Domingo por la mañana, la Barranca evoca mucho. Y su valle, naturaleza
desbordante, vistas diferentes, las alturas que todo lo ven, encajonados en el
valle, pequeños, al lado de pinos que trepan, llenos de ramas entrelazadas y
raíces que semejan manos penetrando en la tierra. Años ha, visitas con los niños,
su primer contacto con la sierra, el monte, el río que baja con agua siempre
aunque sea verano, la sombra, las piedras sobre el riachuelo, el chapoteo, el cruce
sobre rocas, los lagos, la merienda o la comida, los juegos, las cartas, hasta
la manta, el sueño, la silla de paseo, mas piedras, el frío que llega, el
anorak, incluso la nieve, el cansancio, el futuro paseo planeado. Algún plan
siempre queda interrumpido, escondido en la memoria. Pasan los años y el
entorno no ha cambiado, seco por la falta de agua, pero el río permanece, los
miles de pinos dan sombra y el camino se hace mas llevadero así cuesta arriba
hasta el Mirador de las Canchas. El antiguo espacio de mesas para merendar se
ha movido al otro lado del camino. En su lugar un espacio para aventurarse
controladamente en la naturaleza saltando de pino a pino y esas cosas. El ser
humano se aburre, falto de emociones. Necesita subirse al árbol y gritar antes
de lanzarse con su arnés. La subida se empina, piedras y arena en el camino, la
fuente de Mingo a un lado, algún cauce asoma tímido, siempre brota agua de
debajo de las piedra, allá arriba, el centro de la tierra alberga agua aparte
de fuego. Algunas rampas duras. Los ciclistas pedalean sin cesar, desarrollos
agotados. Ambiente mas fresco a medida que se ganan metros, hasta los 1760 en
el mirador. La vista no puede procesar tanto verdor allá enfrente. Aislados, no
hay cobertura, el móvil sólo como cámara. No existen aplicaciones alrededor. Al
final de toda la escena, la Maliciosa cambia grises por verdes. Al otro lado se
podría vislumbrar hasta Madrid. Horizonte lejano. Desandamos el camino, bajada,
más rápidos. Las dos áreas de parking llenas, niños que inician el camino,
sillas también, nosotros hace mas de quince años, la historia se repite, la
siembra siempre, recurrente, obligatoria. Todos los caminos son circulares. Paramos
en Navacerrada, compra de pan, barras pesadas, una cerveza en Felix el
Segoviano donde un sacerdote escribe con calma en un libro grande a la vista de
muchos. No es hora de picatostes y menos de chocolate caliente, dejémoslo para
el otoño o invierno, volveremos a la ruta, a completar la circular, a seguir
evocando.
domingo, 31 de agosto de 2014
río
Paseo por el río, mejor dicho por la ribera. La del Manzanares. Es Madrid
Río, o como reconvertir el entorno de un río oscuro en brillante espacio para
el público. Polémica obra como toda obra pública, el soterramiento de la M30
dejó la posibilidad de qué hacer con el terreno ganado. Sin preguntarnos donde
está el dinero o cual es la deuda disfrutemos de lo que la superficie ofrece,
diez kilómetros, o sea, 20, de espacio para la bicicleta, el paseo, la carrera
o el descanso. Incluso espacio para combatir el calor, la llamada zona de playa
con dos centros de múltiples chorros verticales de agua que hacen que los niños
y los no menos niños se vuelvan locos. A su alrededor padres, madres y familias
enteras rodeadas de neveras y bolsas, espacio para la merienda, picnic casero y
cercano para los que puede que no puedan dejar la ciudad en vacaciones. En su
mayoría son emigrantes los que copan el césped. Se venden refrescos ambulantes
cual playa arenosa. Sorprende el estado de conservación de toda la zona, hierba
recortada, flores bien puestas, limpieza por doquier, sorprende la comparación
con otras áreas de la capital. Llegamos al Matadero o zona reconvertida
también, de degüelle y despiece se ha pasado a entorno cultural. Teatro,
música, salas de exposiciones y amplia plaza para el uso al aire libre. Visitamos
una exposición o mas bien el Programa de investigación y residencia artística
patrocinado por la Fundación del Banco Santander. Estudio busca talento. Cinco artistas
trabajan a la vista del público. O exponen sus obras, o lo que pueda parecer. Me
guardo la bilis para ocasiones mejores. El otro día fui a pedir un crédito a
ese banco. Es el mío desde hace 26 años, donde llega mi nómina cada mes. Me pidieron
como documentación las dos últimas. Tomadura de pelo. Saben lo que gano desde
hace cinco lustros y encima me dan el dinero mas caro, operación que pierden,
les da igual. Ahora sé donde va parte de sus beneficios. El talento lo
convierto yo en talante, en bueno, el que hay que tener para no mandar al banco
a la mierda. Ganas no faltan, pero no puedo, cuestión de supervivencia. Sorprendente
la artista que llena el suelo de tarjetas postales sin ton ni son a mi
entender, seguro que hay un séptimo sentido al suyo. En fin, de vuelta al río,
no huele casi, poca agua, no parece muy limpia. El agua fluye hacia el sur,
nutrirá al Jarama y ésta al Tajo, rumbo a Lisboa. Una señora toma la mano,
parece cuidadora, de otra en silla de ruedas, y reza en voz alta, de pie. Todo esto
al borde de un río, música y cervezas en bancos. De camino al coche las
esquinas se llenan de rojiblancos, es terreno atlético, padres, hijos, novias,
familias, el fútbol como nexo de unión familiar. Suenan las primeras cornetas,
anuncio de triunfo. Parada intermedia en la Casa de Campo, polvoriento parking
junto al lago, chiringuitos y cerveza, vuelta al lago, reman parejas o amigos,
ejercicio duro, y cotorras argentinas anidando en pinos, invadiendo el perfil
sonoro de la tarde, chillidos que no evocan paz, sobran. Sigue el calor.
viernes, 29 de agosto de 2014
divago
Libro autobiográfico o libro de viajes, las aventuras del autor
norteamericano por el planeta desvelan el mundo de discriminación racial en los
Estados Unidos y el deseo del escritor de experimentar qué significaba ser
negro fuera de allí. Con sus libros y sus discos a cuestas recorre a partir de
la Gran Depresión del 29 varias partes del mundo, desde Cuba a México pasando
por Rusia, China, Japón y acabando la mitad final del 37 en España intentando
informar de lo que aquí se vive en plena guerra civil. Aventuras sin fin,
viajes interminables en tren, esperas para salir o entrar de un país, con una
parte final muy ilustrativa de la vida en el Madrid asediado y en la Valencia a
la que se mudó el gobierno republicano. Escenas de vida cotidiana con visitas
al frente de un hombre siempre deseoso de compartir las vivencias y las
impresiones del pueblo, como aquella que se repetía por la ciudad del levante: “los
mejores toreros y las mejores putas se han unido al enemigo, pero nos
apañaremos sin ellos”. Dice James que quién se negó a dejar Madrid fue La Niña
de los Peines, cantaora flamenca a la que acudió a escuchar muchas veces,
recordandole el grito desgarrador del cante al blues de su país. Y otro poco de
desgarro para acabar, dice Hughes que estando en España recibió una carta de la
persona de la que estaba enamorada entonces, Elsie Roxborough, contaba por
entonces 23 años, aspirante a productora teatral, y el texto decía: “recibí una
carta suya contándome que había decidido dejar de ser negra”. Cuenta la
historia que murió en el 49 por sobredosis de pastillas y que Hughes siempre
conservó una foto sobre su escritorio.
Divago mientras vago. James Langston Hughes (1956)
sanse
Visto y no visto, así es un encierro, escasos segundos, ni siquiera
guardo en la memoria los gritos o el aire de duda, ni el ruido de la manada al
pasar. Bultos negros o marrones que pasan, cual caravana de ciclistas. Luego
veo un video y es así, fugaz, cual vida misma. La excitación se pasó, hasta
mañana. Los pantalones blancos, mayoría, quedaron inmaculados. La fortuna de
nuevo. Se fueron las reses y mansos y la calle se queda llena de corredores y
público, pañuelos rojos, que comenta lo pasado. Los mismos que minutos antes
del cohete se deseaban suerte o estiraban timidamente ante la asombrada mirada
de los que estábamos tras las maderas, expectantes. Alguna ambulancia con
sirena, alguna camilla, pero no parece nada de importancia. La televisión
repite la carrera en pantalla gigante, ya cada corredor buscándose en imágenes.
Espectáculo donde manda el toro. Muchos a la plaza, suelta de vaquillas,
ambiente de fiesta que se va diluyendo poco a poco. Porras grandes con
chocolate en churrería Toribio y visita a la Iglesia de San Sebastián donde
está todavía sobre paso procesional el Cristo de los Remedios, ayer le tocó
pasear las calles. Algunos fieles a la espera. Es San Sebastián de los Reyes un
pueblo que data de 1492, los Católicos le dieron nombre. Ni rastro de lo que
pudo ser un grupo de cabañas alrededor de una ermita. Pero paseando encontramos
un rincón de casas blancas de piedra que parecen hablarnos de otra época. Es
urbanisticamente un desastre, con sus construcciones de años 50 y 60, con
balcones de barrotes finos, con calles estrechas que se presentan ruidosas, es
un conglomerado de vida que cada año por estas fechas cierra calles y lanza al
toro a correr hasta la plaza, le llaman la tercera, por eso de ir tras las
Ventas y Vistalegre. Lástima que las entradas sean caras, la corrida del sábado
se antoja interesante. Sabor de pueblo en un pueblo a medio construir y siempre
sin terminar.
el pardo
En día jueves de visita gratuita en horario de tarde a los museos del
Patrimonio Nacional nos vamos decididos al Convento de la Encarnación, aledaños
del Palacio de Oriente. Nos quedamos a dos personas de lograrlo, grupo cerrado
ya para la última visita guiada de la tarde. Los turistas lo inundan todo. Cambio
de planes; improvisando nos acercamos al El Pardo. Palacio de caza, de
invierno, para deleite de los monarcas y nobles. Mandado construir ya por
Carlos V, es actual punto de estancia para los jefes de estado foráneos que nos
visitan; y pasará a nuestra memoria particular, la de mi generación, por haber
sido la residencia de Franco y familia durante 35 años, es decir durante todo
el periodo de la dictadura. Imágenes del NODO en la memoria, recepciones y
niños alrededor de un señor de uniforme y traje que envejecía en blanco y
negro. Hay que esperar un poco a que se haga mas grupo. También la visita es
gratuita y guiada. Alrededor de una hora de recorrido de salas y patios. Las paredes
nunca hablan, sólo son piedras y tabiques que separan confidencias, decisiones,
vidas y muertes. En una de ellas, convertida en capilla muere Alfonso XII. En otras
muchas vive el dictador y decide sobre vidas y quehaceres de millones de
españoles. Se visita el despacho, su dormitorio de dos camas separadas y flexos
de oficina antigua sobre mesillas, también el comedor familiar con mantel
blanco. Y el gran salón de los consejos de ministros, el aire lleno de
deliberaciones. Todo queda envuelto en tapices que seguro mejorarían la
acústica y darían calor a un entorno que se antoja grande para tan corta
familia. Tapices coloridos y frescos en techos, cielos que quizás se invoquen
desde la mesa de despacho. Dioses y ángeles que gravitan inmóviles sobre los
presentes, ajenos a las decisiones de un ser imbuído de superioridad que todo
lo disponía. Lejanas la urnas todavía. A pesar del aire acondicionado,
disimulado en salientes del techo, las guías se abanican constantemente. Pasamos
por el antiguo teatro, sala de cine en la última época, lujo al alcance de unos
pocos. Lámparas que iluminan y relojes que marcan las seis de la tarde,
desacompasados. Mobiliario de regalos reales, sillas de todo tipo y condición. Un
par de lienzos que destacan, el retrato de Isabel la Católica, de Juan de
Flandes, pintor de su corte, retrata a una reina ya mayor, no tan atractiva
como la televisiva. Y una Virgen con el niño de Luis de Morales. En el exterior
la capilla, sin luz y sin acceso mas allá de un cordón. Ya afuera del recinto nos
dirigimos a visitar el Cristo del Pardo, sito en el convento de los capuchinos
de Nuestra Señora de los Angeles. En lo mas alto del pueblo volvemos a ver la talla
del Cristo yacente, obra de Gregorio Fernández. Estuvimos allí hace algunos
años, rodeados de niños. Es un encargo de Felipe III para conmemorar el
nacimiento de su hijo en 1605. Escultura de singular dramatismo, se presenta en
una elevada urna a la que se accede por una pequeña escalera. El convento se
encuentra rodeado de monte y allí se acercan a la valla un cervatillo digno de
Bambi, con motas blancas y un negro jabalí que devoran, manteniendo la
distancia, trozos de pan lanzados por un niño y su padre. Ya de vuelta, El
Pardo enlaza con Madrid por carretera que atraviesa monte en riesgo de
incendio, tal es la sequedad del entorno. Un Madrid que se expande en nuevos
barrios, como el de Monte Carmelo, que parece dotado de vida propia y que
ofrece terrazas en calles y esquinas para solaz de propios y ajenos. La brisa
del final de la tarde se agradece ante la contemplación de la vida diaria.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)