Creí inventar un nombre, empezaba por D, mayúscula, como todos los nombres, aunque pronunciado no veamos la diferencia de alturas entre las letras. Yo lo leía y releía y me sonaba bien, aunque nunca salió de mis labios, quedó encerrado. Descubrí mi error leyéndolo, escuchándolo aquí y allá, hasta me llegó a parecer que era un nombre habitual. No me importó, quedó para siempre como el nombre no dicho, sólo escrito, en parte mío, asociado a alguien inexistente, que nació y sigue danzando dentro de las inconexas neuronas que se resisten y que batallan por seguir inventando.
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Hace 1 mes
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