domingo, 27 de mayo de 2012

a escondidas


Asisto atónito a la polémica sobre los himnos, dicen que es delito, a mí me parece una falta de respeto o de educación, nada más. Y la Esperanza se mete en charcos y no sabe salir y lo que ella esconde es algo peor, su complicidad, y es que lo que debiera ser condenable es aprobar una reforma laboral que permite despedir aún con beneficios o abandonar a su suerte a estudiantes de lo público o a enfermos de lo público. O permitir que se vayan de rositas los gestores de eso que se llamaba Caja Madrid, ahora Bankia, icono del poder financiero; y resulta que era todo mentira, la caja del PP era un fraude, una gran trola, un agujero negro que se traga todo, ahora se tragará ayudas públicas, dicen que no se devuelven, y los gestores se cambiarán de empresa y nadie los inhabilitará de por vida. Lo que la esperanza esconde, con minúsculas, es nada. La esperanza es abierta, es franca, es noble, es algo que se tiene, que se desea, que se espera, que se busca, que se trabaja, que la suerte tiene que cambiar, que es lo que piensan muchos parados, desheredados, personas a los que el colectivo arroja al charco, que esta vida no puede ser tan miserable. Pero algunos de ahí arriba no los ven, y no los quieren ver, y desde las alturas despedir y recortar es fácil y es cuestión de números sin remordimientos, y es que esconderse detrás de tonterías es muy fácil, en este caso detrás de patrioterismo de desfile y altar. Y yo sigo asustado con todo esto y empiezo a pensar que se están riendo de nosotros, que nos están tomando miserablemente el pelo. Así que no olvidemos nuestra dignidad, lo que nadie nos debiera nunca arrebatar.

domingo, 20 de mayo de 2012

juanita la larga


Vuelvo a Juan Valera como un glotón a su armario favorito, el que encierra el dulce prohibido. Y esta vez es Juanita la larga, y la escritura es de otro siglo, el diecinueve para ser más exactos. Y se nota porque las palabras se complican, los giros se adivinan y el vocabulario se me ha quedado pequeño, pero no quiero refugiarme en el diccionario para no interrumpirme a cada paso, y me quedo con el sentido y con la idea de cuánto hemos perdido por el camino. Y si la escritura ha cambiado qué decir de la lectura. O por lo menos de la mía, leo a salto de mata, acompañado por voces y aparatos, y el ejercicio se antoja difícil pero habitual. Probablemente hemos perdido la paciencia también. Como dije, vuelvo buscando algo, lo que encontré leyendo Pepita Jiménez, y no lo encuentro aquí. Quizás en algún momento sí, quizás he olvidado aquella obra, quizás fue sólo una ilusión. Son recuerdos lo que dejan los libros en el lector, y aquel es terrible, de bueno. Y difícilmente mejorable, es por ello que volveré a la despensa en busca de esa adicción que te deja a veces una lectura, y aunque segundas partes nunca fueron buenas, espero que segundas lecturas sí lo sean, y no sólo simples ilusiones.
Juanita la larga. Juan Valera. 1895

entrepeñas y buendía


Llegaron las aguas y anegaron tierras y pueblo. El hombre construyó, represó agua y cambió paisajes, dejando terrenos y casas entre dos aguas. Los monjes llegaron hace cientos de años y construyeron un monasterio, el de Monsalud, en Córcoles, tierra de Guadalajara. Quedan paredes, restos, un edificio que servía de portería y partes de una iglesia. La ventana deja ver el cielo, podría ser una habitación. Da igual estar dentro o fuera, el efecto es el mismo. No lo sería hace 500 años, cuando los que allí habitaban querían descubrir el mundo, o ignorarlo desde esas paredes donde la Virgen era abogada “contra la rabia, melancolías de corazón, endemoniados y mal de ojo”. No hay rastros de endemoniados por la zona, probablemente sí muchas melancolías, producto de nuestro tiempo y de todos los tiempos pasados; entre dos aguas caminan hoy los habitantes de pueblos como Sacedón o Buendía, entre embalses ideados por humanos, remansos de aguas no bravas. No se percibe nada entre esas ruinas, no saltan las piedras a decirnos nada, no nos descubren los secretos, no nos enseñan pasadizos, no nos ofrecen escondites secretos ni papeles celosamente guardados durante siglos, al revés que la ruta de las caras en Buendía, donde el hombre moderno esculpió las rocas, y donde el cielo nos lleva a una pequeña cueva, refugio contra la tormenta que coge de allá y pone acá con furia. Y llega el secreto, por un momento la vida primitiva de allá por la prehistoria parece presentarse y mostrarse, y pienso que verían la lluvia caer, y esperarían la noche o el día, para salir de la cueva a abrazar la comida y para volver y buscar el fuego, y preguntarse cosas que no tienen respuesta. Mejor será no preguntarse nada cuando se rueda por carreteras desiertas, ahí, a una hora de Madrid, donde el sol de espalda pierde ante un cielo negro, que vuelve a descargar oleadas que se ven, que no sólo se perciben, y dejan fotos de contraste que nunca se harán, porque están todas inventadas, o casi, y aunque no exista prueba material, en papel o en pantalla, allá quedan las imágenes, apresadas en memoria humana, entre dos aguas.

viernes, 18 de mayo de 2012

sabrina


Los gozos del alma son enigmáticos e inesperados, de repente algo se mueve, un vuelco, algo parecido a una extrasístole de esas que sobresalta el corazón, pero esta vez es ese algo lo que late diferente, la que se regocija con algo o con alguien, la que tiembla ante lo desconocido. Y algo tan simple como una película puede provocarlos, mecha ardiente para llegar al punto de explosión, y es Sabrina ese detonante, y va en crescendo hasta un final de barco del amor con Humphrey apareciendo y el fundido en negro que marca The End acaba con el abrazo sin beso que todos esperaban. Y hay una escena de baile al aire libre al son de orquesta que es digna de engrosar la historia de este arte, y aunque la música termina, por un momento, la pareja sigue bailando (Audrey Hepburn y William Holden), en ese estado transitorio que todos deseamos que fuera eterno. Escenas para el recuerdo, de genio de detrás de la cámara, de Billy Wilder, de maestros del guión y de la puesta en escena, de sonrisa en vez de risa, de equívocos y desengaños, y todo en blanco y negro, atacando a un alma cuyo color desconocemos.
Sabrina. Billy Wilder.1954

miércoles, 16 de mayo de 2012

padre e hijo

Volaba el año 1970, y el entonces Cat Stevens la compuso. Digo entonces porque luego pasó a ser Yusuf Islam. Y su diálogo entre padre e hijo se hizo inolvidable bajo una melodía grandiosa. “Father and son" ponía letra a la vida. Ahora corre el 2012 y el realizador de un partido de fútbol de la liga inglesa se empeña en captar el sufrimiento de la grada, de los seguidores del equipo que necesita dos victorias para ganar el título, es el penúltimo partido y el Manchester City busca ser campeón 44 años después. El rostro crispado, tenso, muestra a dos personas, padre e hijo, se intuye, el hijo de celeste, el color del club, el padre a su lado, similar estatura; al cabo de un rato llega un tanto y después el segundo, y tras el primero el realizador cambia pánico por gloria y esas dos almas se abrazan, quizás no se hayan abrazado en mucho tiempo, y la alegría se desborda. Siete días después llega el último partido de la liga, dramático, si el drama cabe en el fútbol, aunque a tenor de los semblantes lo parece, y en el descuento, en el último suspiro, los azules encuentran el camino del gol y del título, y no enfocan a la pareja, o no la veo, entre tamaño derroche de gritos y saltos, pero seguro que estaban allí y los imagino, repitiendo abrazo, casi acostumbrados ya, sólo ha pasado una semana desde el último. La pena es que se acaba el fútbol y se olvidarán los abrazos, o no. Y es que el fútbol tiene eso, la capacidad de unir, de llorar juntos, de alegría o de pena, y de generar acciones ya olvidadas en el fondo del corazón. Al igual que la música, diría yo, que une bajo las estrellas o en la oscuridad, bajo una linterna o en el salón de una casa en penumbra, en la escucha de un dialogo probable, siempre actual, eterno, aquel que enfrenta, une, separa o acerca a padre e hijo.

domingo, 13 de mayo de 2012

raphael

Raphael es sinónimo de blanco y negro, de noches donde los canales de televisión se reducían a uno o como mucho a dos, de programas de variedades donde la música presentaba coreografías amplias, inclusive en mangas y patas de pantalón, y entonces aparecía él, tremendo, imponiéndose sobre todos y sobre todo, exagerado en formas y maneras, y los comentarios generalizados se repartían entre los detractores de su histrionismo y entre los amantes de su voz. Y no parecía que hubiera voces en contra de ésta última pero algunos no soportaban la visión. Yo sólo era un niño pero pasó el tiempo y llegó el color, y el repudio de todo aquello que sonara a otra época, y los múltiples canales abrían posibilidades infinitas, y pasaron más años, y ese señor siguió cantando, y miren por dónde, hoy, en el mundo globalizado por red, donde hace música todo hijo de vecino, donde se publican cada día cientos de nuevas canciones, va este señor y canta, con 69 años, y llena el auditorio, y actúa e interpreta, y siente, y sigue llenando el escenario, y es que es difícil no sentir algo escuchando las letras, y el principio parece el final, largo aplauso de bienvenida, pero no, es el principio, porque la complicidad del público se desata en cada canción, y sube el calor, y llegará el clímax, y luego los bises, y el público en pie, muchos de ellos mayores, de blanco y negro, de los que añoran tanto porque han vivido tanto, y seguro que alguna mano se ha pasado al asiento de al lado mientras que otros las habrán simplemente añorado.


Raphael actuó en Alcobendas el 13 de mayo de 2012.

sábado, 12 de mayo de 2012

luna

Nada puede con la vida. Discuten los norteamericanos sobre el matrimonio homosexual, como en tantos otros sitios, se habla de ponerle puertas al mar, y nadie puede con las olas, y llega a nuestros oídos una carta de Lorca, la última, dirigida a su amor,  fíjense que han pasado años, cuando se ocultaba lo que no se podía ocultar, y algunos hoy quieren seguir negando el amor, desatado, ese que el poeta cantaba (“aquel rubio de Albacete vino, madre, y me miró”). Y la muerte puso final a esa vida, otra siguió, pero nadie puede con la muerte. Como nadie puede con la pasión, ni nadie apaga a la luna, se vea o se esconda, siempre está, llena o menguante, ilumina y crece en algunos corazones, es por eso que la “Luna de Avellaneda” enternece, la película, fabulosa, nada puede contra el sentimiento, apenas la muerte.

viernes, 4 de mayo de 2012

cuidate

Es una constante, a veces hasta somos pesados, inherente característica del oficio de padre, y lo repetimos siete veces antes de la despedida, “Ten cuidado”, frase o dos palabras que se repiten a diario cuando nos despedimos de nuestros hijos, y suenan en esos gestos de adiós, temporales, que se hacen más habituales que antes; no sólo es la frecuencia, también la duración se ha incrementado. Y la tendencia será hacia el infinito, exagerado quizás, precisemos, será tiempo finito pero de espera larga, de días incontables, y ya nunca será lo mismo, nunca lo fue, el presente se comió a bocados al pasado, ¿se acuerdan todavía?, unos más que otros. El cuidado de ellos cambió de manos, de las nuestras a las suyas, la responsabilidad se mudó de cuerpo, nuestra tarea se va diluyendo, pequeños o grandes autónomos en busca de independencia, centralismos derrotados por fuerzas centrífugas imposibles de parar, germinó ese auto cuidado que hace que ya no vigilemos sus pasos ni hagamos de guía ni cambiemos su dirección, ni gobernemos sus vehículos en medio de la tormenta. Y la espera, aparte de larga, es confiada, ciega también. Y llegan las noches donde la habitación se queda vacía porque hoy toca dormir fuera, y la ventana se queda abierta y la persiana subida y la bajaremos aunque la cama siga fría hasta mañana y los móviles se dejarán abiertos, benditos sean, por si acaso todavía necesitan una luz en el camino.

robert capa

Debería ser sagrado preservar el sueño y el descanso de los niños. Ese rizo, o bucle que apunta al ojo aparece como un detalle artístico en una foto que expresa la miseria de la derrota y del desarraigo futuro. El bolso guarda algo, la botella está vacía y la chaqueta desproporcionada es similar al hastío, miedo, cansancio o impotencia que expresa la mirada única. Sin música ni bandas sonoras la guerra real está llena de olores y pasos, con sonidos humanos, con gritos y lamentaciones, o silencios, camino del exilio.


Quizás la memoria histórica consista en esto, en mirar la foto, cerrar los ojos, quedarse dormido, despertar y volverse un poco más humano.

Niña en el centro de refugiados en tránsito. Barcelona, 15 enero 1939 (Robert Capa)

miércoles, 2 de mayo de 2012

realidades

A lomos de una melodía inolvidable cabalga “Desayuno con diamantes”. Moon River tocada a la guitarra desde el quicio de una ventana suena a melancolía pura y a recuerdo de un tiempo lejano. Magistral Audrey Hepburn  a lo largo del film, 44 años separan esas escenas de otras. Otros días vendrán es un poema de Pablo Neruda, pleno de esperanza. La misma a la que se aferran los protagonistas de la película española del mismo nombre. En pocas horas veo ambas y el clásico de Blake Edwards no ha envejecido, mientras que la película de Eduard Cortés todavía es joven, año 2005. Plenas de actualidad, ambas, la lucha por sobrevivir fuera de la normalidad, cuando la vida se acuerda de que la realidad, la más cruda, llevaba tiempo sin aparecer, y se empeña en recordar soledades a los protagonistas. Magnífica resolución en la segunda, alguien se merecía una segunda oportunidad, e inolvidable el aguacero que en NY confunde las lágrimas de Audrey con las gotas de lluvia.