sábado, 26 de julio de 2014

prado


Dos horas en el Prado, en tarde de entre semana con mucho calor. Dentro al fresco, visitantes sí pero sin aglomeraciones. Se expone El Greco y la pintura moderna o la influencia del griego en los que vinieron después, decenas de años. Influencias que en algunos casos parecen claras, en otras parecen imaginaciones. Allá van mis sugerencias, la Trinidad, obra grande y vertical, y el Cristo abrazado a la cruz, obra simple y excepcional, como la del Expolio, que viene de Munich, en formato pequeño pero arrebatador. De los modernos me quedo con un cuadro del mexicano Diego Rivera, titulado Adoración de la Virgen y el Niño. Cambiamos de edificio y pasamos al clásico donde está la colección de siempre del Museo. Paseamos galerías y salas intentando descubrir algo nuevo, o que nos llame la atención. Vemos a los clásicos de Velázquez o Goya que curiosamente no tienen gente esa tarde. Los fusilamientos de uno o el Cristo del otro deberían tener siempre una legión de visitantes fija. Nos topamos con la llamada Perla de Rafael o Sagrada Familia. Descubro a Antonello da Messina (1430-1479), autor del espectacular Cristo muerto sostenido por un ángel, lienzo de pequeño tamaño pero de increíble dramatismo. La Caída de Cristo en el camino del calvario arroja palidez a una escena tratada de forma diferente. Zurbarán tiene sala propia con una Inmaculada sobre fondos nubosos, de ocres y amarillos diferentes. Quizás la joya de la tarde sea la Trinidad de Jose de Ribera, increíble el Cristo, abandonado y caído rodeado de ángeles de cabezas redondas y gesto serio. Ya en la parte mas moderna destaca el Hijo del artista sentado, de Ignacio Pinazo (1849-1916) así como las dos obras que representan a la actriz María Guerrero, una ataviada como Doña Inés, de refulgente blanco, obra de Raimundo de Madrazo, y la otra, mas niña, obra de Emilio Sala. 120 minutos después salimos al sopor de la calle que despide fuego.

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