Me resulta familiar Coímbra, quizás no su color. Adoquines pegados y sueltos, suelo propicio para hundirse en un abismo. Llegamos tras un viaje largo, encontramos frontera sin vigilancia y gente con y sin mascarilla. Personas que meriendan a la sombra o que hablan un casi perfecto castellano. Y las consabidas obras que en Enero hicieron casi peligroso el viaje siguen estando, acabarán algún día. Venimos a verles y a ver el mar. La cama es cómoda y me noto a punto de desaparecer del mundo consciente. La cortina se mueve gracias al viento y un ruido de fondo, cómodo, lejano, cálido y monótono, acuna el cuerpo. Poesía simple a orillas de un Mondego que cruzamos y volvemos a cruzar. Ellos están bien y subimos y bajamos cuestas para cenar al lado de la Catedral, al aire de una buena noche. Y por un momento yo me olvido del tiempo y de los tiempos que corren.
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Hace 5 semanas
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