jueves, 22 de septiembre de 2022

Gijón-22

Gijón y su playa, ciudad de caminantes, unos jubilados, otros menos, que no llueve, que hace sol, que las predicciones volvieron a fallar, que la arena tiene color de albero, que nos sentamos a ver la mañana pasar, que las palmeras aquí también tienen chocolate, del bueno, que no sé si son albatros o cormoranes, que no sé si allí a lo lejos llueve o no, no queda claro. Que habrá pocas esculturas más hermosas que la Madre del emigrante, de Ramón Muriedas, de 1970, en el paseo, mirando al mar, que nos hacemos casi todo el recorrido, que las cuestas no pueden con nosotros. Que los platos atornillados a los cubos nos reciben por segunda vez, que poco ha cambiado o mucho de aquel mar.


Gaviotas que se pelean por algo, rebuscan en las papeleras, ¿será que el mar no les da el alimento? Quizás sea que este es más fácil de conseguir.


No es el ruido del viento, es otra cosa. Como son otra cosa las manos enfundadas en botas altas. El vestido es negro, sedoso, y las formas se entrevén. Y el pelo agitado cuan largo es se expande, no hay manos que lo aplaquen.


Solos en el museo, casa natal de Jovellanos para descubrir a Sebastián Miranda y su retablo del mar o a Mariano Moré y sus mujeres al borde de la costa.


La niña de ojos azules y sonrisa escondida, de la mano de su padre, espera a que el semáforo cambie de color. Poco después, ya en ausencia de colores, confundo el mar en la noche.

No hay comentarios: