lunes, 16 de octubre de 2017

entonces



Yo por entonces no cruzaba las calles así, sin respetar las señales. Las cruzaba con manos enlazadas, con una o con dos, porque los humanos solo tenemos dos. Con más las hubiera cruzado de no ser así. Era de noche por entonces como la noche de ayer, con esa luz mortecina que dejan las farolas que amarillean en una tarde de domingo, en una calle de Vitoria. Escasa y doliente, luz que deja ver pero no mirar. Y al pasar el paso o antes o un instante después sentí no el escalofrío pero sí el fulgor de un recuerdo, el de tantos años atrás, el de entonces. La imaginación que juega conmigo. El llegar a una esquina y pensar que a la derecha está la casa de entonces, los padres de entonces, la vida de entonces, la que cerraba los domingos o la semana con esa desazón que trae un nuevo lunes de colegio. Y a la izquierda la vida de ahora, la que no se para, la que trae esa misma desazón en un domingo tan alejado en el tiempo, rumor aumentado, magnificado, vida de la que no se puede huir hacia atrás, a la que sólo queda acompañar, sabiendo lo que no se sabía antes, lo que antes se desconocía, lo que entonces era tan lejano, certezas dormidas. Sólo los locos o desequilibrados podrían torcer a la derecha, llamar a un timbre, ver que nadie contesta o que quién lo hace no te conoce, viendo como preguntas por el absurdo, viendo como los universos paralelos se alejaron tanto que no hay comunicación entre ellos. A los que todavía dicen que vivimos en el planeta real, el único tangible, fuera de las nubes, fuera de los cielos, que no alcanzamos a tocar nada más que el suelo, sólo nos queda soñar, o mejor, esperar que el sueño se interrumpa para recrearnos con algo de aquel entonces, marcado por la poca luz que hace que todo sea igual pero todo distinto.

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