Burdeos, Bellas Artes. De esos
museos que quedan en la memoria. Un par de alas, un jardín, unas sillas, una
estatua, un estanque, un tiempo, un silencio aunque haya ruido. En pintura
antigua una sagrada familia del taller de Vasari, o una virgen de Perugino. Un auto
retrato triste de Pedro de Moya con sus pinceles, de Granada, pintor barroco,
del que se conoce poco (1610-1666). Precioso el San Sebastián curado por Santa
Irene, atribuido al Maestro de la Chandelle o Maestro de la Vela. Dicen que es
Trophime Bigot, 1579-1650. También bonita una virgen con niño de Pietro
Berrettini, 1641. Vemos un puerto de Burdeos lleno de barcos en frenética
actividad comercial. Te puedes sentar y ver, cómodo. En escultura un Mozart que
se muere o una talla de cuerpo entero de Assia Granatouroff, exiliada rusa que fue
modelo para muchos artistas. Por último Giotto en el estudio de Cimabue es una
forma de pintar historia sobre los antiguos maestros.
sábado, 23 de marzo de 2019
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La noche deja algún
chaparrón y ruidos de ducha temprana. Es lunes, Carrefour abrió y aparcamos
ahí. En Darwin se pretende trabajar de forma sostenible respetando el medio
ambiental. Antiguos cuarteles y base nazi para la construcción de submarinos,
el espacio se antoja enorme. Ondea la bandera republicana junto a la francesa y
una placa recuerda a los republicanos españoles presos obligados a trabajar en
la base. Algunos de ellos murieron. Hay pintadas, murales y decoración vintage
en tienda y restaurante ecológico con mesas de cocina y sillas de antes. Reciclar
para no gastar. Y sobre todo gente que trabaja en extraños contenedores. Muchas
fotos.
Esta ribera del Garona quiere ser verde y salvaje, con cercas de madera
que separan el césped del agua. La gente corre y corre, otra constante de
Francia, a todas horas, entre cartas olvidadas de los que se fueron a la gran
guerra. La ribera clásica asoma entre los árboles. Precioso este paseo.
Tras cruzar el puente
encontramos rastros y huellas del padre Chaminade, fundador de los Marianistas.
Después San Michel, imponente basílica, vieja, no restaurada, me gusta que la
piedra sea oscura. Hay silencio, algún paso, portazo, otros pasos, y vidrieras
modernas que dejan pasar una luz que pinta de colores las piedras. A destacar
la capilla del Santo Sepulcro con un hermoso retablo en piedra del XV. El
campanario se eleva fuera, en medio del mercadillo que vende de todo. Comemos bien
en Caruso mientras caen cuatro gotas y se van. Los soldados patrullan de ocho
en ocho, en ambas aceras. Agradable ver la vida pasar por el ventanal. Mas zapatilla
para llegarnos al museo de bellas artes, en el jardín que separa ambas alas
ondean reproducciones de obras y el sol se agradece. Son rostros, incompletos,
bodegones y paisajes con nubes. El museo merece una entrada aparte, muy
recomendable. También llegaron los romanos hasta aquí y quedan unos restos del
coliseo o anfiteatro romano. Los niños salieron de clase. En el barrio de los
Cartujos (Chartrons) también hay iglesia neogótica, de San Luis. En el jardín
público hay juegos, hay sol, unos tumbados, otros sentados. Lo que sería un
parque, con estanques, patos y puentes metálicos. Juana de Arco siempre
presente. Se hizo de noche, poco a poco, cenamos en Fuxia donde suena la música
italiana, romántica. El hotel Normandíe solo tiene una luz encendida, o son huéspedes
o son fantasmas. A casa despacito mientras la gente sigue tomando cerveza o
cenando al aire libre, son jóvenes.
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Se me antoja la luz
diferente, cristales limpios, será eso. Se me antoja diferente el paisaje,
pueblo nunca visto, imposible. No puede ser que surjan pueblos de la nada, se
pueden horadar montañas, trazar carreteras y otras cosas. Pero nada más, no engañar
a mi mente que olvida ahora rápido lo que tantas veces miré pero quizás no vi.
Y se me agotan las
palabras, llegan los kilómetros, pasan, dentro de poco empezarán las nubes
primaverales, florecerá lo que no lo ha hecho ya y vuelta a empezar, se llama
ciclo de la vida. La luz se queda, el día se alarga.
Y de nuevo al coche tras
parada intermedia en Vitoria, es domingo de bruma, de nieblas y silencios por
carretera sinuosa llena de señalizaciones, cambios de velocidad y radares que
vuelven loco al pobre conductor. Autopista encajonada entre montañas, pisos que
nunca verán el sol, nubes que mojan y Francia que se abre al cruzar el Bidasoa.
Llanuras de bosques y verdor. Ahora las nubes vendrán del atlántico, tercas. Los
peajes se multiplican y los km se hacen largos aunque sean de 1000 metros.
Burdeos
aparece con construcciones grises y de color beige con el río como columna que
nos orienta. Inmenso, espectacular el Garona, precioso. Ciudad que mandó barcos
a las costas africanas para capturar esclavos y que recibía los bienes de las
colonias. Que habrán visto sus aguas. Preguntarse la historia para conocer una
ciudad que paseamos a paso rápido, hace viento, más bien frío en el puente. Lleva
su tiempo cruzarlo, son 450 metros. Las aguas parecen turbias y un tanto
turbulentas. Comemos en una brasserie, antigua, los espejos se quedan sin luz,
los barcos en pequeño serán copias de los que un día surcaron el río buscando
el mar. Los camareros se mueven agiles pero la comida tarda. Hambrientos,
devoramos ensaladas con pan y botella de agua del grifo, un habitual en
Francia. Monumental esa ribera del río con algunos edificios oficiales. Parece haber
poca gente, luego diremos lo contrario. Hasta sale un poco el sol. Andando encontramos
gente, en la feria en la plaza de Quinconces están muchos de ellos, familias
disfrutando de comida y atracciones. Noria gigante, vértigos de subida y
bajada. Monumentos dedicados a los que perdieron la vida durante el periodo de
terror tras la Revolución. Zona peatonal, atestada de tiendas y de gente que
compra en Domingo.
Catedral gótica, alta y ancha, con grandes vidrieras.
Realmente gótica, no reconstruida posteriormente, está poco decorada en su
interior como la mayoría de templos franceses, sobrios. Gratuita. No entramos a
la exposición de pintura que prometía ser interesante. Sillas de parque o de
pueblo de las de toda la vida para sentarse y mirar hacia arriba. La sinagoga
recuerda a sus víctimas. Llegamos a la plaza de la Victoria donde parece
cambiar todo y empieza otra vida de barrios más humildes. Se acaba la
peatonalización y aparecen los testigos de Jehová. Por la puerta de peregrinos
venían éstos, con intención de llegar a Santiago, quien sabe si lo lograban. Él
canta “Rock me mamma”, muy bien, las dos manos en la guitarra. Más música por
allá, y por acá pastelería argelina, gente de origen magrebí que se reúne en
bancos y plazas, carnicerías árabes, hablan su idioma, no parece un signo de
integración. Oscurece y el puente se torna atractivo. Ahora se descubre quien
vive dentro de esos bloques que parecen antiguos. Más luces encendidas al otro
lado del río. Cena en McDonalds, que también cambia con pedidos en pantallas. A
este lado de la ciudad la vida se tornó tranquila. Toca descanso.
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