Qué oscura estaba la noche para llegar hasta donde aterrizan los aviones, atravesé espacios sin barreras y encontré silencios entre las personas que veían como se abrían las puertas que comunican cielos y tierras, puertas sin llaves que nos miran y se abren y que en algún momento se cerraron del todo. Volver a casa sin saber si tendría que volver, allí busqué el botijo de tacto áspero pero de agua fresca, y añoré las gotas que resbalaban por mis labios cuando quería beberme toda el agua para saciar mi pequeño cuerpo, lo que no me impedía abrir la ventana de alguna de las habitaciones, puesto de puntillas, y ver los goterones que caían desordenados y sonoros y que alegraban aquellas tardes trayendo el olor a tierra mojada.
Cabeceo después o antes de comer con sueños breves y escasos que acaban en un abrir y cerrar de ojos. Lo pienso, sin darle muchas vueltas, es más una intuición, no he estado en el aeropuerto, ni hoy ni ayer, qué caluroso el día en las horas de esta mañana que ha terminado, la que trajo todo el calor del mundo, de la tarde no sabemos nada porque no ha llegado todavía, está sucediendo ahora, a su ritmo, segundo a segundo ininterrumpidos a la par que se acumula el fuego en las calles.
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