sábado, 26 de octubre de 2019

alemania en dos líneas


Es un dato, innegable para mí. Hemos recorrido casi 1600 kilómetros por carreteras alemanas y en ciento cuarenta de ellos hemos adelantado 168 camiones. Se puede pensar en mi locura o en mi gusto por las cifras. Es real, es consecuencia de la cantidad ingente de camiones que vienen y van, que atraviesan regiones, de un lado a otro, buscando puntos cardinales. Unos andan, otros descansan, en áreas de servicio completas o en simples zonas de descanso. El primer carril es suyo, los otros dos son para nosotros. Eso, un dato de un país donde los coches no son pequeños, y donde a veces se corre tanto que no los ves pasar. Donde las obras parecen ser consecuencia en este momento de la historia de un incremento del gasto público. Autopistas, carreteras, puentes que exhiben grandes señalizaciones, enormes. Como los bosques que no acaban y que parecen impenetrables.


Donde están los policías, nos preguntamos. Ya llegarán. No como los turistas, que siempre están. Como las iglesias reconstruidas, como las ciudades que parecen antiguas sin serlo. Queda el suelo de antaño, de donde se quitó manto verde para construir, queda lo oculto, el substrato, donde quizás se escondan bombas que no explotaron.

Y qué decir de las viñas que surgen paralelas al Rhin, y de su vino que se toma en sus orillas. Y pensar que alguien todavía cree que inventó el vino antes de ayer. Puestos a pensar, quién inventaría la bicicleta, también es país para ellas, con carriles, con llanos y con alforjas para que el viaje se alargue. Lo que me gustaría a mí, alargarlo, seguir, aun viviendo atascos y esperas, todo por ver, por visitar cosas nuevas, o ferias de vino, o casetas de salchichas y cervezas; y continuar viendo al cuenta kilómetros crecer mientras a tu derecha los camiones se quedan atrás, en su viaje perenne por esta parte de Europa.

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