lunes, 9 de octubre de 2017

Coimbra

Sábado, neblina de nuevo, quizás sea el otoño que luego dará paso a la primavera. La biblioteca Joanina, la joya de la Universidad de Coímbra, me deja un poco frío. Visita de duración limitada, paredes llenas de volúmenes, techos con motivos alegóricos. Y murciélagos ocultos que esperan la noche para atrapar a los bichos que quieren comerse los libros. Sólo 15 minutos, prohibidas las fotos. No creo que haga falta más, quizás con guía sea diferente. Con la misma entrada, de precio excesivo, visitamos la capilla de San Miguel, de bonitos techos y órgano. Mucha gente, así debe de ser ver la sixtina. En la facultad de derecho hay claustro de doble piso. Fotos y más fotos, turistas que todo lo vemos. El palacio Real tiene paraninfo y cuadros de monarcas y rectores. Salimos al exterior, pasarela de vértigo. El río sigue a lo suyo, cruzado por puentes. Los aseos se llenan. Lo nunca visto, las turistas francesas se pasan a los cuartos de hombres, la necesidad obliga. Hordas turísticas, la visita me sigue dejando indiferente. Echo de menos los museos solitarios con más contenido. Observo, la libertad consiste en vestirse de cualquier manera sin sentirse mal. La joya llega con el Museo Nacional de Machado de Castro. Aparte de descubrir por casualidad a Watanuki y sus dibujos, sencillos, simples, preciosos, que presenta la exposición temporal, la permanente es una explosión de piezas. Conimbriga se hace romana y de ahí en adelante desfila un auténtico festival de escultura, bien puestas, bien iluminadas. El lugar acompaña. Odarte, escultor casi anónimo presenta un apostolado de terracota. Y  descubrimos a Joao de Ruao, excepcional su colección de esculturas. Cuando se acaban las palabras todavía hay más, pintura, artes decorativas…en fin, un espectáculo muy recomendable. Para postre un criptopórtico o galerías romanas para recorrer con calma en modo laberinto. Acabamos con el museo de ciencias, física, química y naturales. Me siento de letras ahí, me gustan las aulas escalonadas y los disecados animales hace ya decenas de años. Dice el dueño de Sé Velha que rozan la perfección. Tiene razón, para el recuerdo el arroz con pulpo. Subimos los escalones de la Torre de la Almedina, quizás no sea la mejor idea. Un museo del fado donde entender la evolución de la música y su compromiso posterior, canción de protesta, social, que arranca con la trova del vento que passa. Luego hay música en la calle, mercadillos o rastrillos, calor, sol. Y fado en el café Santa Cruz, 40 minutos escuchando dos guitarras y cantante. Delicioso. Cruzamos luego el Mondego para fotografiar el viejo monasterio de Santa Clara ,fundado por la reina Isabel en 1314, y Coímbra a lo lejos. Caudaloso el río, se va el sol. Será el río la causa de que hoy sean ruinas, bien conservadas. Las aguas anegaban y se iban. Las monjas se fueron a lo más alto donde parece imposible que llegara un diluvio. Cruzamos de nuevo para cenar frugalmente y sentarnos delante de la iglesia de Santa Cruz, de bonita fachada. Toca la orquesta de sopros de Coimbra, tres saxos, clarinete, cajón y voz femenina. Música tradicional. Baja la temperatura, 15 grados. No consiguen calentar a la audiencia. 

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