
Sábado de cielos azules. Bullicio tempranero en Frankfurt. Se come, se bebe y se compran cosas. Mercado de carnes y demás. Puestos con vinos y viandas. Y sol y calor que crece. El centro no es muy extenso. Se recorre bien. Hay zona financiera, skyline, y zona antigua. Edificios reconstruidos tras los bombardeos aliados. La zona alrededor del Romer (ayuntamiento) destila luz y animación en la mañana de fiesta.
Arquitectura peculiar, simetrías de
colores, banderas y turistas. Boda civil. Terrazas que parecen no descansar
nunca. Espacio para fotos, agradable paseo. El río, atravesado por puentes. Uno
de ellos se llena de candados, gestos de amor.
En la Catedral de
San Bartolomé hay visitas continuas y un par de grupos escultóricos preciosos.
La Crucifixión de Hans Backoffen (1509) con sus siete figuras en piedra y el
altar de la dormición de la Virgen con los apóstoles rodeándola (1434).
La uva se llama Riesling y su jugo
blanco convertido en vino está delicioso. En la calle quizás sabe mejor, con
temperatura ideal, a la sombra, acompañado por ensaladas de patata y pepino o
salchichas. La banda pone la música, la calle, llena de locales y terrazas,
hierve de gente.
Y por la tarde el sol aturde un poco. Buscamos
la sombra, hay mercados de vino con bodegas que ofrecen su producto. Vagones que
se quedaron parados a orillas del río. Las vías ya no se usan. Hoy se camina,
se anda en bici y se reposa la comida en lenguas extrañas bajo enredaderas que
ocultan el sol. Huertos urbanos, espacio en reconversión. Paseamos, cenamos y
la vida sigue en la calle, en centros de ocio, alternativos, donde acaba la película,
en sala en el jardín, donde los espectadores se mueven y donde empieza un
concierto de música atronadora. La vida la determinan los grados Celsius, y más
vino por favor.
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