Hay dos obras por las que merece la pena visitar la exposición de arte
procedente de la Fundación Masaveu en el Palacio Cibeles. En mi opinión, la
María Magdalena de El Greco y la Virgen con el Niño de Murillo. Excepcionales ambas,
no sabría cual llevarme a mi casa. Maestros o monstruos ambos, captadores de
vida en personajes que no son planos aunque el lienzo no exhiba curvas. La mañana
es fría, de martes, y los que no trabajan o ya lo hicieron o están de
vacaciones disfrutan de las obras, un total de 63. Comemos después en Lavapies,
en la Chulapa de Mayrit, bar estrecho y de menú económico con patatas rellenas y buenas. Tomamos
el postre en la calle de la Paz, en la trasera de la Puerta del Sol, bar de
1907, que ofrece torrijas de vino y moscatel en vaso corto. De ahí al tren, de
vuelta, donde la gente se ensimisma con sus tecnologías. Algunos hasta vocean
sus historias por teléfono, tanto que hasta Obama podría oírlas sin necesidad
de escuchas y espías. Se canta en lengua extraña con guitarra, se pide para alimentar
a la familia, se pide perdón por pedir. Y el joven airea que ve Twin Peaks, 23
años después, y habla de parejas invitadas en pisos compartidos que follan en
el salón y que molestan, es lo que tiene el amor, que entiende de silencios y
quejidos, y que también genera envidia cuando no se es protagonista.
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