En tiempo de mentiras parecería que quedan pocas verdades. Pero no es así,
son muchas todavía. Los mentirosos son pocos, salen en la tele, y se pudren en
sus falsedades aunque sigan enriqueciéndose a cuenta de todos. Pero me quedo
con un apartado de la vida donde todavía se puede encontrar mucho de verdad y de
dignidad. Y hablaré de fútbol, pero del otro, del que nunca se ve en televisión,
del que no celebra galas de traje largo, del que no recibe premios, del que no
se acuerdan los que mandan. Mala memoria la suya. Pero yo recuerdo y me parece
que nada ha cambiado en el juego, a pesar de que los niños lleven botas de colores
cuando antes eran negras, y jueguen en praderas verdes cuando antes eran
arenales, o jueguen al abrigo de familias enteras donde antes imperaba el
silencio. Porque el juego siempre es el mismo, niños, siete, diez, once, los
que sea, en pos del balón y con el objetivo de llegar a la portería. Y con un
acompañante esencial, la ilusión. Y es que no hay nada mas auténtico que un
niño detrás de un balón, lleno de sueños. No sé si os acordáis de vuestro
primer gol. Yo sí, o al menos eso creo, puede que sea un engaño de mi mente, la
memoria se dispersa con el paso de los años. Pero diré que el campo era de
cemento, las porterías de esas blanquirojas, y todavía veo como mi cabezazo traspasa
la línea y no se estrella contra ninguna malla. Lo siguiente es imaginación, lo
siguiente es grito, alegría, abrazos. Quizás haya estado reviviendo ese gol
cientos de veces a lo largo de estos trece años, en las botas de otros niños,
vestidos de amarillo, en gradas frías, heladas, bajo la lluvia o el paraguas, o
bajo un sol de castigo, en campos de pueblos o en campos de barrio. Quizás fuera
sólo eso lo que había detrás de todo esto, de mi empeño o de mi lucha. No lo
sé, pero doy por bueno todo lo invertido, todo lo luchado, todo lo que otros
considerarán tiempo perdido. Doy por bueno todo eso porque he disfrutado y porque
he compartido todo ello, y compartir con el prójimo es entender un poco más de
qué va la vida, de qué van los sueños, de que va la ilusión. Valgan estas
letras para reconocer el trabajo de todos los que han sido, son y serán defensores
de esa verdad, de los que desde los banquillos o despachos dirigen niños o
menos niños y los ayudan a ser un poco mas humanos a través de este deporte. Que
la ilusión nunca os abandone.
viernes, 24 de enero de 2014
voces y susurros
Hay dos obras por las que merece la pena visitar la exposición de arte
procedente de la Fundación Masaveu en el Palacio Cibeles. En mi opinión, la
María Magdalena de El Greco y la Virgen con el Niño de Murillo. Excepcionales ambas,
no sabría cual llevarme a mi casa. Maestros o monstruos ambos, captadores de
vida en personajes que no son planos aunque el lienzo no exhiba curvas. La mañana
es fría, de martes, y los que no trabajan o ya lo hicieron o están de
vacaciones disfrutan de las obras, un total de 63. Comemos después en Lavapies,
en la Chulapa de Mayrit, bar estrecho y de menú económico con patatas rellenas y buenas. Tomamos
el postre en la calle de la Paz, en la trasera de la Puerta del Sol, bar de
1907, que ofrece torrijas de vino y moscatel en vaso corto. De ahí al tren, de
vuelta, donde la gente se ensimisma con sus tecnologías. Algunos hasta vocean
sus historias por teléfono, tanto que hasta Obama podría oírlas sin necesidad
de escuchas y espías. Se canta en lengua extraña con guitarra, se pide para alimentar
a la familia, se pide perdón por pedir. Y el joven airea que ve Twin Peaks, 23
años después, y habla de parejas invitadas en pisos compartidos que follan en
el salón y que molestan, es lo que tiene el amor, que entiende de silencios y
quejidos, y que también genera envidia cuando no se es protagonista.
la peste
Sigo con Camus y leo La peste. Me recuerda a otras historias escritas
posteriormente. Pero esta es la original. Habría que leer la literatura por
orden cronológico para beber de las fuentes que todo lo llenan y que abrieron
caminos. Sigue Camus con su estilo escueto y sereno, a pesar de esa peste que
trastoca y arrasa, que mata y cercena, que aparta y separa, pero que también
une. Que desquicia y aferra. Singular ejercicio de claustrofobia y miedo, el de
una ciudad cerrada para aislarla del resto, donde sus habitantes siguen
viviendo y conviviendo con la enfermedad. Cuando alcanza su máxima incidencia
se llega al silencio, se asume la verdad y los habitantes se recogen,
ensimismados en la espera. Dice uno de los personajes que no hay nada como
sentir el tiempo en toda su lentitud para no perderlo. Uno de esos personajes
verídicos o verdaderos, como el de Grand, magistral, el oficinista que no
encuentra las palabras, que no puede expresarse como él quisiera, que no sabe
salir de esa primera frase con la quiere empezar una novela. Que mira el
escaparate y siente que la vida se le escapa, en uno de los mas bellos pasajes
que recuerdo haber leído. Reflejado en ese espejo, llora. Imprescindible.
La peste. Albert Camus (1947)
sábado, 11 de enero de 2014
la radio
Diversos periodistas, de Canal +, el País, la Ser o del As, dan pie a
esta recopilación de artículos o historias periodísticas con el deporte como
telón de fondo. También con la solidaridad como destino, esta vez a favor de
Unicef. Como no podía ser menos, el fútbol es rey, no sólo en el césped sino
igualmente en la letra impresa. Hay de todo en esta búsqueda en el fondo de la
memoria. Me quedo con la que se remonta más atrás, la que cuenta Juan Cruz y
titula “A mí me salvo el fútbol”. La radio como vehículo de vida en tiempos
donde las ondas escaseaban y donde el fútbol radiado era la ventana inmediata. Una
delicia de artículo para que los más jóvenes aprendan cómo escribir de o sobre
el fútbol como vivencia.
57 historias del deporte por una causa solidaria. 2013
gabino
Es 2013, víspera de Navidad, y la solidaridad muestra su cara en
múltiples mercadillos. El que me ocupa lo organiza la Fundación Aladina
orientada a los niños con cáncer. Múltiples puestos de todo tipo y entre ellos
un escritor que promociona su obra a pie de mesa. Nos la dedica y la leo. Se trata
de la primera parte de la vida de Gabino Valverde, un niño nacido en la
posguerra que acaba huérfano pronto, internado después, y ya adolescente
ingresa en la legión para delinquir después una vez licenciado. La prisión le
cambia, descubre la fé y encuentra a su amor. Ahí acaba esta primera parte. El escritor
o cronista de la vida de Gabino lo encontró un día en un banco de la Castellana,
mendigo habitual de la zona, y le contó su vida. Ahora está enfermo e ingresado
según cuenta Plácido. Habrá que ver si hay segunda parte para terminar la vida,
o mejor, la crónica de esa vida de aventuras y desventuras.
Gabino Valverde- Crónica de un rebelde. Plácido W. Díez Gansert. 2011
domingo, 5 de enero de 2014
merindades
Las Merindades. Hasta el nombre es bonito, tierras del norte de la provincia
de Burgos que recorrimos una semana santa lejana (2001), o más bien, los días previos
al jueves santo. Días donde los coches todavía no han invadido carreteras ni
los hoteles están llenos ni los sitios de interés se visitan con cola, donde
las fotos se sacan sin espera, con nadie alrededor, y donde uno puede sentirse
en otro mundo, y es que hay parajes donde todavía no llega el turismo de masas.
Descubrí esta preciosa comarca gracias a mi amigo Miguel, criado en la zona, de
hecho en uno de los pueblos que visitamos, Busnela, abandonado. Y los pocos
días pasados perduran en la memoria ahora, años después, prueba de que las
emociones intensas graban algo indeleble en el cerebro. Las fotos sirven para
añorar y también para recordar. Como la Ermita de San Bernabé, cuya portada
cubre la roca, interior excavada en ella, en un enclave que yo diría de los más
espectaculares que se pueden ver en la península (Ojo Guareña). Los niños
llevan bastón y abrigo, y a veces sale el sol como en el pueblo que un día fue
y que hoy es pasto de hierbas que crecen desordenadas entre la escuela o la
Iglesia. Enclave de silencio, la paz debe de ser eso, la ausencia de ruido.
Agua en arroyos y riachuelos, agua del cielo, botas de colores para pisar
charcos, el increíble Puentedey, donde la naturaleza horadó la roca por siglos,
castillos y escaleras que suben a torres. La magnífica Frías, el silencio en
una visita guiada en Oña, en la Iglesia de San Salvador, Santa Gadea, el
balneario de Corconte, Espinosa de los Monteros, Angosto, el monumento al Pastor…, ¿Cómo se
puede hacer tanto en tan pocos días? Deseo de llegar, de conocer, y pequeños
turistas que no pierden la sonrisa, que siguen a sus padres sin rechistar, no
hay cansancio, no hay caras largas, da igual que se visiten iglesias o
monasterios, todo se compensa con juegos, con un balón, con una pared donde
golpear la pelota, hay descansos, con una mesa redonda donde contar los sueños
de la pasada noche. Y todo eso ocurría desde el hotel Doña Jimena de
Villarcayo. A partir de ahí carretera y manta. Y el descubrimiento de un
artista, escultor. En Medina del Campo, en el convento de Santa Clara.
Visitamos el museo, una pequeña sala, llena de objetos, y en el centro una urna
de cristal y en su interior el Cristo Yacente de Gregorio Fernández, no es el
único que realizó este escultor (1576-1636). Quizás estudiado en algún punto de
la EGB, si fue así, olvidado. Punto de inflexión en Medina para apreciar el
arte de otra forma. A la salida del monasterio había unos columpios. Momento de
juego. Se amontonan las imágenes, sueltas. Inolvidables días, paradigma de
felicidad en cinco jornadas.
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