sábado, 12 de octubre de 2019

merindades-2



Vivimos gracias al agua, la que viene de allá y vemos acá, la que salta de las entrañas de la tierra para partir el pueblo en dos dejando musgos de belenes y aguas turquesas. Es Orbaneja del Castillo, la que espera a los turistas y que también espera las lluvias y las nieves que cubrirán todo, aún más. Paseamos y vemos casas rematadas con expolios del románico. Eran otros tiempos. No tan lejanos como los que formaron el cañón que el Ebro surca. Más miradores para hacer fotos, padecer de vértigo o simplemente mirar. El río silencioso, abajo. No parece moverse, estático.

Y seguimos rondándolo, de Pesquera de Ebro a Cortiguera, en ruta donde descubrimos que el río habla más o menos, que se retuerce en algún rápido, que subimos y se aleja, y subimos tanto que llegamos al pueblo, pasamos de verdes a atisbar una casa, integrada en la naturaleza. Casi deshabitado. Casa rural y algunos alternativos con perros curiosos. La iglesia se quiere caer. Alguien compró otra, la de San Pedro de Tejada, románico en privado. Cerrada hoy, esbelta, vallada, protegida de curiosos y robos. Lástima, buscábamos la cercanía y se quedó lejana.

Más río, se puede tocar, el camino del Ebro, un GR a contracorriente, buscando una pasarela colgante que no alcanzamos. Camino sombrío y precioso. El cauce siempre a la vista.

Y cerca, todo parece estar cerca en las Merindades, hay carreteras, caminos, que atraviesan páramos, puertos, entre árboles, las que unen pueblos y vidas, las que se vuelven circulares. Y decía que cerca está el Monasterio de Santa María de Rioseco, del XIII, del Císter, en ruinas, con voluntarios que lo enseñan para convertir la tarde en sesión de historia, con ecos de pasos en claustro, con otros de visitantes que antaño se hospedaban, de iglesias, de vidrieras y de piedras que no quieren caerse. Visita que se explica con la ilusión de mostrar lo que se tiene, de responder preguntas, de enseñar aunque todo se vuelva olvido. Tiempo de imaginar vidas diferentes, antiguas, que bajaban la cuesta empedrada, envueltas en hábitos blancos y encontraban el mismo rumor, el mismo cauce, otras aguas de otras lluvias, pretéritas, de ese río que hoy quisimos descubrir.

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