domingo, 31 de agosto de 2014

la barranca



Domingo por la mañana, la Barranca evoca mucho. Y su valle, naturaleza desbordante, vistas diferentes, las alturas que todo lo ven, encajonados en el valle, pequeños, al lado de pinos que trepan, llenos de ramas entrelazadas y raíces que semejan manos penetrando en la tierra. Años ha, visitas con los niños, su primer contacto con la sierra, el monte, el río que baja con agua siempre aunque sea verano, la sombra, las piedras sobre el riachuelo, el chapoteo, el cruce sobre rocas, los lagos, la merienda o la comida, los juegos, las cartas, hasta la manta, el sueño, la silla de paseo, mas piedras, el frío que llega, el anorak, incluso la nieve, el cansancio, el futuro paseo planeado. Algún plan siempre queda interrumpido, escondido en la memoria. Pasan los años y el entorno no ha cambiado, seco por la falta de agua, pero el río permanece, los miles de pinos dan sombra y el camino se hace mas llevadero así cuesta arriba hasta el Mirador de las Canchas. El antiguo espacio de mesas para merendar se ha movido al otro lado del camino. En su lugar un espacio para aventurarse controladamente en la naturaleza saltando de pino a pino y esas cosas. El ser humano se aburre, falto de emociones. Necesita subirse al árbol y gritar antes de lanzarse con su arnés. La subida se empina, piedras y arena en el camino, la fuente de Mingo a un lado, algún cauce asoma tímido, siempre brota agua de debajo de las piedra, allá arriba, el centro de la tierra alberga agua aparte de fuego. Algunas rampas duras. Los ciclistas pedalean sin cesar, desarrollos agotados. Ambiente mas fresco a medida que se ganan metros, hasta los 1760 en el mirador. La vista no puede procesar tanto verdor allá enfrente. Aislados, no hay cobertura, el móvil sólo como cámara. No existen aplicaciones alrededor. Al final de toda la escena, la Maliciosa cambia grises por verdes. Al otro lado se podría vislumbrar hasta Madrid. Horizonte lejano. Desandamos el camino, bajada, más rápidos. Las dos áreas de parking llenas, niños que inician el camino, sillas también, nosotros hace mas de quince años, la historia se repite, la siembra siempre, recurrente, obligatoria. Todos los caminos son circulares. Paramos en Navacerrada, compra de pan, barras pesadas, una cerveza en Felix el Segoviano donde un sacerdote escribe con calma en un libro grande a la vista de muchos. No es hora de picatostes y menos de chocolate caliente, dejémoslo para el otoño o invierno, volveremos a la ruta, a completar la circular, a seguir evocando.

río



Paseo por el río, mejor dicho por la ribera. La del Manzanares. Es Madrid Río, o como reconvertir el entorno de un río oscuro en brillante espacio para el público. Polémica obra como toda obra pública, el soterramiento de la M30 dejó la posibilidad de qué hacer con el terreno ganado. Sin preguntarnos donde está el dinero o cual es la deuda disfrutemos de lo que la superficie ofrece, diez kilómetros, o sea, 20, de espacio para la bicicleta, el paseo, la carrera o el descanso. Incluso espacio para combatir el calor, la llamada zona de playa con dos centros de múltiples chorros verticales de agua que hacen que los niños y los no menos niños se vuelvan locos. A su alrededor padres, madres y familias enteras rodeadas de neveras y bolsas, espacio para la merienda, picnic casero y cercano para los que puede que no puedan dejar la ciudad en vacaciones. En su mayoría son emigrantes los que copan el césped. Se venden refrescos ambulantes cual playa arenosa. Sorprende el estado de conservación de toda la zona, hierba recortada, flores bien puestas, limpieza por doquier, sorprende la comparación con otras áreas de la capital. Llegamos al Matadero o zona reconvertida también, de degüelle y despiece se ha pasado a entorno cultural. Teatro, música, salas de exposiciones y amplia plaza para el uso al aire libre. Visitamos una exposición o mas bien el Programa de investigación y residencia artística patrocinado por la Fundación del Banco Santander. Estudio busca talento. Cinco artistas trabajan a la vista del público. O exponen sus obras, o lo que pueda parecer. Me guardo la bilis para ocasiones mejores. El otro día fui a pedir un crédito a ese banco. Es el mío desde hace 26 años, donde llega mi nómina cada mes. Me pidieron como documentación las dos últimas. Tomadura de pelo. Saben lo que gano desde hace cinco lustros y encima me dan el dinero mas caro, operación que pierden, les da igual. Ahora sé donde va parte de sus beneficios. El talento lo convierto yo en talante, en bueno, el que hay que tener para no mandar al banco a la mierda. Ganas no faltan, pero no puedo, cuestión de supervivencia. Sorprendente la artista que llena el suelo de tarjetas postales sin ton ni son a mi entender, seguro que hay un séptimo sentido al suyo. En fin, de vuelta al río, no huele casi, poca agua, no parece muy limpia. El agua fluye hacia el sur, nutrirá al Jarama y ésta al Tajo, rumbo a Lisboa. Una señora toma la mano, parece cuidadora, de otra en silla de ruedas, y reza en voz alta, de pie. Todo esto al borde de un río, música y cervezas en bancos. De camino al coche las esquinas se llenan de rojiblancos, es terreno atlético, padres, hijos, novias, familias, el fútbol como nexo de unión familiar. Suenan las primeras cornetas, anuncio de triunfo. Parada intermedia en la Casa de Campo, polvoriento parking junto al lago, chiringuitos y cerveza, vuelta al lago, reman parejas o amigos, ejercicio duro, y cotorras argentinas anidando en pinos, invadiendo el perfil sonoro de la tarde, chillidos que no evocan paz, sobran. Sigue el calor.

viernes, 29 de agosto de 2014

divago



Libro autobiográfico o libro de viajes, las aventuras del autor norteamericano por el planeta desvelan el mundo de discriminación racial en los Estados Unidos y el deseo del escritor de experimentar qué significaba ser negro fuera de allí. Con sus libros y sus discos a cuestas recorre a partir de la Gran Depresión del 29 varias partes del mundo, desde Cuba a México pasando por Rusia, China, Japón y acabando la mitad final del 37 en España intentando informar de lo que aquí se vive en plena guerra civil. Aventuras sin fin, viajes interminables en tren, esperas para salir o entrar de un país, con una parte final muy ilustrativa de la vida en el Madrid asediado y en la Valencia a la que se mudó el gobierno republicano. Escenas de vida cotidiana con visitas al frente de un hombre siempre deseoso de compartir las vivencias y las impresiones del pueblo, como aquella que se repetía por la ciudad del levante: “los mejores toreros y las mejores putas se han unido al enemigo, pero nos apañaremos sin ellos”. Dice James que quién se negó a dejar Madrid fue La Niña de los Peines, cantaora flamenca a la que acudió a escuchar muchas veces, recordandole el grito desgarrador del cante al blues de su país. Y otro poco de desgarro para acabar, dice Hughes que estando en España recibió una carta de la persona de la que estaba enamorada entonces, Elsie Roxborough, contaba por entonces 23 años, aspirante a productora teatral, y el texto decía: “recibí una carta suya contándome que había decidido dejar de ser negra”. Cuenta la historia que murió en el 49 por sobredosis de pastillas y que Hughes siempre conservó una foto sobre su escritorio.

Divago mientras vago. James Langston Hughes (1956)

sanse



Visto y no visto, así es un encierro, escasos segundos, ni siquiera guardo en la memoria los gritos o el aire de duda, ni el ruido de la manada al pasar. Bultos negros o marrones que pasan, cual caravana de ciclistas. Luego veo un video y es así, fugaz, cual vida misma. La excitación se pasó, hasta mañana. Los pantalones blancos, mayoría, quedaron inmaculados. La fortuna de nuevo. Se fueron las reses y mansos y la calle se queda llena de corredores y público, pañuelos rojos, que comenta lo pasado. Los mismos que minutos antes del cohete se deseaban suerte o estiraban timidamente ante la asombrada mirada de los que estábamos tras las maderas, expectantes. Alguna ambulancia con sirena, alguna camilla, pero no parece nada de importancia. La televisión repite la carrera en pantalla gigante, ya cada corredor buscándose en imágenes. Espectáculo donde manda el toro. Muchos a la plaza, suelta de vaquillas, ambiente de fiesta que se va diluyendo poco a poco. Porras grandes con chocolate en churrería Toribio y visita a la Iglesia de San Sebastián donde está todavía sobre paso procesional el Cristo de los Remedios, ayer le tocó pasear las calles. Algunos fieles a la espera. Es San Sebastián de los Reyes un pueblo que data de 1492, los Católicos le dieron nombre. Ni rastro de lo que pudo ser un grupo de cabañas alrededor de una ermita. Pero paseando encontramos un rincón de casas blancas de piedra que parecen hablarnos de otra época. Es urbanisticamente un desastre, con sus construcciones de años 50 y 60, con balcones de barrotes finos, con calles estrechas que se presentan ruidosas, es un conglomerado de vida que cada año por estas fechas cierra calles y lanza al toro a correr hasta la plaza, le llaman la tercera, por eso de ir tras las Ventas y Vistalegre. Lástima que las entradas sean caras, la corrida del sábado se antoja interesante. Sabor de pueblo en un pueblo a medio construir y siempre sin terminar.

el pardo



En día jueves de visita gratuita en horario de tarde a los museos del Patrimonio Nacional nos vamos decididos al Convento de la Encarnación, aledaños del Palacio de Oriente. Nos quedamos a dos personas de lograrlo, grupo cerrado ya para la última visita guiada de la tarde. Los turistas lo inundan todo. Cambio de planes; improvisando nos acercamos al El Pardo. Palacio de caza, de invierno, para deleite de los monarcas y nobles. Mandado construir ya por Carlos V, es actual punto de estancia para los jefes de estado foráneos que nos visitan; y pasará a nuestra memoria particular, la de mi generación, por haber sido la residencia de Franco y familia durante 35 años, es decir durante todo el periodo de la dictadura. Imágenes del NODO en la memoria, recepciones y niños alrededor de un señor de uniforme y traje que envejecía en blanco y negro. Hay que esperar un poco a que se haga mas grupo. También la visita es gratuita y guiada. Alrededor de una hora de recorrido de salas y patios. Las paredes nunca hablan, sólo son piedras y tabiques que separan confidencias, decisiones, vidas y muertes. En una de ellas, convertida en capilla muere Alfonso XII. En otras muchas vive el dictador y decide sobre vidas y quehaceres de millones de españoles. Se visita el despacho, su dormitorio de dos camas separadas y flexos de oficina antigua sobre mesillas, también el comedor familiar con mantel blanco. Y el gran salón de los consejos de ministros, el aire lleno de deliberaciones. Todo queda envuelto en tapices que seguro mejorarían la acústica y darían calor a un entorno que se antoja grande para tan corta familia. Tapices coloridos y frescos en techos, cielos que quizás se invoquen desde la mesa de despacho. Dioses y ángeles que gravitan inmóviles sobre los presentes, ajenos a las decisiones de un ser imbuído de superioridad que todo lo disponía. Lejanas la urnas todavía. A pesar del aire acondicionado, disimulado en salientes del techo, las guías se abanican constantemente. Pasamos por el antiguo teatro, sala de cine en la última época, lujo al alcance de unos pocos. Lámparas que iluminan y relojes que marcan las seis de la tarde, desacompasados. Mobiliario de regalos reales, sillas de todo tipo y condición. Un par de lienzos que destacan, el retrato de Isabel la Católica, de Juan de Flandes, pintor de su corte, retrata a una reina ya mayor, no tan atractiva como la televisiva. Y una Virgen con el niño de Luis de Morales. En el exterior la capilla, sin luz y sin acceso mas allá de un cordón. Ya afuera del recinto nos dirigimos a visitar el Cristo del Pardo, sito en el convento de los capuchinos de Nuestra Señora de los Angeles. En lo mas alto del pueblo volvemos a ver la talla del Cristo yacente, obra de Gregorio Fernández. Estuvimos allí hace algunos años, rodeados de niños. Es un encargo de Felipe III para conmemorar el nacimiento de su hijo en 1605. Escultura de singular dramatismo, se presenta en una elevada urna a la que se accede por una pequeña escalera. El convento se encuentra rodeado de monte y allí se acercan a la valla un cervatillo digno de Bambi, con motas blancas y un negro jabalí que devoran, manteniendo la distancia, trozos de pan lanzados por un niño y su padre. Ya de vuelta, El Pardo enlaza con Madrid por carretera que atraviesa monte en riesgo de incendio, tal es la sequedad del entorno. Un Madrid que se expande en nuevos barrios, como el de Monte Carmelo, que parece dotado de vida propia y que ofrece terrazas en calles y esquinas para solaz de propios y ajenos. La brisa del final de la tarde se agradece ante la contemplación de la vida diaria.