El ángel exterminador de Josep Llimona, 1895, parece verlo todo, desde allá arriba, vigía o guardián, su blanca figura de mármol impone e imagino los miedos que en el pasado pudo crear su visión al acercarse al cementerio viejo. Estamos en Comillas, ya dentro hay otro ángel, más a nuestra altura, menos inquietante.
Y ya que estamos aquí aprovechamos para visitar el Capricho de Gaudí del cual sólo pudo disfrutar una semana su propietario, el indiano Máximo Díaz de Quijano. La muerte vino a buscarle demasiado pronto. Los turistas se fotografían por doquier delante de los omnipresentes girasoles que decoran la casa de cuento que proyectó el arquitecto catalán. Suenan las campanas, tocan a misa; para nosotros el día fue largo, toca descanso.
Si viviera aquí nunca dejaría tapar el mar con ventanas y persianas, nunca dejaría de pisar los charcos en la playa y siempre tendría palmeras en el jardín.
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