sábado, 22 de abril de 2023

Ávila-2023-1

 Hay puertas que pueden valer para entrar o para salir de la ciudad, las campanas dicen algo, la muralla se escala, el empedrado duele, los turistas apuran la vida. Comen, comemos, es de día, es azul, la vida camina conmigo, me dejo llevar, no la impulso.

También hay árboles y pájaros acostumbrados a escuchar el murmullo humano, el grito de la muchedumbre, el clamor de la humanidad. 

Ha sido sólo un instante, me recojo, busco un resquicio para llegar a la ausencia de ruido, a la morada.

En la calle el niño llora, la madre impaciente, está cansada. Es siempre lo mismo, nada es lo que parece, nada es fácil y ser padre es lo más difícil.

Soy yo el que está al otro lado, si muevo la mano él también, si corro la cortina de nuevo lo veo. Ilusiones que por un momento me hacen dudar.

Y con este decorado antiguo y monumental habría que montar a caballo y cabalgar escuchando el ruido, sus relinchos, las manos agarrando la montura pero prestas a la espada si llega el caso.

Pero somos de esta época y buscamos palabras, las del guía con paraguas rojo, que las arrastra el viento, que suenan a historia, que suenan bien, sabidas algunas, desconocidas otras, mañana ya no estarán, qué lástima ese aprender que no perdura, son las mismas calles pero escuchadas de otra forma. 

Ahora miramos al río manso y rumoroso, de nombre Adaja, todo él agua. Al poco llega el anochecer, sereno, la muralla se ilumina sin antorchas, no resuenan las voces de antaño, hay más silencios que otra cosa.

Y vuelvo a las puertas que años ha la noche cerraba, ya nunca más, ya todo abierto. En las moradas no las intuyo, o será que ni siquiera alcancé el quicio, afortunado el que llegue y permanezca, dicen que con el alma en paz.

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