Estamos en Doneztebe/Santesteban, pedaleo después de cuatro años, un reto, no se olvida el gesto, el movimiento o el equilibrio y en dos minutos me siento como antaño, nos enfrentamos a la vía verde del Bidasoa, por donde transitaba el tren txikito, no quedan estaciones o apeaderos, quedan túneles oscuros donde se ve el final antes o después, con sensores poco eficaces que nos obligan a tomar el móvil. Quedan pájaros, aves, animales que no vemos e infinidad de charcos y barro, y por encima de todo queda el agua del Bidasoa o de sus afluentes y las cascadas que alimentan todo. El verdor es inimaginable, los helechos y el musgo forman belenes sin figuras y a veces el río baja un par de metros y el movimiento silencia todo lo demás. El río es frontera natural, aquí hubo guerras, civiles e internacionales, habrá muertos por doquier, huesos enterrados que no vemos, silencios que nunca son tales. En el puente de San Miguel de Bera vemos un ejemplo, una placa recuerda la batalla donde el capitán inglés Daniel Cadoux intentó cortar la huída de las tropas francesas que buscaban su país, el río profundo en ese tiempo impedía vadearlo, al final la diferencia numérica hizo el resto pereciendo el mando y parte de su tropa. Era el uno de Septiembre de 1813.
El camino sigue y aquel pueblo de colores rojos es Francia, separados por el río, otras fronteras invisibles separan Guipúzcoa de Navarra, se acerca el mar, lo veremos, se abre y se ensancha el horizonte, pueblos que se mezclan, el camino se empieza a resquebrajar, algunas obras, algún corte, preguntar para saber, una de ellas me dice algo, no la entiendo, están alegres y parecen trabajar en el Camino Rojo, uno de esos locales que se iluminan en rojo y donde el cartel dice que atienden 24 horas, son sudamericanas y jóvenes, están al lado de la isla de los faisanes, esa que administran Francia y España a medias. Ya huele a mar y ya es hora de recuperar fuerzas, Hondarribia ofrece excelentes alternativas, en la Hermandad de los pescadores la sopa de pescado puede ser la mejor del mundo y el rape no le va a la zaga. Y sobran las palabras para el taco del bacalao del Itsaspe, difícilmente superable.
¿Qué más?, cuestas, casas con balcones de colores, paseos, encuentros inesperados, iglesias tranquilas, una excursión a Larrún, mole de 900 metros, a un lado Navarra, al otro Francia. Subimos en tren cremallera con muchos jubilados franceses, sin ventanillas, cuestas imposibles, pastos para caballos, ovejas y vacas, el paisaje promete, poco a poco la niebla nos envuelve, se la ve atravesar el vagón, arriba hace frío y lo más parecido a la nada nos envuelve, los cuatro puntos cardinales nos prometían un paisaje que no vemos, todo blanco, color de niebla, impenetrable, tiempo de estar a cubierto, calentarse, tomar algo, volverá la luz en el descenso, el valle nos recibe, y antes de volver un paseo por Ghetary, homónimos del pueblo vasco cercano, en la costa, con ese mar tranquilo que se presenta hoy envuelto en una luz de fantasía.