Vuelvo a Juan
Valera como un glotón a su armario favorito, el que encierra el dulce
prohibido. Y esta vez es Juanita la larga, y la escritura es de otro siglo, el
diecinueve para ser más exactos. Y se nota porque las palabras se complican,
los giros se adivinan y el vocabulario se me ha quedado pequeño, pero no quiero
refugiarme en el diccionario para no interrumpirme a cada paso, y me quedo con
el sentido y con la idea de cuánto hemos perdido por el camino. Y si la
escritura ha cambiado qué decir de la lectura. O por lo menos de la mía, leo a
salto de mata, acompañado por voces y aparatos, y el ejercicio se antoja difícil
pero habitual. Probablemente hemos perdido la paciencia también. Como dije,
vuelvo buscando algo, lo que encontré leyendo Pepita Jiménez, y no lo encuentro
aquí. Quizás en algún momento sí, quizás he olvidado aquella obra, quizás fue
sólo una ilusión. Son recuerdos lo que dejan los libros en el lector, y aquel
es terrible, de bueno. Y difícilmente mejorable, es por ello que volveré a la
despensa en busca de esa adicción que te deja a veces una lectura, y aunque
segundas partes nunca fueron buenas, espero que segundas lecturas sí lo sean, y
no sólo simples ilusiones.
Juanita la larga.
Juan Valera. 1895
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