viernes, 4 de mayo de 2012

cuidate

Es una constante, a veces hasta somos pesados, inherente característica del oficio de padre, y lo repetimos siete veces antes de la despedida, “Ten cuidado”, frase o dos palabras que se repiten a diario cuando nos despedimos de nuestros hijos, y suenan en esos gestos de adiós, temporales, que se hacen más habituales que antes; no sólo es la frecuencia, también la duración se ha incrementado. Y la tendencia será hacia el infinito, exagerado quizás, precisemos, será tiempo finito pero de espera larga, de días incontables, y ya nunca será lo mismo, nunca lo fue, el presente se comió a bocados al pasado, ¿se acuerdan todavía?, unos más que otros. El cuidado de ellos cambió de manos, de las nuestras a las suyas, la responsabilidad se mudó de cuerpo, nuestra tarea se va diluyendo, pequeños o grandes autónomos en busca de independencia, centralismos derrotados por fuerzas centrífugas imposibles de parar, germinó ese auto cuidado que hace que ya no vigilemos sus pasos ni hagamos de guía ni cambiemos su dirección, ni gobernemos sus vehículos en medio de la tormenta. Y la espera, aparte de larga, es confiada, ciega también. Y llegan las noches donde la habitación se queda vacía porque hoy toca dormir fuera, y la ventana se queda abierta y la persiana subida y la bajaremos aunque la cama siga fría hasta mañana y los móviles se dejarán abiertos, benditos sean, por si acaso todavía necesitan una luz en el camino.

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