sábado, 31 de agosto de 2013

la llama



Se acaba la trilogía, tercera parte, la llama, la guerra civil contada desde dentro, desde Valencia y sobre todo desde Madrid, con el hambre y las bombas, con el miedo diario, constante, con el miedo de tener miedo tal y como lo define el autor y que mina su salud. Con su determinación de escapar de España con su nuevo amor, con su estancia en Francia y su viaje final al exilio inglés. Su ex mujer queda con sus cuatro hijos en Valencia. Nada hay en Google que permita seguir el rastro de esos hijos. Huir para escapar de la locura o de una muerte segura dado el papel que desempeñaban ambos en su trabajo para un gobierno o estado que se desintegraba y recelaba de todo y todos. La guerra desde dentro, cruda y verídica. La trilogía alcanza su cenit realista en el periodo reciente más convulso de nuestra historia.

La llama. Arturo Barea (1941)

domingo, 18 de agosto de 2013

sevilla-los venerables


No vamos porque lo hayamos visto en guía alguna. Vemos una señal en la calle e intentamos encontrarlo, calles estrechas nos llevan a la Plaza de los Venerables donde hacemos tiempo para que abran. La fachada reluce de blanca. Dentro sorpresa y muy grata. Pertenece el hospital a la Fundación Focus-Abengoa. Para empezar patio techado o velado. Dice la audio guía que el objetivo era dar amparo a los sacerdotes enfermos o pobres tras la epidemia de peste de 1649 que asoló el país, o dicho de otra forma, convertir la enfermedad en salud o la pobreza en consuelo. Se terminaron las obras en 1697 y ya un par de años más tarde albergaba a unos 30 sacerdotes. Pasamos a la iglesia que es realmente impresionante y colorida con muros pintados por Juan Valdés Leal y su hijo Lucas Valdés. De nuevo aparece el mariscal Soult que de esta iglesia también se llevó una Inmaculada de Murillo que se expone en el Prado. Un cristo crucificado de autor desconocido parece suspendido ya que la cruz apenas se distingue. El púlpito presenta las inscripciones oíd, entended y guardad. Subimos a la galería alta y encontramos una Dolorosa anónima con daga en pecho con la siguiente leyenda: o quan tristis et aflicta fuitilla benedicta mater única niti. Asomados a una celosía de este piso alto contemplamos la iglesia desde arriba y parece otra. Volviendo a la planta baja pasamos a ver la colección permanente del centro Velázquez, sala pequeña oscura donde sólo los cuadros y tallas están iluminados directamente, donde un vigilante hace su trabajo, y donde no hay palabras para definir el compendio de arte. La tenue luz y el silencio ayudan a ello. Para empezar descubrimos que en una vista de 1647 la alameda de Hércules, que hoy peligra, ya se asemejaba y mucho a como la vemos estos días. Seguimos con una de las obras maestras, la Inmaculada de Velázquez, de 1618. Se suceden obras de Zurbarán, de Francisco Pacheco, la aniñada Santa Rufina de Velázquez y la seria Santa Catalina de Murillo, así como tallas de Montañes, para llegar a la obra que más me gustó, la Imposición de la casulla a San Ildefonso, pintada por Velázquez entre 1622 y 1623, sobre todo por las tres figuras femeninas que aparecen en la parte superior del cuadro modelando un esplendido juego de luces y sombras.

sábado, 17 de agosto de 2013

sevilla-día 3


Encaminamos nuestros pasos a los Alcázares, que como dice el folleto combina arte, historia y cultura en un espacio que admite las inevitables comparaciones con la Alhambra granadina. Salas repletas de hechos históricos como la que alberga la pintura Virgen de los Mareantes, de Alejo Fernández, 1535. Dicen que ante esta imagen rezaban los marinos que emprendían viaje a lo desconocido. Se pasea por entre dormitorios reales y se llega al hermoso patio de las doncellas. Conjunción de estilos acumulados. En un rincón no numerado según la guía el agua se vuelve verde, reflejo de la abundante vegetación. La fuente ya no surte pero el frescor sigue, signo de corrientes que atraviesan galerías y llegan hasta este pequeño mirador donde pasar horas muertas bajo arco de piedra. Se suceden los jardines repletos de palmeras, en forma laberíntica a veces y siempre con fuentes. En el estanque de Mercurio, el agua cae desde la altura, le llaman el chorrón, mientras el dios estatuado permanece impertérrito. Al fondo más palmeras dibujando el cielo. Visitamos a continuación la Catedral, de grandes dimensiones, amplia y de gran altura. La iluminación es inadecuada y las mayorías de las capillas tienen sus verjas cerradas con lo que la visión no es precisamente ideal. Hay obras de Murillo y Zurbarán. Destaca el pendón del libertador de Sevilla, Fernando III (1248) que muestra a leones delgados como parte del escudo. Un par de obras a destacar, el óleo sobre tabla que muestra el descendimiento, del pintor Pedro de Campaña (1547), autor flamenco. Y la talla del Cristo de la Clemencia, de Juan Martínez Montañes, 1603. Una curiosidad, el Calvario con donante, que muestra a aquel que supuestamente dona la obra mirando al artista a la par que forma parte de la pintura orando con las manos juntas. Si hay una obra que atrae la atención del público es la tumba de Colón, llevada a hombros de cuatro gigantes, los dos delanteros portan los escudos de Castilla y León y cabeza erguida. Los dos traseros portan enseñas de Navarra y Aragón y cabeza gacha. Las fotos se suceden. De repente nos vemos envueltos en una explicación en francés de la que me llegan palabras sueltas.  Nos vale para tomar un respiro. El retablo mayor se encuentra en obras y la Giralda cerrada por mantenimiento de campanas con lo que nos perdemos las vistas de altura. Existe también, ya enfilando la salida, un bonito patio de naranjas sin el apreciado fruto. Cansados nos dirigimos al barrio de Santa Cruz y comemos al aire libre en un local que data de 1870, Las Teresas. Allí entona su canto un delgado cantaor que dice “el amor es un juego con su cara y con su cruz”. Razón no le falta. Las calles estrechas se suceden en el barrio y los vericuetos abundan. Descansamos en los jardines de Murillo donde cuatro ejemplares de los árboles de las lianas se bastan y se sobran para dar sombra. Dejaré la visita vespertina al hospital de los venerables en apartado independiente. El día no da para mas, cenamos en Casa Paco, en la alameda de Hércules, al aire libre. El sitio siempre está lleno así que será recomendable, y lo es. El atún con salmorejo se lleva el premio. Paseamos, Sevilla de noche, la vista de Triana desde una orilla del río merece la pena, cruzando el puente la vista de la Giralda también. Ya de vuelta descubrimos en la calle Betis el sitio que ocupó la universidad de mareantes, la institución que formaba a los marineros durante los siglos XVI y XVII. Cercano, un niño muy pequeño juega en su coche con una tableta, demasiado bebé parece para tamaño artilugio. Me pregunto si hará lo mismo que con los sonajeros o peluches, arrojarlo al suelo cuando ya se aburra. Los padres adelantan que es una barbaridad. Y tras largo paseo, el hotel nos recibe, fin de día.

la roldana



Nueva incursión en la novela histórica y nueva decepción. Esta vez se trata de La Roldana, la novelada vida de la escultora Luisa Roldán, (1652-1706), que constituye un ejemplo de mujer que intenta que su trabajo sea valorado y remunerado, ocupación que siempre estaba en manos de los hombres. Aparentemente lo consiguió y llegó a ser nombrada escultora de cámara de Carlos II y de Felipe V. Su vida da para más, a mi entender, o mejor dicho, para ser contada de diferente forma. 
La Roldana. Pilar de Arístegui. 2010

toros y vitoria


Me sorprende en el último libro que he leído descubrir que en Enero de 1701, en su viaje hacia Madrid para tomar posesión del reino, el primer Borbón, Felipe V, paró en Vitoria, donde dicen que asistió a su primera corrida, donde parece ser que se lidiaron hasta 20 ejemplares. Años después, la feria taurina de la Blanca hace balance y los números no cuadran. La asistencia se ha reducido respecto al año pasado y las imágenes muestran unas gradas desoladoras. No hay nada más triste que un espectáculo sin público. Y es que no será el político o el partido al uso quién acabe con el toreo. Será el espectador, con su aceptación o no, con su presencia o no, quién lo haga, lo mismo que el mismo público se llevará, ojalá, a los mismos que no sean capaces de cuadrar no sólo cuentas, sino de presentar honradez y esfuerzo, sudor y humildad en su labor de servicio al ciudadano.