domingo, 20 de mayo de 2012

entrepeñas y buendía


Llegaron las aguas y anegaron tierras y pueblo. El hombre construyó, represó agua y cambió paisajes, dejando terrenos y casas entre dos aguas. Los monjes llegaron hace cientos de años y construyeron un monasterio, el de Monsalud, en Córcoles, tierra de Guadalajara. Quedan paredes, restos, un edificio que servía de portería y partes de una iglesia. La ventana deja ver el cielo, podría ser una habitación. Da igual estar dentro o fuera, el efecto es el mismo. No lo sería hace 500 años, cuando los que allí habitaban querían descubrir el mundo, o ignorarlo desde esas paredes donde la Virgen era abogada “contra la rabia, melancolías de corazón, endemoniados y mal de ojo”. No hay rastros de endemoniados por la zona, probablemente sí muchas melancolías, producto de nuestro tiempo y de todos los tiempos pasados; entre dos aguas caminan hoy los habitantes de pueblos como Sacedón o Buendía, entre embalses ideados por humanos, remansos de aguas no bravas. No se percibe nada entre esas ruinas, no saltan las piedras a decirnos nada, no nos descubren los secretos, no nos enseñan pasadizos, no nos ofrecen escondites secretos ni papeles celosamente guardados durante siglos, al revés que la ruta de las caras en Buendía, donde el hombre moderno esculpió las rocas, y donde el cielo nos lleva a una pequeña cueva, refugio contra la tormenta que coge de allá y pone acá con furia. Y llega el secreto, por un momento la vida primitiva de allá por la prehistoria parece presentarse y mostrarse, y pienso que verían la lluvia caer, y esperarían la noche o el día, para salir de la cueva a abrazar la comida y para volver y buscar el fuego, y preguntarse cosas que no tienen respuesta. Mejor será no preguntarse nada cuando se rueda por carreteras desiertas, ahí, a una hora de Madrid, donde el sol de espalda pierde ante un cielo negro, que vuelve a descargar oleadas que se ven, que no sólo se perciben, y dejan fotos de contraste que nunca se harán, porque están todas inventadas, o casi, y aunque no exista prueba material, en papel o en pantalla, allá quedan las imágenes, apresadas en memoria humana, entre dos aguas.

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