadas que difícilmente se olvidan, hay una en Cercas Bajas, calle de Vitoria, que habré visto cientos de veces, lleva ya mucho tiempo ahí en muro que nadie toca,  y que no se les ocurra, es una cara de tonos grises y mano donde apoyarse, parece mayor la mano, mas que la cara, la vista, los ojos subyugantes, triste expresión cuando la busco en google. Arte también, por supuesto, o arte por encima de todo. De esto va el libro, de grafiteros envueltos en esa palabra inglesa que llaman thriller. Aventura, misterio, diría yo. El libro se deja leer, de letra gorda, lectura rápida, pesadas a veces las disquisiciones sobre lo que el arte es o no. Lo que llame a cada uno, diría yo, lo que emocione a cada cual, lo que consiga arrebatar un suspiro o cortar el aire por unos segundos, o lo que le haga pararse a contemplar, o lo que le haga reflexionar. El arte viaja dentro de cada uno. Conocí hace poco a la autora de la portada, fotografía de Victoria Iglesias, vendía su arte en forma de imágenes en un puesto callejero en el mercado de las ranas en Huertas. Talento y búsqueda permanente de nuevos enfoques. Vuelvo al libro, no pasará a mi historia, no lo conservaré, pero deja su poso en forma de recordatorio permanente en calles y cierres, en tapias y en todo aquello que sea susceptible de ser modificado o embellecido, o discutido por la mano del artista.
El francotirador paciente. Arturo Pérez-Reverte. 2013.

catedral vieja


Santa Misa en la Catedral de Santa María, las 12 horas, XVI domingo de tiempo ordinario. La Catedral Vieja, con mayúsculas, vuelve al culto después de largos años de restauración con el objetivo de evitar problemas mayores. Alta y esbelta en su pasillo principal, piedras blancas, vidrieras con colores que dejan pasar la escasa luz del día de hoy. Iluminación artificial con lámparas de nuevo cuño, sin desentonar. Y abarrotada, de fieles y hasta de turistas. Al acabar, 45 minutos mas tarde, los asistentes curioseamos por capillas y recovecos. Algunas tallas y cuadros. Destaca lo que parece un descendimiento que fotografío. Descubro a posteriori que es obra de Gaspar de Crayer, pintor del XVI-XVII, y lleva por título Lamentación sobre Cristo muerto. Yo he estado muchas veces en esa iglesia y en los alrededores, escenario de juegos. Calles oscuras y cuestas empedradas. Pero no recuerdo sus paredes de ahora. Tengo la imagen de una piedra mas oscura. Remozada, conserva todo el encanto de lo antiguo. El sermón sin mayores novedades, directo a las conciencias, siembre usted mas trigo que cizaña, así de simple. Sin emoción. Las emociones son de película, la realidad es mas de actuar, en verdad, y sin cámaras ni escenarios. El canto de comunión que abarrota la visita al altar dice que el atardecer de la vida me examinará del amor, por dos veces, mientras suena el órgano. El recinto está lleno de atardeceres. La paz también es tumultuosa, de paz que se desea a derecha e izquierda, hacia adelante o hacia atrás, entre la agonía de los conflictos, los de siempre y los nuevos, irresoluble el problema de la violencia, fin. En la Plaza España, para mí, defecto de infancia, o Nueva para los nuevos, mercadillo de viejo, habitual de festivos y antiguo. Pequeño y casi triste. Compro un par de libros. Suena la música en una esquina de la plaza, jazz de ese improvisado que no hace melodía, todo es música, pero ésta me aleja de la mía, echo de menos una voz que ponga freno al desmadre instrumental. Sigo el paseo con mi madre hasta llegarnos al Marañón, calle Olaguibel, dando servicio desde 1960, cocina tradicional en local reformado y ampliado. Caminamos a casa, Vitoria en la hora del café o siesta está vacía. Es tiempo ordinario también.

wolfe


Dicen que las lecturas de verano son diferentes, mas pausadas comentan, dicen también que se leen esos volúmenes tochos, de páginas miles, con letras mas pequeñas. Será para gustos, yo leo con verdadero interés y ganas de llegar al final las 762 de la novela de Tom Wolfe, Todo un hombre. Historia de ricos y pobres, de los que deciden el destino de las vidas de los menos afortunados, con cruce final de caminos. Lujo, riqueza, miseria, cárcel, pasión por estar en la cresta de la ola, pasión por figurar, la política y sus ramificaciones, la obsesión por el poder, y por el dinero, el tema racial, todo ambientado en Atlanta y en California, con especial énfasis en la capital sureña. Se busca el desenlace, cuesta abandonarla, se busca la resolución, se dejan personajes por el camino, se imagina uno lo que pudo haber sido de alguno de ellos, vidas inconclusas, así son las novelas, así es la ficción, se vive con ellos durante unos días y luego se congelan sus vidas, o se cierran para siempre.

Todo un hombre. Tom Wolfe. 1998

viernes, 25 de julio de 2014

calor ardiente

Viajan mis hijos desde Valencia en regional mas cercanías, siete horas, tiempos de antaño con esperas y trasbordos para ahorrar unos euros. No hay nada como la búsqueda. Es cierto que todavía se puede viajar barato, a cambio de mas tiempo para dormir o pensar, o leer o escribir, o mirar por una ventana de esas el paisaje mustio de la España que yace bajo el calor, la enésima ola, polvo africano en suspensión, canícula de verano, palabra que viene de can o perro que se esconde a la sombra mas cercana. Y hablando de polvo africano que no se ve hablaré de los otros, ya no repetiré el nombre, parece que le quita algo, o le pone algo a esa otra expresión, hacer el amor. Hay otras expresiones que aún  suenan peor, parecen mas soeces, cuestión de uso y costumbres, subjetivismo a la hora de asignar grados de pureza o impurezas, o evaluar resultados de un acto que tiene todo de animal y todo de espíritu según se vea. Y dice la prensa que alguien escribió un libro que tuvo seguidores y que estos no solo fueron lectores sino amantes, que no quiero recurrir al pareado fácil, pero no amantes de carta perfumada y de verso tierno, ni siquiera de rosa roja o blanca, sino amantes yacientes, en cama o sofá, o lavabo o coche, todo vale, seguidores del escribiente que prescribe terapia matrimonial de sexo diario aunque uno no quiera, o los dos. Se trata de forzar el ánimo, hacer que sí, como que sí, y así durante los 365 días, uno mas en bisiestos, y proceder mecánicamente al acto, que ya llegarán días mejores, donde se vea el cielo entre agónicas convulsiones. Suelen solo hablar los que acertaron con el método, los que pueden contarlo, los que dicen adelgazaron, los que exhibían cara de felicidad diaria, los cansados pero contentos, los que dicen que siguen ahí, domesticando esa institución matrimonial llena de fuerzas centrífugas y centrípetas. No hablará alguno de los que murió en el intento, las estadísticas no mienten, o los que vieron como aquello, en verano con 38 a la sombra después de trabajar se convierte no en sacrificio sino en martirio. Placer para lograr recordar solo el bienestar, terapia para mejor. En el fondo tendemos a eso, ¿no?, a vivir lo mejor posible, lo mas plácidamente posible. Y ya puedes buscar o rebuscar que no encontrarás nada mas placentero que la temblorosa agitación que estremece las almas y derrota al cuerpo, abatido una vez mas por el placer. Calle ardiente, perro que espera en semáforo y perro que ladra cuando el amo se sienta, entonces se acuerda, y menta a la madre que parió al can. Se volverán locos con los grados, ellos también son animales, unos hacia dentro, otros hacia afuera. Inaguantable no es pero si tedioso, el sol, tienen razón los del anuncio, una inmensa bola de fuego de rostro amigable en dibujos infantiles pero fuego que no permite hacer vida normal aunque sea fuente de vida. Pero lo queremos todo y a todo no se llega. No buscar exactitud donde solo una aproximación a la verdad es posible, lo dijo Aristóteles, acertado. No emperrarse en lo imposible, acometer la búsqueda con calma, expóngase la próxima vez, a encontrar el no va más, el cielo en tierra, el paradigma de todos los éxtasis, la locura en compañía, en pareja, a sentirse mas vivo que nunca, segundos inacabables, esos donde a todo o nada, nada importa.

rincón de castilla


Rincones de Castilla hay muchos, éste es uno más para nosotros pero no para el autor que pasó allí algunos años, luego profesor de seminario en León, antes, antiguo alumno de la Escuelas Primaria y de Agricultura con Ásilo de huérfanos, sitas en el Real Monasterio de Santa Maria de la Espina, provincia de Valladolid. Reseña histórica de la creación del monasterio, siglos antes, y descripción de la acción que realizan los Hermanos de la Salle desde 1886, todavía siguen en ello, dedicados a la enseñanza y capacitación agraria de chavales de la zona. El paraje resulta escondido, bello y tranquilo y en esa naturaleza, dedicación y oración se regocija el que allí habitó haciendo uso de ese lenguaje de colegio de curas que sirve para ilustrar misas y clases, excursiones y actos de fin de curso, lenguaje de otra época, de alabanza y loa, de rezo y misterio. Nosotros estuvimos allí, un día de San Jordi de la primavera pasada y las explicaciones del hermano encargado de la visita fueron prolijas y amenas, con grandes dotes pedagógicas, punta de un iceberg en forma de saber que parecía inmenso. Al final nos ofreció este volumen, a precio de cinco euros, edición facsímil, de Imprenta Ibérica, calle Pozas, Madrid, teléfono de cuatro dígitos, con pajarillo ilustrando la portada, posado en rama.

Un rincón de Castilla. Antolín Gutierrez. 1913.

ese objeto


Que el sexo siempre ha estado presente es un hecho. Bien oculto, bien objeto de pecado, bien objeto de deseo, siempre ahí. De eso y mucho más va este libro, con título que parece de película de los 70 en nuestro país, la mujer del vecino o del prójimo. Y el autor, Gay Talese, uno de los grandes reporteros norteamericanos, tardó años en recopilar, investigar y profundizar en las costumbres sexuales de sus compatriotas dando luz finalmente en 1980 a la obra. Y la investigación no sólo fue teórica sino práctica, y es que no hay nada mejor que experimentar para poder hablar con propiedad. Todo empieza con la obsesión de un adolescente que sueña con Diane Webber, portada y desplegable central de Playboy en el 55. A partir de ahí, recorrido histórico, hacia adelante y hacia atrás para conocer al fundador de dicha revista, Hugh Hefner, que dos años antes se había embarcado contra viento y tempestades en esa tarea sin saber que llegaría a ser dueño de un imperio mediático que comenzó con Marilyn ocupando la primera página en el primer número de diciembre del 53. Y a partir de esos hechos el autor recorre los múltiples empeños gubernamentales que desde el siglo XIX se ponían ya en marcha para frenar publicaciones a las que tachaban de obscenas. Las grandes peleas para definir la propia palabra, obscenidad, las decisiones del tribunal supremo sobre ello, los grandes escándalos, las brigadas antivicio, el deseo de seguir publicando lo que el público demanda. Las operaciones contra los envíos postales de revistas o incluso contra la misma publicidad. Y la historia sigue, recorriendo aquellas comunas del amor, donde se compartía todo con todos, amor y sexo, donde se mezclaba éste con la religión, apartados del mundo, y aun así perseguidos. Hablamos de John Noyes y su comunidad Oneida, finales del XIX. Hablamos en el siguiente siglo de otra comunidad donde se perseguía alejarse de la idea de exclusividad sexual asociada al matrimonio, la Sandstone de California, y donde algunos de los protagonistas descubren que están más cerca de lo que parece de esa permisividad sexual rechazada sobre el papel. Habla también el autor de los comienzos de las casas de masajes, refugio de muchos hombres a la hora del almuerzo en las grandes ciudades. Y así, entre abogados y pleitos, tribunales y obsesiones por esconder la esencia misma de la naturaleza transcurre un libro que se deja leer en toda su extensión.
Thy neighbor’s wife. Gay Talese. 1980

domingo, 13 de julio de 2014

Gidé



Me gusta la primera frase, “ha llegado el momento de pensar que oigo pasos por el corredor”. Y esa sentencia promete futuro, y lectura agradable y se cumple. Novela de jóvenes y adolescentes y adultos, y de un anciano, el profesor de piano, impagable sus apariciones con diálogos que llegan al corazón. Novela que gravita sobre los sentimientos de todos ellos. Atención a lo que dice uno de ellos, habla de cortar las manos a un montón de sentimientos que harían naufragar el corazón. Evitar desbordamientos, evitar hundimientos, mantenerse a flote. Unos lo consiguen y otros no.
Los monederos falsos. André Gide. 1925

luz



El sueño como refugio o exaltación del deseo, escenas confesables o inconfesables, siempre sorprendentes, a veces deliciosas, a veces veloces y raudas, agitadas. Paseemos por las calles, de Madrid, y vayamos al palacio de Correos, a la vista de la diosa, allí, exposición gratuita, varias, una de ellas con obras de El Greco, pintadas por artistas con síndrome de Down, y repito, artistas, porque lo es quién se aventura en terrenos nuevos, toma lienzo o papel, y pinceles o lápices y da rienda suelta a sus manos, que guían trazos y mueven mezclas y acaban pintando algo que nos llama. Las obras se venden, merece la pena ver lo que otros ojos pueden ver. Allí mismo también una Piedad invertida, escultura de Marina Vargas, de color sangre, donde es Cristo el que sostiene a su madre que perdió el corazón, quizás de pena. Hay mas cosas en los pisos de Correos, edificio majestuoso donde pocos se adentran. Paseamos por Chueca después del desfile del orgullo. Se toma el aperitivo en terrazas o bares en mañana de Domingo, y Madrid, aún sucia, parece más viva que nunca. Pasan los días y asistimos a una gala lírica de Zarzuela en la Escuela de Música de Alcobendas, cuatro interpretes y un festival de romanzas y dúos que alborotan a los espectadores, y los mayores, que son mayoría, jalean con aplausos y bravos; me los imagino en sus años mozos escuchando estas obras y enamorándose con sus melodías. Sobresale Rosa Miranda, que canta con voz que parece de otro mundo, y además actúa y llena el escenario, también con su belleza. Hora y cuarto de espectáculo, también gratuito, y al día siguiente nos vamos a Pedraza con unos amigos, y nos encontramos que lo mismo han pensado otros miles, la mayoría seremos madrileños, habrá algunos segovianos, y existe un motivo, y es que celebran la noche de las velas, y cientos de estas iluminan el pueblo, que ya es coqueto de por sí, pequeño y empedrado, con plaza de postal y castillo al fondo. Y esperamos que se vaya el sol y se haga la luna, y se encienden velas y se apagan para volver a encenderlas, y se fotografía todo y nada a la vez, las velas, los patios, los jardines, las parejas. Los trípodes parecen regalarse, la gente se agacha, se tumba para la instantánea, la luna se convierte en protagonista y recibe tantos flashes que podría quedar ciega. Se vende bocadillo y lata, se hace cola, se anda en procesión, se merienda en césped con hormigas al acecho, los niños juegan con fuego, se harán pis en la cama, se escucha música tras las lonas, se ven las estrellas mas que nunca, se sale con atascos, humanos, y vehiculares, no se ve, se atisba algo del prójimo, velas y mas velas, olores a fuego en algún caso, y mas fotos, y debe de haber otro motivo, o miles de ellos, para llegarnos hasta allí, cada uno tendrá el suyo, y lo dirá o no, pero esa noche es posible que el sueño, siempre el sueño, sea oscuro, y allí al fondo, dirigiré mis pasos, en busca de la luz que siempre nos llama.

tarde de niebla



Niebla es sinónimo de humedad y frío. Era domingo, 25 de noviembre del 73, tercera división, el pozo, Mendizorroza el escenario. Hay días en los que los refranes no se cumplen, mañanitas de niebla, tardes de paseo. No valió ese día. Tarde de niebla, nunca levantó, quizás el lunes, tras pasar la noche que por horas oscureció ese día todavía de Otoño. El árbitro debió de dudar, los aficionados menos, yo al menos, y mi padre, quizás le convencí yo. Iríamos en coche y aparcaríamos en la explanada del campo, el estadio. 
Y ya dentro el miedo de que salga el colegiado a inspeccionar y diga que no, que todos a casa. Se veía la mitad del campo desde la tribuna gol de Cervantes y apenas. El árbitro se lío la manta y decidió seguir, y salieron jugadores, unos vistos, los locales, y otros no. El rival, el Getafe, hoy de primera, entonces compañeros de divisiones lejanas. Sombras parecían, fantasmales, cuando mas o menos hacia la mitad del terreno de juego se vislumbraban figuras que querían avanzar hacia esta portería pero el rival no les dejaba. Volvían a enterrarse en la niebla. Y así transcurrió todo. Se oía mas que se veía, se oían los gritos de emoción y gol, allí enfrente, y se celebraba con retraso, algún gol pilló en nuestra área, y esta vez fuimos mensajeros de la alegría, ganó el glorioso por cuatro a cero. Nunca lo olvidaré. Único, épico, adjetivos de fútbol. Era sólo un encuentro de tercera, de un equipo de ciudad de provincias, el Deportivo, el Alavés, el Glorioso, el himno, los puros, el olor de la tribuna, la gente que llega, las almohadillas azules, los fotografos, los gritos, los insultos, el sonido del balón al ser golpeado, las faltas al borde del área, las que metía Ciaurriz, las carreras de Frechilla, las jugadas en el área donde sólo podía pasar que entrara el balón, la red que se mueve, la realidad del gol, tras la red, nosotros, todos, gritando, ya de pie, gol, el grito, el carnet en el bolsillo de mi padre, que no se pierda, hay que volver, en quince días, eso si no hay copa, dos semanas de espera y a seguir la radio y la prensa que jugamos fuera, es tercera, y se sigue la primera en el marcador simultáneo, y la segunda, sinónimo de quiniela y a veces surge un oohhhh, algún gol sorpresa, el operario también se equivoca a veces y cambia el marcador, lo dice el de la radio de al lado, oreja aplastada. Muchos domingos, yo sentado, viendo el verde que hoy es mas verde que nunca. Los largueros mas blancos que nunca, tardes de domingo, cuatro y media. Mi padre al lado, de vuelta a casa. La tarde de domingo nunca volvió a ser lo mismo. Tengo el carnet en mi mano, continuará.

sábado, 5 de julio de 2014

mundial



Voy a hablar de fútbol, era el 21 de junio de 1970, domingo, final del mundial en México capital. Yo entraba en un bar, siete años, de la mano de mi padre y con mas gente. Recuerdo a alguno, no a todos. La tele sería en blanco y negro, y estaría alta, mi recuerdo, y pequeña, pero no importa. Es fútbol, Brasil gana a Italia, cuatro a uno, desconozco si vi el partido completo, desconozco si yo tenía un favorito, desconozco si me gustaba o me asombraba Pelé. Parecían jugadores inalcanzables, no de nuestra liga. Desconozco si tomé algo, apuesto por un KAS de naranja, Coca-Cola en su defecto, desconozco si me senté, para qué vale la memoria, pero tengo la imagen, el flash, el bar estaba en la carretera que lleva a Durana, a escasos kilómetros de Vitoria, quizás en el mismo pueblo, de esas carreteras de antes, sin coches, las hacían previendo algo y se les quedaron viejas antes de tiempo. Junio, ya vacaciones, qué pasó esa noche, lo desconozco, qué pasó el lunes 22, Dios sepa. Veo también imágenes del mundial 82, solo doce años de diferencia y guardo en la memoria un Francia-Alemania en semifinales, y desconozco el marcador antes de ver el resumen de la tele, pero tengo el recuerdo del gran partido de mi vida, de la emoción que no acababa, resuelta en penaltis. Hubiera jurado que no fue así, las imágenes me desmienten. La España de las imágenes parece otra, los policías van de marrón y la gente viste rara. Yo estaba allí y no tengo constancia de verme raro. Es lo que tiene el paso del tiempo. Nos reconocemos solo en lo que queremos. Cuarenta y cuatro años después del 70 sigue el Mundial, el fútbol no se agota, exceso de patriotismo en los himnos, se encienden las almas. Se canta incluso a capela. No sé si vale para algo, al jugador quizás para envalentonarse, para superar el miedo y la decepción que puede venir, uno de los dos está condenado a llorar en el vestuario, el otro a gritar y saltar como poseso, hasta el siguiente encuentro y hasta el éxtasis de la copa. Se lesiona gente en este mundial de Brasil por entradas duras o feas y nadie sanciona al lesionador. Al Suárez del mordisco se le condena como si fuera casi un delincuente. Buscan explicaciones, se le pregunta a la abuela, el protagonista lo desconoce, si no, no lo haría. Quiere jugar al fútbol, pide perdón. Se le recibe como a un héroe, mas patriotismo que inflama corazones; mientras, la sociedad civil que no percibe el fútbol ni como entretenimiento ni como nada se enfada, pero el enfado se oculta, se diluye en el colorido y en el baile, y en la comunión de países cuyos jugadores hablan de respeto a espectadores que en un par de minutos se acordarán de los muertos de los contrarios. Y es que aplicar razón al fútbol es poner puertas al mar. Sólo entiende de pasión y es mejor abstraerse si se quiere disfrutar, y ponerse orejeras y mirar la pantalla y gritar gol si se siente así y esperar el ida y vuelta y jalear camisetas y jalear con las hinchadas y al pitido final desconectar y volver a pedir justicia o lo que sea menester e intentar recordar la sensación de placer que se experimenta cuando el fútbol devuelve en forma de emoción nuestra atención y nuestro tiempo. De eso se trata, y aún no yendo con nadie, siempre se va con alguien y se les pide que sigan, que peleen, que se dejen la piel, que no olviden, que se acuerdan de la letra del himno, de los que están en casa, en los bares, de los niños que no entienden, que no se acuerdan, de los que por primera vez, o casi, ven jugadores en tonos grises trotar por el también gris césped y levantar la pasión, exaltar el corazón y despedir a la vida real durante noventa minutos.