Domingo de temperaturas en descenso. Se agradece.
En coche hacia el Rin. Ancho el río, largo, navegable y con tráfico de
mercancías y recreativo.
En Rüdesheim, bonito pueblo bañado por
las aguas del Rhein, tomamos el teleférico para llegar a lo alto de la colina,
volando sobre los viñedos. Bonitas vistas durante la ascensión y desde lo alto.
Cabinas estrechas que parecen de juguete.
No dejar de ver el espectacular
monumento que conmemora la fundación del Imperio Alemán, unificado tras la victoria
alemana en la guerra franco prusiana (1871) y la proclamación de Guillermo I
como Emperador. La bajada, andando, entre viñedos, preciosa, sirve para comer
uva blanca y negra, y para seguir disfrutando del paisaje.
De ahí a Eltville, otro pintoresco
pueblo que vive al lado de las aguas. Comemos en terraza que linda con el
cauce. Temperatura ideal y buena comida. El Apfelstrudel o tarta de manzana no
tiene calificativo. Hay murallas de castillo, jardines cuidados, rosas de
colores y paseo por una pequeña calle que reúne música de guitarras y de
gaitas. Unos le dan a los clásicos y al porompompero y los otros recuerdan a
Escocia. Al final se unen para entonar el Mull of Kyntire. En pocos metros,
todas las terrazas y tiendas que pueden caber. Más río, más barcos en los que me gustaría navegar sin rumbo, casas que
me gustaría habitar y tranquilidad.
De vuelta a Frankfurt reposo en terraza
con cerveza. Y cena de viandas tradicionales regadas con sidra y nisperito. Fin
de una etapa, adiós a los que aquí viven.
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