Caminamos por parajes que hace dos siglos se cubrieron de agua. La mano
del hombre que quita y pone y levanta paredes para apresar las aguas. Y después
esas piedras filtran, hoy gotas, mañana más, no vale el pontón, el de la Oliva,
que este pantano nació encajonado en este cañón y murió vertiendo su agua. Y queda
el río, el Lozoya, que nació más arriba y hace ruido, y serpentea. Y en las
paredes se ven personitas, lejanas, con casco, que quieren subir hasta arriba,
y se oyen sus voces, y las de los que les ven desde abajo, se oyen sin entender
lo que dicen. Algún perro ladra. Afán por llegar a lo más alto. Nosotros caminamos
seis kilómetros hasta la presa de Navarejos, donde el río parece más ancho. Entre
medias serpentea el camino por la ladera, hasta colgado en tramo artificial. Luego
esquivamos ramas, árboles, piedras, excrementos de vacas y más ramas. Los animales
aparecerán más tarde cuando el camino se ensancha un poco, y ellas escalan
posiciones, esquivas, suena un cencerro. Luego pista. Siempre el río rumoroso y
los árboles que dan sombra. Charcos porque llovió y abejas que trabajan,
cuidado. Colmenas donde imaginar a miles de obreras mecánicamente atareadas. No
vemos a nadie en la ida. Escasos los dedos para contar a los que encontraremos
a la vuelta. Nubes que nos esquivaron. Desandar el camino, lo que antes fue
bajada ahora es subida, escasos desniveles. Siguen los escaladores a lo suyo. Es
hora de comer y allí arriba no parece fácil sacar el bocadillo. Nosotros lo
hacemos en Patones de abajo, pueblo donde la vida se refugia en casas pequeñas,
en un banco, en una plaza.
El ayuntamiento exhibe plaza que no es de pueblo, que es artificiosa,
hasta las banderas relucen. Sin vida aparente enfilamos la subida hacia el
pueblo de arriba. Cuestas estrechas e imponentes y de repente el caos, coches
aparcados al borde de los abismos. Todo por ver unas piedras y comer. Pueblos con
encanto que matan ese sustantivo. Todos los que no estaban paseando por el
monte están aquí. Media vuelta. Torrelaguna de camino a casa. Acabaron las
fiestas, alguien se casó o fue bautizado. Iglesia imponente, cerró. Se ven los
invitados, no quien fuera protagonista. Cuna de Cisneros, es este sábado un
pueblo más, sin encanto artificial.