sábado, 10 de noviembre de 2012

pirineos del 99

Las vacaciones del 99 también fueron de montaña, esta vez en el Pirineo Navarro, en el valle de Salazar, con base en la población de Esparza de Salazar, camping Murkuzuria, apacible pueblo con río, en cabaña de madera, amplia, con alguna gotera, el agua como protagonista, también nuestra cámara de fotos se sumergió en el río Irati cuando lo vadeábamos, los avatares de cruzar aguas con niños en brazos. Y disfrutamos de una de esas tormentas que aterran, bajo la oscuridad de una tarde de verano, en la Ermita de Nuestra Señora de Muskilda de Ochagavía, situada en el monte. Resguardados en la iglesia, escasamente iluminada, la poca luz desapareció de repente tras un estruendo que indicó que un rayo había caído justo allí. La tormenta siguió y siguió, la luz no volvía y bajamos en el coche llevando de paso a una pareja de turistas, si mal no recuerdo alemanes, que no querían someterse a las inclemencias del tiempo durante unos kilómetros más. Es Ochagavía un pueblo con encanto, con río que divide el pueblo, con calles empedradas y casas de piedra, todo el entorno está limpio y cuidado, con flores en los balcones. Toda la zona es en general así, con un gusto exquisito por la estética en casas y pueblos. Y sigamos con las visitas. No sé si a la ida o la vuelta dimos un paseo por la reserva natural de la Foz de Lumbier, cuyo antiguo trazado del tren de Irati permite una marcha tranquila mientras se admira el paisaje y la reserva de buitres leonados que sobrevuelan el lugar.


Otro gran paseo fue el de la Selva de Irati, extensión de 17.000 hectáreas, principalmente poblada de hayas, con parajes para disfrutar de lo verde, tirar infinitas piedras al río en los descansos, mojarse los pies y pasar un día en la naturaleza, allá donde el turismo casi ni llega.

Roncal es otro pueblo que no debe faltar, donde se puede uno acercar a la casa museo del tenor de fama mundial Julián Gayarre, construida en el solar donde nació. El cantante falleció de gripe a la temprana edad de 45 años, hablamos del año 1890. Desde muy pequeñitos acostumbramos a los niños a las visitas culturales, léase iglesias, monasterios, museos, etcétera. La huella que haya dejado la verán ellos. Son las esculturas de virgen sedente con niño de la zona muy similares. La de Nuestra Señora del Castillo, en Roncal, siglo XII, muestra una figura muy estilizada, con el niño en el regazo. La de la virgen de Idoya, s.XIII, en Isaba, representa a madre e hijo pero con el niño sobre la pierna izquierda, ambas figuras son más regordetas y poco agraciadas de cara. Mientras que la de Muskilda ya es del S.XIV y muestra dos rostros más humanos y sonrientes. Otro aspecto que inauguramos ese año fue el de pintar, hay tiempo para todo, hasta para sentarse en el pórtico de una iglesia y aprovechar el descanso para dibujar algo e intentar atraer a los niños a lo mismo y lo conseguimos. Repaso mis notas de entonces y aparece la copia de una inscripción presente en la iglesia de San Cipriano del pueblo de Isaba. Dice Abduramen Rey de Cordoba 1583 y hay una figura de perfil sobre montañas. Dice google que el labrado sobre piedra conmemoraría, años más tarde, alguna victoria sobre el emir de Córdoba Abderramán I durante el siglo VIII. Sigamos con la historia, en este mismo pueblo hay una plaza dedicada a Cipriano Barace, sacerdote jesuita que a finales del siglo XVII evangelizó en Bolivia dejándose allí la vida. Y como no, no podía faltar uno de los nombres asociados a grandes batallas. Y ese nombre es Roncesvalles, lugar de origen para muchos del camino de Santiago (en 1132 se creó un hospital para peregrinos), y nombre que evoca tintes épicos como la derrota de la retaguardia del ejército de Carlomagno a manos de vascones. Ahí se puede visitar la colegiata que alberga algunas de las cadenas que protegían el entorno del jefe del ejército árabe en la batalla de las Navas de Tolosa (1212); traídas por el rey Sancho el Fuerte dieron origen posteriormente al escudo de la provincia de Navarra. Hubo tiempo y ganas para hacer algún kilómetro que otro del camino, lejos de Santiago, entre arbustos y verdor.

Y hasta cruzamos la frontera por el puerto de Larrau, impresionante paraje de montaña, cuna de épicas ciclistas, con carreteras estrechas y mal asfaltadas en el lado francés, sin quitamiedos, para alcanzar el pueblo del mismo nombre, parando entre medias en praderas donde las ovejas, caballos y vacas pastan o descansan ajenos a las fotos donde ellos son el fondo para las instantáneas de los niños.

Y uno de los recuerdos de la zona es gastronómico, se come bien por allí, pero para la memoria queda un comedor donde cenamos un par de noches, quizás fuera el Hostal Salazar, en Oronz, al borde de la carretera, donde solos o casi solos en un recinto pequeño disfrutamos del calor de la sopa y de otras viandas. Afuera ya era de noche y el viaje de vuelta en coche a la cabaña era el paradigma de esos momentos de placidez que da el ver a los niños a punto de caer rendidos tras una jornada agotadora, y sentir que en medio de la noche, con la única luz de los faros del coche, todo el mundo cabe, o cabía, en ese coche.





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