Sigo con Camus y leo La peste. Me recuerda a otras historias escritas
posteriormente. Pero esta es la original. Habría que leer la literatura por
orden cronológico para beber de las fuentes que todo lo llenan y que abrieron
caminos. Sigue Camus con su estilo escueto y sereno, a pesar de esa peste que
trastoca y arrasa, que mata y cercena, que aparta y separa, pero que también
une. Que desquicia y aferra. Singular ejercicio de claustrofobia y miedo, el de
una ciudad cerrada para aislarla del resto, donde sus habitantes siguen
viviendo y conviviendo con la enfermedad. Cuando alcanza su máxima incidencia
se llega al silencio, se asume la verdad y los habitantes se recogen,
ensimismados en la espera. Dice uno de los personajes que no hay nada como
sentir el tiempo en toda su lentitud para no perderlo. Uno de esos personajes
verídicos o verdaderos, como el de Grand, magistral, el oficinista que no
encuentra las palabras, que no puede expresarse como él quisiera, que no sabe
salir de esa primera frase con la quiere empezar una novela. Que mira el
escaparate y siente que la vida se le escapa, en uno de los mas bellos pasajes
que recuerdo haber leído. Reflejado en ese espejo, llora. Imprescindible.
La peste. Albert Camus (1947)
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