domingo, 9 de septiembre de 2018

pontón


Caminamos por parajes que hace dos siglos se cubrieron de agua. La mano del hombre que quita y pone y levanta paredes para apresar las aguas. Y después esas piedras filtran, hoy gotas, mañana más, no vale el pontón, el de la Oliva, que este pantano nació encajonado en este cañón y murió vertiendo su agua. Y queda el río, el Lozoya, que nació más arriba y hace ruido, y serpentea. Y en las paredes se ven personitas, lejanas, con casco, que quieren subir hasta arriba, y se oyen sus voces, y las de los que les ven desde abajo, se oyen sin entender lo que dicen. Algún perro ladra. Afán por llegar a lo más alto. Nosotros caminamos seis kilómetros hasta la presa de Navarejos, donde el río parece más ancho. Entre medias serpentea el camino por la ladera, hasta colgado en tramo artificial. Luego esquivamos ramas, árboles, piedras, excrementos de vacas y más ramas. Los animales aparecerán más tarde cuando el camino se ensancha un poco, y ellas escalan posiciones, esquivas, suena un cencerro. Luego pista. Siempre el río rumoroso y los árboles que dan sombra. Charcos porque llovió y abejas que trabajan, cuidado. Colmenas donde imaginar a miles de obreras mecánicamente atareadas. No vemos a nadie en la ida. Escasos los dedos para contar a los que encontraremos a la vuelta. Nubes que nos esquivaron. Desandar el camino, lo que antes fue bajada ahora es subida, escasos desniveles. Siguen los escaladores a lo suyo. Es hora de comer y allí arriba no parece fácil sacar el bocadillo. Nosotros lo hacemos en Patones de abajo, pueblo donde la vida se refugia en casas pequeñas, en un banco, en una plaza.
El ayuntamiento exhibe plaza que no es de pueblo, que es artificiosa, hasta las banderas relucen. Sin vida aparente enfilamos la subida hacia el pueblo de arriba. Cuestas estrechas e imponentes y de repente el caos, coches aparcados al borde de los abismos. Todo por ver unas piedras y comer. Pueblos con encanto que matan ese sustantivo. Todos los que no estaban paseando por el monte están aquí. Media vuelta. Torrelaguna de camino a casa. Acabaron las fiestas, alguien se casó o fue bautizado. Iglesia imponente, cerró. Se ven los invitados, no quien fuera protagonista. Cuna de Cisneros, es este sábado un pueblo más, sin encanto artificial.

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