Las Merindades. Hasta el nombre es bonito, tierras del norte de la provincia
de Burgos que recorrimos una semana santa lejana (2001), o más bien, los días previos
al jueves santo. Días donde los coches todavía no han invadido carreteras ni
los hoteles están llenos ni los sitios de interés se visitan con cola, donde
las fotos se sacan sin espera, con nadie alrededor, y donde uno puede sentirse
en otro mundo, y es que hay parajes donde todavía no llega el turismo de masas.
Descubrí esta preciosa comarca gracias a mi amigo Miguel, criado en la zona, de
hecho en uno de los pueblos que visitamos, Busnela, abandonado. Y los pocos
días pasados perduran en la memoria ahora, años después, prueba de que las
emociones intensas graban algo indeleble en el cerebro. Las fotos sirven para
añorar y también para recordar. Como la Ermita de San Bernabé, cuya portada
cubre la roca, interior excavada en ella, en un enclave que yo diría de los más
espectaculares que se pueden ver en la península (Ojo Guareña). Los niños
llevan bastón y abrigo, y a veces sale el sol como en el pueblo que un día fue
y que hoy es pasto de hierbas que crecen desordenadas entre la escuela o la
Iglesia. Enclave de silencio, la paz debe de ser eso, la ausencia de ruido.
Agua en arroyos y riachuelos, agua del cielo, botas de colores para pisar
charcos, el increíble Puentedey, donde la naturaleza horadó la roca por siglos,
castillos y escaleras que suben a torres. La magnífica Frías, el silencio en
una visita guiada en Oña, en la Iglesia de San Salvador, Santa Gadea, el
balneario de Corconte, Espinosa de los Monteros, Angosto, el monumento al Pastor…, ¿Cómo se
puede hacer tanto en tan pocos días? Deseo de llegar, de conocer, y pequeños
turistas que no pierden la sonrisa, que siguen a sus padres sin rechistar, no
hay cansancio, no hay caras largas, da igual que se visiten iglesias o
monasterios, todo se compensa con juegos, con un balón, con una pared donde
golpear la pelota, hay descansos, con una mesa redonda donde contar los sueños
de la pasada noche. Y todo eso ocurría desde el hotel Doña Jimena de
Villarcayo. A partir de ahí carretera y manta. Y el descubrimiento de un
artista, escultor. En Medina del Campo, en el convento de Santa Clara.
Visitamos el museo, una pequeña sala, llena de objetos, y en el centro una urna
de cristal y en su interior el Cristo Yacente de Gregorio Fernández, no es el
único que realizó este escultor (1576-1636). Quizás estudiado en algún punto de
la EGB, si fue así, olvidado. Punto de inflexión en Medina para apreciar el
arte de otra forma. A la salida del monasterio había unos columpios. Momento de
juego. Se amontonan las imágenes, sueltas. Inolvidables días, paradigma de
felicidad en cinco jornadas.
Pastel de manzana en Airfriyer
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Batir 1 huevo, un chorrito de aceite, otro mas grande de leche, una
cucharada de Royal y harina hasta que quede una crema. Pelar una manzana y
cortarla en ...
Hace 5 horas
2 comentarios:
Gracias amigo. Visitamos el verano pasado muy deprisa la zona y tu delicada prosa hace que vuelvan a nuestra memoria las imágenes que presentas con acierto.
Feliz año 2014.
Gracias amigo. Visitamos el verano pasado muy deprisa la zona y tu delicada prosa hace que vuelvan a nuestra memoria las imágenes que presentas con acierto.
Feliz año 2014.
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