domingo, 5 de enero de 2014

víspera de reyes



Hay familiares del pasado que desaparecen en silencio pero que dejan huella. Le llamábamos el tío Antonio pero no era ese su parentesco. Los niños no entienden de ramas genealógicas salvo padre y madre. Era primo de mi abuelo y vivía en una pensión de la calle Florida, que nunca olvidaré, porque la habitación era estrecha y porque allí recibíamos regalos que traían los magos de Oriente la mañana del seis. Y solía haber anguilas de esas de caja redonda que yo creo que nunca terminaba, había otras cosas que no recuerdo, pero sobre todo había discos que recibía mi hermana. Guardo uno, fechado el seis de enero de 1971. Yo tenía ocho años recién cumplidos. Del gran Jorge Negrete. Single de cuatro canciones. Hubo más y recuerdo el tocadiscos, y quizás sea culpa del tío Antonio esa mi pasión por la música. Tengo otro que no tiene dedicatoria pero que apostaría que él compró. En la tienda de Mendía, todavía activa, óptica que sigue haciendo gafas y que dejo de vender música hace tiempo. Antonio Machín y sus angelitos negros. Y su cara de simpatía en una esquina de la pequeña portada. Una joya. Ya no suena porque mi tocadiscos desapareció, pero la oigo en ipod, nunca olvidaré esa canción. Hace poco oí una versión de Eartha Kitt (1927-2008), la mujer más excitante del mundo, según Orson Welles. Canta en un perfecto castellano y con dulce voz. Me acordé del tío Antonio,  se murió calladamente y no guardo los detalles, se iría al cielo, me dirían, ya no hubo pensión, ni regalos allí, ya no hay pensión de hecho. Guardo algunas fotos, siempre con traje, elegante y mayor. Le tenía que gustar la música, seguro.  

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